domingo, 18 de octubre de 2015

Dicen que es Camilo Sexto, pero eso está por demostrar



Así al primer impacto, pensé que era la última versión bótox-remendada de Concha Velasco en un mal día para el cirujano plástico de guardia. Pero no. Dicen que es Camilo Sexto. Y hay que hacer un verdadero acto de fe para creer las palabras de la prensa sin poner reparos y sin un cierto repelús. Yo sigo dudando entre la fe y el mosqueo. En este apaño Dorian Gray fashion, sinceramente, no veo rasgo alguno que me recuerde al cantante de baladas y del que representó espléndidamente la ópera rock que vimos como Jesucristo Superstar y que dejó una huella importante en muchos sentidos, en el panorama del espectáculo español. Eran otros tiempos, claro. Y Camilo Sexto era Camilo Sexto. Ahora ni los tiempos son parecidos a aquellos ni Camilo Sexto tampoco es que parezca el que fue. 

Debe ser muy duro asumir la propia realidad del tiempo en nosotros, cuando se ha hecho de la apariencia el principal nutriente de la existencia. El drama no es envejecer sino no ser capaz de asumir el hecho del paso del tiempo, que debería agradecerse y bendecirse como un verdadero regalo de la vida. Pero en este truquimundo en el que discurren nuestros días parece que el don del tiempo es el peor enemigo, y que más vale esperpento viejoven que naturaleza en flor, que aunque esté un poco mustia siempre resultará más fresca, agradecida y reconfortante que la silicona, los boxtingues y los brebajes recomponedores tentempié. 

No sé si vale la pena subirse la autoestima a base de bajarse la dignidad y la inteligencia hasta niveles casi inexistentes. 

La eutanasia es un derecho inalienable que nadie puede conculcar. Y está claro que hay muchos modos de ejecutarla con éxito. Y uno de ellos, rapidito e indoloro, seguramente, es morirse del susto al contemplarse en el espejo, por la mañana, recién despierto y, tras el reciente bamboleo por el mundo onírico, sin haber recordado aún el último paseo por el quirófano con el resultado de un recital apoteósico de la cirugía plástica en las propias carnes, que ya no son propiamente carnes, sino protésico néctar de metaestirato botóxico mezclado con plastiquito de latexticol. El último grito en alucinaciones yatrogénicas de vanguardia.

El periodista que da la crónica evoca la época en que Camilo Sexto ponía los pelos como escarpias a su auditorio, por la emoción. Se ha olvidado de explicar que ahora también vuelve a poner los pelos como escarpias. Pero de puritita dentera. Junto a Raphael puede ser el filón interminable para pelis de terror; de las del Festival del Sitges. O, sublimando el terror en esperpento, tal vez, podrían derivar en los musos perfectos para la próxima epopeya de Santiago Segura.

Algún día la medicina sin escrúpulos tendrá que rendir cuentas ante tantísimas frívolas y crueles violaciones del juramento hipocrático. Y la Familia Monster, ante el auge de su propia parentela, ensanchar el árbol genealógico para que vayan encontrando hueco los miembros, cada vez más numerosos e  innovadores.

De todos modos, para tranquilidad de sus fans y no llevarse sorpresas más raras aún, lo más acertado sería que cada aparición mutante de la criatura en los medios se acompañase del correspondiente test genético que certifique la autenticidad del aparecido. Más que nada por confirmar que no les están dando gato por liebre. O Dorian por Camilo.

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