jueves, 1 de octubre de 2015

La voz de Iñaki


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Eutanasia

EL PAÍS 

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Junto a la ley del aborto, la aceptación y regulación de la eutanasia es la otra 'bestia negra' e incomodísima asignatura pendiente de nuestra sociedad patria. Es, ciertamente, triste que aún andemos en éstas y que la insensibilidad y los prejuicios de los legisladores vayan como casi siempre por detrás de la evolución ética y cívica de la ciudadanía. 
Parece mentira que, precisamente, la cultura de raíces cristianas en Europa se haya convertido en un oscuro bunker de miedos e hipocresía cuando se abordan problemas en los que, mucho más que la Ley, con sus rigores e intransigencias, debería prevalecer la inteligencia de la compasión; nunca deberíamos olvidar aquella sabia máxima del antiguo Derecho Romano: summum ius, summa iniuria. En la exageración picajosa de la supuesta justicia late la atrocidad de la injusticia. Los 'catarismos', la 'pureza' llevada a la neurosis, también nos llevan convertir en monstruoso lo razonable, lo sano y lo justo. A regresar al medievo y a los tiempos del Santo Oficio y la Inquisición, aliñados, refinados y camuflados cínicamente con los recursos contemporáneos.
¿Cómo es posible que, a estas alturas de la historia, en un país civilizado, supuestamente, se mate a sangre fría y a tiro limpio a  los inmigrantes que intentan entrar en un país europeo, que se deje morir de hambre a nuestros semejantes en cualquier rincón del Planeta esquilmado por nuestra avidez insaciable, o condenar a muerte a los que estorban por diversas causas, y al mismo tiempo se impida que acabe el suplicio de los enfermos sin solución, ya irrecuperables hasta para la biología más elemental, condenados a un tormento inhumano por una ciencia desalmada que sólo valora sus éxitos y el cumplimiento feroz de sus protocolos clínicos, sin que importe lo más mínimo el estado real de las personas? 
¿Cómo se puede llegar a un grado semejante de ceguera? Resulta que no importa enviar a la muerte segura  a miles de soldados-reses, de cuyos contingentes hay muchos que no volverán con vida, ni que los bombardeos asesinen en masa a nuestro prójimo en cualquier lugar del mapamundi incómodo para el negocio de las bolsas, ni que fabricar y vender armas y medicamentos asesinos sea uno de los mejores negocios del mundo y no un delito digno de cárcel, pero en cambio aceptar la muerte digna de quienes sufren lo indecible bajo control del sistema sanitario y protocolario, tan cuidadoso de los detalles y de la pulcritud, horroriza las sensibilidades de los mercaderes globales, porque les altera el orden litúrgico de la farsa. Y eso lo llevan fatal. Eso por no hablar de los deportes de riesgo, de los accidentes de circulación por infracción voluntaria de las normas o de los toreros que se juegan la vida estúpidamente, pero cuya barbarie se ha dado en llamar "cultura", "arte" y hasta "la fiesta nacional". 
¿Acaso no eligió Jesucristo libremente subir a Jerusalén en la Pascua para que le sacrificasen como cordero que quitase los pecados del mundo? ¿No eligió morir y hasta dijo varias veces que lo haría? ¿Acaso no decidió ese suicidio e incluso lo provocó? ¿Cómo es posible que se haya canonizado durante siglos a a los mártires que se entregaban voluntariamente a sus asesinos para alcanzar cuanto antes la gloria eterna y se condene, al mismo tiempo, sin gota de misericordia ni de simple justicia, la muerte de los sufrientes que ya no pueden más, que están muertos en vida, y cuyos asesinos son la enfermedad con sus tratamientos degradantes de la dignidad humana y sus cómplices: los menestrales del prejuicio y del desamor? ¿ No es todo este montaje una sádica locura meapilas y un absurdo, del que se han eliminado la inteligencia emocional y las razones de la compasión para que sean las normas sin alma las que controlen el alma, el espíritu, la grandeza de la vida en tantos planos que se desconocen y se expresan en la dignidad y en la libertad humanas? ¿Cómo es posible creer que Dios pueda haber dotado al hombre de libre albedrío para todo, excepto para elegir su partida de este mundo cuando permanecer en él le supone no disponer nunca de ese mismo albedrío intocable y estar sometido sin su consentimiento o el de su familia en casos como el de la pequeña Andrea y tantos similares, a torturas consideradas  legalmente "terapéuticas"? ¿pero esa legalidad significa también licitud y legitimidad o no? ¿Somos libres de verdad a la hora de elegir como queremos o no abandonar este mundo en situaciones de horror irreversible o solo lo podemos hacer  bajo el criterio de quienes deciden por nosotras si somos libres o no para asumir la responsabilidad de nuestra muerte o de la de un ser querido privado de todo, excepto de la máquina que le mantiene atado a la vida vegetativa sin la mínima esperanza de recuperación? 

