martes, 1 de marzo de 2016

La voz de Iñaki


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El monstruo de Frankenstein

EL PAÍS 

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Ahí le has dao, Iñaki. Tenemos unos ingredientes muy ricos, muy alimenticios, -si exceptuamos y quitamos del conjunto los que se han ppodrido y los dedicamos a hacer comppost, mientras se repone el nuevo material-, y ahora todo depende de la receta de los cocineros, que de momento no aparece y ellos sin recta no son nada, no se aclaran en los fogones. Incapaces de imaginar e  inventar algo nuevo con lo que hay, no tienen ni idea de cómo cocinar ese menú sin receta previa, que les indique pasito a paso lo que hay que hacer. Y para matar el tiempo, mientras se les ocurre algo y encuentran un recetario que les dé idea sobre las proporciones combinatorias de los ingredientes, se pasan el día discutiendo acerca del modelo de cacerolas, ollas, cazos, sartenes y marmitas que deben utilizar para el guiso. Que si una olla express mejor que una normal, dice Podemos, que si una freidora mejor que la sartén, dice C's, que mejor el rallador de toda la vida bien aforado y mucho más seguro que un robot estrafalario de nouvelle cuisine, dice en el plasma la voz en off del pp en simulado y en diferido emitiendo desde el spa de la Moncloa donde lleva en remojo desde el 20D sin atreverse a salir de la piscina termal. Mejor una thermomix para los postres y las salsas, dice el Psoe, y qué decir de  las varillas manuales mucho más ecológicas que  las eléctricas para dar el toque maestro a las claras a punto de nieve, remata Garzón, y que no se nos olvide el azafrán para el caldo, que seguro que hay un caldo de por medio, dice Compromís... Eso seguro, -confirma el Pnv-, que un buen marmitako no puede faltar si queremos que el menú esté completo. 
Total, que así no hay manera. Todos se ocupan de los detalles para cocinar una receta que aún no existe y que como no se la inventen entre todos, nunca será posible y los estupendos y frescos ingredientes acabarán caducando y habrá que, -igual que al pp podrido y en remojo-, convertirlos en compost antes de haberlos aprovechado. Y eso es precisamente lo que la vieja cocina está esperando para regodearse en su antiguo régimen de dos fogones en alternancia forrístico-giratoria y restregar a los estrafalarios productores de los alimentos ecológicos y naturales, o sea a la ciudadanía, que ya lo sabían ellos, que tanta frescura y tanto cultivo alternativo no es sano, que lo rancio es mucho más normal y ya está escrito desde siempre como cocinarlo, y no hay que cambiar nada si todo es como dioshmanda y she hace lo que hay que hacer, porque un vecino es un alcalde y un alcalde es un vecino, como un vaso es un vaso y una taza es una taza, a ver qué va a ser esto, pordiósh!
 Y, en efecto, ahí entra en escena el verdadero doctor  Frankenstein. Su criatura ya nos ha gobernado las cocinas desde 1981. Cuando Tejero marcó el inicio de una nueva era estable, muy estable, y eliminó de un balazo en el techo todas las recetas disponibles, menos la del miedo a la inestabilidad y al desorden populista, desharrapado y vivalavirgen,  y sobre todo el miedo a pensar que las cosas cambian aunque no queramos, que el ser humano evoluciona y que a los cuarenta años no puedes usar el mismo número de calzado que a los ocho, por muy bonitos que fuesen aquellos zapatos de la primera comunión. Por eso, el riesgo de un nuevo engendro ya no nos asusta, querido Iñaki. Casi preferimos intentar poner en marcha un nuevo invento, pero que esta vez, sea nuestro. No de Frankenstein, a ser  posible, que luego nos pasa factura con su FMI, su BCE y su Troika.
Por lo menos esta vez la cosa transcurre en paz, en buenas intenciones, respetándose y buscando ser cívicos y éticos sin asustar, sin aplastar y sin humillar a nadie y hasta con el compromiso de educar y civilizar y convertir en normal y aseado al viejo monstruo. Eso ya es mucho más de lo que nunca hemos tenido hasta ahora. Y es muy bueno que lo valoremos, aunque sea con ironía, buen humor y optimismo. Que no nos falten, que siempre hemos estado presos de un sentimiento trágico, enfurruñado, eso sí,  con muchas razones, ceñudo y cascarrabias. Ya es hora, desde la responsabilidad asumida, de que nos riamos un poco de nosotros mismos. Y motivos no nos faltan para eso.

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