La ausencia de laicismo real en la sociedad española hace posibles las paradojas más estrambóticas. Acabo de leer una noticia demencial: "Una familia andaluza ha conseguido que el Ayuntamiento de su pueblo autorice la celebración de la comunión de su hija fuera de la iglesia, porque ninguno de ellos va a misa. Y exigen que lo mismo que las bodas por lo civil, se reconozca el derecho a la comunión civil". Y el ayuntamiento, donde la mayoría es de izquierdas (IU y Podemos, más el PA) lo ha "legislado" divinamente. Ahí queda eso.
Veamos. Pensemos un poco, que es gratis, -aprovechando que Hacienda ni el FMI y la troika, aún no han logrado comprar un sistema informático que controle el número de pensamientos y calcule su valor fiscal en el IRPF-.
La unión de una pareja para crear un vínculo de familia y de convivencia, no es asunto religioso, sino un hecho antropológico, como el nacimiento y la muerte. Antes de que apareciesen las religiones, lo mismo que nacer y morir, ya existía la unión natural de la pareja humana con reconocimiento social de la misma. En las tribus de la antigüedad se celebraban los enlaces y se siguen celebrando y valorando, como los nacimientos y defunciones, sin necesidad de una "bendición" religiosa con su registro, como censo paralelo, ligada a credos y liturgias determinadas por códigos impuestos desde estados político-religiosos como el Vaticano, la clerecía musulmana o judía o la corte de los Dalai Lamas. La intervención de los montajes religiosos en la celebración de las uniones conyugales es un hecho de apropiamiento indebido impuesto y asumido durante siglos como "natural" y al mismo tiempo como un "sacramento" religioso sin cuyo cumplimiento se ha venido considerando a los que no lo admiten, como herejes, marginales e incluso sospechosos y excluidos de la "decencia social". Aberrante. Pero ahí está, sin que apenas nadie haya reivindicado la revisión de tales abusos.
La unión de una pareja para crear un vínculo de familia y de convivencia, no es asunto religioso, sino un hecho antropológico, como el nacimiento y la muerte. Antes de que apareciesen las religiones, lo mismo que nacer y morir, ya existía la unión natural de la pareja humana con reconocimiento social de la misma. En las tribus de la antigüedad se celebraban los enlaces y se siguen celebrando y valorando, como los nacimientos y defunciones, sin necesidad de una "bendición" religiosa con su registro, como censo paralelo, ligada a credos y liturgias determinadas por códigos impuestos desde estados político-religiosos como el Vaticano, la clerecía musulmana o judía o la corte de los Dalai Lamas. La intervención de los montajes religiosos en la celebración de las uniones conyugales es un hecho de apropiamiento indebido impuesto y asumido durante siglos como "natural" y al mismo tiempo como un "sacramento" religioso sin cuyo cumplimiento se ha venido considerando a los que no lo admiten, como herejes, marginales e incluso sospechosos y excluidos de la "decencia social". Aberrante. Pero ahí está, sin que apenas nadie haya reivindicado la revisión de tales abusos.
Lo patético es que el batiburrillo religioso adobando y aprovechando la mezcla tóxica entre ignorancia, superstición, miedo y complejos varios, ha ido permeabilizando el tejido social y haciendo posible que el disparate se apodere de y deforme la sensibilidad de pueblos y naciones enteras, que no han recibido jamás una educación objetiva, verdaderamente respetuosa, que valore en igualdad de derechos el credo religioso de cada uno y no permita que ninguna creencia con poder absoluto se convierta en obligación y tiranía falsamente "espiritual"; la verdadera espiritualidad jamás se impone ni tiraniza, -y mucho menos desde el Estado imponiendo los credos en la escuela pública- al contrario, se desarrolla a la par que la conciencia, con el crecimiento y la educación en unos valores éticos que más que predicarse se aprenden en el ejercicio cotidiano en el entorno real, con el objetivo de construir el bien común, que es el único sentido sano que debe tener una religión sana, respetando la sensibilidad y las preferencias, visión e inclinaciones íntimas de los individuos en su evolución personal y colectiva, tanto en lo cognitivo, como en lo sensitivo, consciente de sí y co-responsable respecto a los demás. Si ese proceso no existe es porque las religiones ocupan ortopédicamente, como prótesis artificiales, el lugar de una conciencia individual y colectiva que no se permite desarrollar en libertad, y que precisamente es deficitaria porque las religiones la amputan si pueden, nada más nacer, en el seno de la familia 'creyente' de ovejas y pastores, y si no se consigue desde el principio, según esa salud psicoemocional intenta crecer y manifestarse al margen de la devastación suplantadora de "lo divino", con una prepotencia alucinante, entonces, la podan y la esterilizan con dogmas, imposición autoritaria y con la amenaza de un castigo eterno por rebeldía contra una "santa madre" que valora la virtud del sufrimiento, de soportar la miseria y la injusticia como "pruebas" de humildad y de santidad manifiesta. Mientras pasa por alto la corrupción, la soberbia, la avaricia, la crueldad, la falta de compasión con los que no son iguales a uno mismo en ideas, cultura, estatus o raza, el engaño institucionalizado, la complicidad con lo inicuo si produce ventajas, los abusos de todo tipo y la hipocresía como madre de la "santa" inmundicia consagrada a un dios inaceptable e inventado por el mejunje religioso, que nada tiene que ver con el espíritu libre y amorosamente sabio, "que sopla donde quiere y como quiere" (así lo definió el mismo Jesús de Nazaret), y del que todos formamos parte, sin excepciones ni castas ni pedigrises. Precisamente el espíritu es lo más democrático, creativo, justo, sano, bello, libertario y comunista que existe en este mundo, mira por donde. Y eso no mola al ppoder. Más bien lo joroba, lo desautoriza, dejando constantemente en evidencia sus ppoderosas miserias. Por eso estamos como estamos. Ains!
