sábado, 10 de octubre de 2015

Libertad ciudadana o el arte de desobedecer monsergas rancias

Ayer en Valencia disfrutamos por primera vez y no sabemos desde cuando, una diada decente en toda la extensión de la palabra. Es cierto que la cáscara amarga del apolillamiento social, con el alcanfor ya enrarecido y ultra-pasada la fecha de caducidad, estuvo presente y vociferante por las esquinas y las aceras, pero entreverada, muy  a pesar suyo,  con el aire fresco de la democracia, la sonrisa cívica y el buen humor del resto de la valencianía. 

Por primera vez, desde que Jaume I conquistó la plaza fuerte del tío Pep y la manta al coll, -con el paréntesis de los años laicos de la II República- la Valencia más civilizada ha salido a la calle, por fin, en procesión cívica para desobedecer al poderío nacional católico y así, evangélicamente, darle al Vaticano lo suyo y a la ciudadanía, lo que le pertenece.
Mientras la procesión civil recorría las calles del centro, el 'caloret' de la ex alcaldesa Barberá y los latines siempre disponibles del Arzobispo Cañizares, con sus fieles de toda la vida, se atrincheraban en la catedral para elevar a sus bóvedas y nervaduras góticas ese Te Deum que llevan décadas ofreciendo con tanto ahínco tanto a su dios como al diablo, al mismo tiempo que los recortes, los impuestos, los fraudes a tutiplén, la masacre del metro con sangre del pueblo, los negocios desvergonzados, el abandono de los más débiles y necesitados y la corrupción putrefacta del Estado en general. 

Es lógico que ambos estilos celebrativos no coincidan, como fue hasta "lógica" también, la reacción del ganado sin pastores. Berreante y desnortado, tristemente abandonado por sus preclaros paladines de toda la vida, que, ante la debacle y sus mangancias innatas e indistinguibles de la normalidad, han ido a refugiarse al Senado y a sus exilios de oro respectivos mientras van haciendo cola en los juzgados de guardia entre imputaciones previas, acusaciones en firme y condenas en stand by, mientras las reses espantadas por su propia estampida, han perdido toda referencia y se cornean y pisotean entre sí, al mismo tiempo que la libertad, libertad, sin ira, libertad, al pasar desfilando entre las banderas de la democracia y el consenso, sólo responden  con la sonrisa, las canciones, los vítores y el mantra correspondiente: guárdate tu miedo y tu ira, porque hay libertad, sin ira, libertad, y si no la hay, sin duda, la habrá. Hay canciones cuyos mensajes se convierten en clásicos por la constatación de su vigencia perenne.

Da gusto salir a la calle y respirar otro aire en Valencia. Y eso ya viene sucediendo desde la noche del 24M. Cuando el alma de los valencianos y valencianas se sacudió el muermo y se dijo a sí misma: Hay que poder y por eso mismo, sí se puede! Sí que es pot! Y se pudo. Y se está pudiendo. Ayer lo compartimos bajo los aplausos, los vítores y el entusiasmo del civismo y los insultos de la ganadería, que aún no ha despertado y cree que necesita gañanes que la pongan en orden, porque ella a su aire se desnorta y no sabe quién es ni que la están cebando para el matadero de la indignidad y de la liquidación de sus derechos y libertades. Tampoco sabe que tiene en su mano la ocasión de pasar de la pernada del cacique a la dignidad, libertad y justicia democrática de los iguales, de los que trabajan codo con codo y frente a frente, a pie, en bici, y mirando a los ojos, sin esconder nada. Ayer se vivía el contraste de dos mundos divergentes: el que vive aferrado al miedo y a su  oscuridad de rencores anejos y el que se ha puesto a abrir puertas y a ventilar la casa de todas. A crear espacios de convivencia, entendimiento y futuro. De inteligencia colectiva. De amor y de empatía. 

Nos visitaron hermanos y compañeras de Galiza, de Euskadi, de Catalunya, de Andalucía, de Castilla La Mancha...y seguro que de más lugares, para compartir la hermosura de esta nueva diada laica y aconfesional: de todos y todas las valencianas y valencianos que deseen celebrarla así, también con el resto de pueblos y naciones. Emocionados y emocionadas. Galhegos y vascos falando valenciá mejor que molts valencians convencidos de que el valenciá que se estudia en la escuela y no se aprende al carrer, en las tabernas y de oído, no es sino una trampa saducea de los catalanes para robarles la senyera y la paella...Al contrario que otros ciudadanos, no nacidos ni criados en València, que hablan esta lengua mucho mejor; si eso no es amor y cultura verdadera, a ver qué es...
Desde ayer tenemos,más diáfano aún, el convencimiento indiscutible de que la ciudad de València, como una más de Le città invisibili de Italo Calvino, se ha levantado en la grandeza de la desobediencia moral a lo arbitrario y atávico, desde la inmaterialidad de lo posible a la poesía de lo tangible. A la música del alma colectiva que ve fraternidad lo mismo en el consenso que en el disenso respetuoso y constructivo, pedagógico, como en una familia normal, donde la fraternidad es más fuerte que las diferencias de opinión y de actitudes. 

Ayer venció la gracia y la elegancia espiritual sobre la rigidez beata y automáta, la comprensión y el autodominio de lo bello sobre la imposición de lo tenebroso, la benevolencia inteligente de lo justo y de lo ético sobre la agresividad de lo primario y de lo mecánico. Visca València, ciutat refugi, casa de tots i de totes, ciutat de amabilitat, d' anima i de cor. Un regalo festivo y hermoso de la cultura y del cariño por la tierra de todos y de todas. Felicidades, España, tu gran cambio irreversible ya está en marcha. Poquet à poquet. Y nada ni nadie lo va a parar. Es el tiempo donde se cumplen todas aquellas intuiciones lúcidas del pasado, desde la salida de las tinieblas a la luz en la caverna de Platón, a la Oda IV de Virgilio, a la Revelación de Juan de Patmos, a la alegría de Spinoza, al Imperativo Categórico de Kant, a las hermosas utopías de Marx, Kropotkin y Proudhom, pasando por Einstein y por Tesla. Y es un privilegio estar aquí para celebrar el nuevo nacimiento, ver como en medio de y hasta gracias al estiércol, nacen la mejor de las cosechas, las más perfumadas y hermosas flores y los frutos más exquisitos y alimenticios.

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