El Partido Popular ya no es lo que era. Aquella
admirable máquina política capaz de sobrevivir a los delirios imperiales
de Anzar, a dos derrotas electorales sumando diez millones de votos y
al mayor escándalo de financiación ilegal de nuestra democracia se ha
convertido ahora en una junta de comunidad de vecinos donde todo vale
para armarla, desde la bajadas de aguas al uso de las plazas libres del
parking. El PP ya no es la estrella de la muerte de la política. Ahora
parece una tuna universitaria.
El principal culpable
tiene un nombre. Sí, Mariano, eres tú. Parece mentira que, alguien que
siempre ha sido un hombre de partido y se ha mostrado muy consciente de
su importancia, lo haya abandonado de semejante manera. Al final resulta
que si hay un paciente en estado crítico a quien urge operar a corazón
abierto es el Partido Popular. Y no en un vídeo sino en la vida real.
Vas a tener que hacer mucha limpieza para asegurarte ese
grupo parlamentario de incuestionable fidelidad marianista que tanta
falta te hará si pretendes continuar como presidente. Gobernando en
minoría, con este puñado de blandengues que se arrugan a la primera
ventisca, no se puede ir muy lejos y lo sabes ¿Quién necesita enemigos
teniendo compañeros de partido?
Como el PP se lo
estaba poniendo tan fácil los demás parecen haberse decantado por darle
un poco más de emoción al asunto. En el PSOE, Pedro Sánchez ha decidido
abandonar la única promesa clara que habían hecho los socialistas
durante toda la legislatura: derogar sin matices la reforma laboral
popular.
Por si eso no distraía bastante, para
deleite de la militancia socialista, también ha apostado por incorporar a
Irene Lozano, antaño azote de herejes de UPyD, del bipartidismo y de
cualquiera que se interpusiera en su camino. Lo que espera ganar el
candidato socialista se antoja un misterio. Lo que ha perdido ya tiene
poco remedio. Mientras, en Podemos, como parece que ya asumen que no
eran tan listos como se creían y ya no pueden asaltar el cielo, todo
indica que se conforman con visitarlo.
Sólo tamaña sucesión de desconciertos puede explicar que Albert Rivera reúna a los suyos, en plan coaching
de triunfadores, para pedirles que insistan en la solidez de su
proyecto frente a la inconsistencia de los demás sin que a nadie le
entren ganas de saltar por la ventana y salir corriendo.
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