Ya lo advirtió en su momento la reforma luterana: el libre albedrío y el libre acceso a la relación de la conciencia con lo trascendente no lo debe ni puede manipular nadie.
Ya lo advirtió en su momento la reforma luterana: el libre albedrío y el libre acceso a la relación de la conciencia con lo trascendente no lo debe ni puede manipular nadie.
Cuando esa conciencia no se ha desarrollado suceden cosas tan enternecedoramente ridículas como solicitar al Ayuntamiento el ¡permiso! para celebrar una "comunión civil". La comunión, precisamente, es un acto puramente religioso que no tiene paralelo en ninguna realidad social; es un invento impuesto por una religión imperial a la que hemos permitido durante 1700 años que nos imponga sus rituales, sus criterios rimbombantes y sus bulas e indulgencias, que son como las preferentes. Una estafa manifiesta, clasista, injusta e hipócrita, que solo favorece a los que se las pueden pagar. La comunión no es un hecho natural como la unión de la parejas, el nacer o el morir. La comunión, como la confirmación o la extremaunción, son rituales religiosos, "sacramentos" inventados por el clero, igual que la ordenación sacerdotal, que sin religión no tienen sentido alguno. ¿Qué sentido tendría exigir que se permita rezar a la Virgen un rosario ateo o una letanía laica en la terraza de una cafetería, por ejemplo, porque mola más que ir a la Iglesia, si en el fondo se está haciendo el mismo folkore que dentro de ella?
En una sociedad despierta, inteligente y lúcida, laica de verdad, simplemente ya se educa sin esos tapujos -dando a Dios lo que es Dios y al César lo que es del César, con clarísima separación de niveles y argumentarios que gestiona la libertad de conciencia, aunque para eso, obviamente, hay que disponer de ambas- y la ciudadanía debe ser dueña de su albedrío para festejar como desee lo que cada uno considera digno de celebrarse sin pedir al Ayuntamiento el permiso para hacer un rito "por lo civil" y hasta pagando por ello un impuesto, como en el caso de esa familia andaluza, a la que le van a cobrar más de 80 euros por el evento particular que ha dejado de ser religioso para convertirse en rito municipal, certificando una vez más el vínculo establecido entre los poderes político y religioso que vienen sometiendo a los pueblos desde que se inventó la religión y la política como armas de destrucción masiva de la conciencia individual y comunitaria como realización y desarrollo de la inteligencia tanto colectiva como individual.
¿Acaso se pagan impuestos por el cumpleaños y la piñata de los niños o por la llegada del Ratoncito Pérez? Es penosísimo que sea el pago del dinero de un impuesto lo que permita la hipotética "legalidad" del ritual. Hasta qué punto nos han deformado desde lo más básico, no lo podremos valorar hasta dentro muchos años, si es que por fin decidimos sacudirnos la mugre ancestral e inoculada, que nos sigue vendiendo el Vaticano envuelta en el tributo 'al signo de los tiempos' interpretados a su aire, pero con la misma sustancia de hace 1700 años.
¿Acaso se pagan impuestos por el cumpleaños y la piñata de los niños o por la llegada del Ratoncito Pérez? Es penosísimo que sea el pago del dinero de un impuesto lo que permita la hipotética "legalidad" del ritual. Hasta qué punto nos han deformado desde lo más básico, no lo podremos valorar hasta dentro muchos años, si es que por fin decidimos sacudirnos la mugre ancestral e inoculada, que nos sigue vendiendo el Vaticano envuelta en el tributo 'al signo de los tiempos' interpretados a su aire, pero con la misma sustancia de hace 1700 años.
Después de leer cosas como éstas, se comprende aún mejor el daño que las religiones impuestas como un poder político rancio y una rutina estúpida perpetran contra los seres humanos, mermando esas facultades naturales que les han sido dadas desde su nacimiento, una percepción inocente de la realidad, una naturalidad sin prejuicios estúpidos y bloqueantes, complicando todo, enlodando la frescura natural de la creación con tapujos, retóricas, sofismas, intereses y tontunas de toda laya; confundiendo el tocino con la velocidad, haciendo, precisamente, aquello que denunciaba Jesús, el carpintero galileo, cuando calificaba a la casta religiosa como raza de víboras y sepulcros blanqueados, incapaces de entrar en el reino de Dios e impidiendo, por eso mismo, que los demás puedan entrar. Que embarullan a todos con preceptos, impuestos sin fuste, "sacrificios" y rigideces que ellos mismos no cumplen.
Ya es el colmo de la tara, que hasta los oprimidos por esa calaña, cuando se quieren liberar de ella sólo crean que la liberación consiste en no ir a la iglesia los domingos, pero siguen atados al rito hasta exigir que una "autoridad municipal", sustituta de la religiosa, les cobre por celebrar simplemente una fiesta laica de primavera con su hija para tener una "comunión civil como las bodas" tal como mandan los cánones católicos.
Ya es el colmo de la tara, que hasta los oprimidos por esa calaña, cuando se quieren liberar de ella sólo crean que la liberación consiste en no ir a la iglesia los domingos, pero siguen atados al rito hasta exigir que una "autoridad municipal", sustituta de la religiosa, les cobre por celebrar simplemente una fiesta laica de primavera con su hija para tener una "comunión civil como las bodas" tal como mandan los cánones católicos.
No hay libertad posible sin educación de la inteligencia que haga posible la lucidez de la conciencia.
Señor qué cruz!
Señor qué cruz!
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