¿No será que nos han deformado con una cultura religiosa que potencia la aceptación del sufrimiento extremo e insensato como "virtud" en vez de verlo como lo que es y parece: una aberración insanísima y sadomasoquista que jamás podría imponer  como mandato ningún Dios verdadero, misericordioso, justo y en su sano juicio, y que él mismo fuese como él debería mandar? ¿No será que al adorar la bondad de Jesús se les fue la pinza a los fans y confundieron el tocino con la velocidad y empezaron a mezclar la imaginería truculenta,bárbara, cruel y tan opuesta al mensaje de vida, esperanza y gozo del Evangelio,  incluyendo en la redención el papelón maravilloso del sanedrín, Pilatos, Judas, los latigazos, la corona de espinas, los lanzazos, los clavos y la cruz? ¿Cómo es posible que la gente adore la cruz que ha matado a tanto esclavo, a tanto inocente, a tanto olvidado y aplastado por los poderes de este mundo? ¿Adoraríamos, tal vez, un rifle o una pistola, un cañón, una ametralladora o un misil o una bomba atómica, si supiésemos que mataron a un maestro religioso o a un santo ? Porque matar a Dios es imposible aunque si tenemos en cuenta que Jesús y Buda y tantos otros seres iluminados y completos, son y han sido manifestaciones de esa divinidad que todos somos en potencia (hijos del Hombre= hijos de Dios), lo más fácil sería deducir que lo que no existe es la muerte tal y como la valoramos, sino la película que nos montamos con el miedo y el sufrimiento "redentor" que nos producen la ignorancia y la limitación. 
No nacemos para sufrir, ni de coña. Nacemos para experimentar la vida libremente -eligiendo el como y con quien, pero aceptando el cuando y el donde que dependen del tiempo y del espacio disponibles, (los a prioris kantianos de las sensibilidades interna y externa), y no de nuestra voluntad, al menos, hasta que evolucionando cambiemos nuestra relación interplanos; en ello andan la Física Cuántica y la mística, cada vez mejor avenidas; somos libres para experimentar intencionalmente la vida y en ella, naturalmente, aparecen el bien estar, el gozo y la alegría lo mismo que el dolor, el desequilibrio físico, psíquico, emocional y existencial, por causas particulares y/o universales, igual que las contrariedades y contradicciones de este camino biológico hacia la conciencia, como disponemos de  la luz y la sombra, la noche y el día, los contrastes térmicos y las estaciones. Es el campo experimental de nuestro patrimonio humano, en el que las dos experiencias inevitables  y fundantes son nacer y cambiar de plano cuando ya la experiencia se ha cumplido. A eso le llamamos muerte, final, liquidación de existencias, dejar de estar disponibles para el plano biológico y consciente, si es que se ha logrado alcanzar ese punto de evolución, que no todos lo hacemos al mismo tiempo, pero sí lo hacemos tarde o temprano, según lo que vayamos elegiendo vivir con lo que nos toca en cada reparto de circunstancias. Aunque no podemos afirmar categóricamente que al apagarse la existencia tangible se apague también la esencia, el ser, como el agua no deja de ser agua al cambiar de estado y pasar del hielo al  fluído líquido y de éste, a la ligereza invisible del estado gaseoso. Y sigue siendo la misma agua que en cualquier momento puede ser nieve, niebla, lluvia o rocío y volver a ser mar, torrente, pantano y agua del grifo... Y seguir siendo la misma  sustancia  enriquecida por las experiencias tan diversas y extraordinarias.  

Nos vendría muy bien acoger la existencia y la vida, con todas sus propuestas y acontecimientos, sin tanto drama, sin violentar el ser, sin penalizarlo, sin juzgarlo, y desde luego, sin condenarlo jamás.  Es curioso que utilicemos la escuela, la universidad, los gimnasios, las bibliotecas, los talleres y la tecnología y todo ello para entrenar nuestras mentes racionales y hacerlas más exactas, más controladoras, pero es anómalo que, a estas alturas, aún no hayamos inventado centros de entrenamiento del alma, de la intuición, semilleros de conciencia, plantaciones de la inteligencia universal, de la sensibilidad superior, sin recurrir a la manipulación ni al negocio ni al utilitarismo mercantil, ni a los credos e ideologías, que a estas alturas de la evolución son un lastre mucho más que una ayuda, y aunque en su momento fueron un hito o una pista de despegue, ahora, aprendiendo a volar por dentro, conviene ir dejándolas en tierra, en los museos y archivos para recordar de donde venimos, como hacemos con los utensilios de la prehistoria. Los respetamos y admiramos, pero ya no nos  sirven como herramientas. Pues es lo mismo que algún día tendremos que hacer con los tabúes, entre ellos, el de la muerte. La Vida es eterna. Pero tiene ciclos. Y sólo cuando nos nace la conciencia en el seno del alma y bajo el soplo fecundador del espíritu, empezamos a comprender nuestros enigmas, a ver como se explican por sí mismos con el simple fluir y a colocar lo que vamos descubriendo en el lugar íntimo y compartido que corresponde a cada estado natural y al mismo tiempo tan humano como divino. Entonces, tal vez, se puede descubrir lo que significa la madurez universal de la compasión.

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