Qué pestazo
Pocas situaciones más oportunas para que la Unión
Europea suspenda el acuerdo de Schengen -desde luego, infinitamente
superior a la Invasión de los Otros que tanto tememos- que el hecho de
que la Justicia esté permitiendo que Rodrigo Rato vaya por ahí suelto,
con el carné de identidad en el bolsillo y un yate para surcar las
aguas. Éstos de la UE están en lo que están, que es un no estar en
ningun sitio cuando se les necesita.
Lo de Rato es
precioso porque redondea la figura del Partido Popular cuando le faltan
dos meses para salir al balcón de Génova o tirarse, que es como
seguramente irá el asunto, más que nada, por tedio y porque Rivera es
más guapo y no transpira. Rato surge de ese tronco potente a la par que
lleno de cucos, o vermes, que han ido engordando aplicando para sí
mismos las mismas políticas que el Gobierno, desde Aznar, ha aplicado al
desarrollo, el crecimiento, la prédica y el tomarse la vida en general.
Es decir, cierto tipo de mangancia de altos vuelos. Esto lo hacemos
nosotros porque nos sale de ahí, y lo cobramos porque nos sale de allá, y
lo disimulamos porque lo metemos acá. Hijo de Aznar, como Rajoy es
Rato, y todos a su vez, del mayor al menor, del más antiguo a la más
bailona, amparan una forma de ejercer el poder que ha dictado las leyes
para adecuárselas y, después, comérselas.
Comparados con ellos, los corruptos de otros parajes y
de otros partidos y sindicatos son unos francotiradores, o como mucho
una partida de arribistas. Pero lo del PP es redondo, ya lo digo, y de
solera. Además, el hermoso don Rodrigo cuenta con un valor añadido, que
es el de su aristocracia oligárquica, el de pertenecer a una familia
que, a principios de la década de los 90, se permitió repudiar a una de
sus cachorras porque se enamoró de un torero -porque era de clase baja,
no por ser ellos antitaurinos-, y eso impresiona mucho en los salones.
Supongo que, en algún momento en el Partido Popular, todos han querido
ser él. Y usar el verbo rodrigar en primera persona. Yo Rodrigo. El
mismo que desvió ilegalmente un riachuelo para que pasara por su finca,
el que demandó a una tapicera por 380 euros debido a un asunto de
cojines, y en que cargó a las tarjetas black considerables gastos de
“pubs, salas fiesta, clubs, discotecas”, pagos efectuados de dos a tres
de la tarde, que como horas de jolgorio resultan un poco abruptas para
quien se debe a tantas responsabilidades.
Que el
señor Rato no pase por la trena es la vergüenza más grave que enfrenta
el partido del cual fue tótem económico, porque no me creo en la
separación de poderes de esta casta, ni en esa Justicia que ha sido
rellenada hasta las costuras por magistrados tan conservadores que la
naftalina, asfixiada, huye de sus togas.
Espero que
el pueblo español se lo demande al presidente Onduline Bajo Teja
-especialista en impermeabilizaciones-, y que el 20-D nos toque la
lotería. Por si no me acaban de convencer las opciones, estoy intentando
localizar al agente de policía que metió a Rato en el coche el día del
primer paripé. Tal como están las cosas, le votaría.
Es el único que se ha atrevido a ponerle la mano encima.
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