Aprendí a jugar al fútbol en los días de fiesta. Las calles de mi barrio eran en los años 60 una pasión sin coches, con tardes largas y con porterías, es decir, con piedras y ropa infantil para dibujar el paraíso de los goles. Desde entonces mantengo la devoción por este juego, soy socio de dos equipos, veo partidos, discuto con amigos, reacciono como un energúmeno y vibro con victorias o catástrofes que en realidad no tienen mucha importancia. Decía Galeano que el fútbol es la más importante de las cosas sin importancia. Yo me lo repito con frecuencia para justificarme.
Como aficionado al fútbol, he seguido a lo largo de los años la evolución del periodismo deportivo. El periodismo político, ya se sabe, está mal, muy mal, falto de independencia, con los grandes espacios informativos en manos de las élites económicas y con unas condiciones muy duras para la gente que intenta trabajar con dignidad y sin silencios.
Por eso es tan difícil identificarse con el periodismo oficial, a no ser que se trate del periodismo deportivo, un malísimo periodismo encantador. Hace tiempo que renunció a la información objetiva para buscar la creación de audiencia. El fútbol es hoy un espectáculo televisivo y los periodistas se dedican a formar consumidores. Inventan polémicas, fuerzan tensiones, provocan banderías, pelean a las estrellas con sus entrenadores, a los porteros con su público, y proponen por sistema una realidad falsificada.
Pongo sólo un ejemplo. El Madrid empezó la liga mal y con defectos muy parecidos a los de la temporada última: un goleador encerrado en su propio egoísmo, un presidente que se mete donde no debe, un entrenador asustado, unas lesiones metódicas y un centro del campo que no funciona. Yo lo veía en el campo o en el televisor, pero los periodistas me contaban lo contrario. Pues encantado de dejarme convencer, claro que sí. El corazón que siente el fútbol ya no ve las cosas que ve, sino lo que alguien le cuenta. Los periodistas empezaron a hablar del gran juego del equipo con el fin de crear adictos y negocio para sus cadenas de televisión.
Pero como el Madrid está mal, el Madrid empezó a cosechar empates. Entonces el periodismo no nos dejó desamparados a sus fieles seguidores. Inmediatamente se lanzó a sacarle partido a la crisis. Pasó de una tontería a otra. ¡Qué buenos ratos nos ha dado Pedrerol! Muchos más que Cristiano Ronaldo.
El periodista deportivo, obligado a confrontarse con la realidad, necesita cambiar de partido en un minuto. Suele anunciar que no hay posibilidades de gol unos segundos antes de que el gol se produzca y habla de resultado inmutable y de dominio completo justo cuando el defensa comete ese error que supone la derrota o el empate. Todo se perdona. Los bufones del deporte rey, ya seamos periodistas o aficionados, solemos trabajar a las órdenes de unos presidentes que confunden el deporte con la especulación, la lealtad con la estupidez y la prensa con una fábrica de sobresueldos.
Los bufones de la información deportiva llevan hasta extremos ridículos los problemas que padece el periodismo. Eso sí, consiguen que la gente aplauda o proteste según sus consignas en los bares, las casas y las tribunas. El saber ya no puede escaparse de los dominios mediáticos. Por eso los aficionados al fútbol llevamos hasta el extremo los problemas mentales que afectan a la ciudadanía. Empezando por mí mismo, un aficionado suele ser un idiota dispuesto a comulgar con ruedas de molino en el espectáculo de la televisión.
Como el fútbol no tiene importancia, los malos hábitos del periodismo deportivo no son más que tormentas en un vaso de agua. Pero las cosas se ponen serias cuando la producción de hooligans rompe las barreras del fútbol y se extiende por la vida de un país. Me parece alarmante que el último video del PP, ese que han copiado de un partido de la República Dominicana, acabe al modo del sentimiento hooligan: una cara pintada con los colores de la bandera de España.
¿Qué opinión tiene el partido gobernante de sus ciudadanos? No nos andemos con rodeos: que somos idiotas. Hace falta pensar eso para pedir el voto desde un hospital después de haber resumido todo su peor espíritu político en el desmantelamiento de la sanidad pública. Sí, hace falta pensar eso de nosotros para convertir la futura articulación territorial del Estado en un derbi Madrid- Barça.
A lo largo de estos meses se me ha acabado la capacidad de pensar. Pesa demasiado la necesidad de sentir. Hace un año resultaba todavía posible apostar por una verdadera alternativa política. Hoy, gracias a las estrellas del periodismo deportivo y a algunos genios de la táctica, la afición sólo entiende dos actitudes: o votar al PP con la cara pintada o sacar el pañuelo y gritar “Rajoy vete ya, Rajoy vete ya, Rajoooooy vete ya…", aunque eso signifique el triunfo de la otra cara de la misma moneda. Si algo enseña el fútbol es que la moneda siempre cae en las manos del árbitro que la lanza al aire.
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