¡Viva la República Catalana!
EL PAÍS
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Por poco seny (la versión catalana de ese 'sentido común' que tanto invoca y tan poco ejercen Mariano Rajoy y sus acólitos) que se tenga, este resultado de "¡viva la República Catalana!" era el más lógico ante el desgobierno con que el pp suele tratar todos los asuntos de la cosa pública, excepto el de beneficiarse a saco por todas partes a expensas de la misma cosa pública.
El primer error del fasci-cottolengo que nos atormenta ha sido confundir la soberanía cultural y natural de los territorios de nuestra propia ciudadanía, con el "peligro" de un 'independentismo desobediente y rebelde'. Ver un enemigo en el vecino. Tener una mentalidad guerracivilista irredenta y un concepto de "paz social" como mordaza legislable y como la cosa más normal del mundo viene siendo la tónica general del pp y sus paladines más obtusos y, curiosamente, mejor valorados. Así no se puede hacer nada que supere las fronteras del absurdo anacrónico y destarifado a tutiplén y es lo más lógico que se multipliquen los motivos para querer salir a escape de la cretinez convertida en institución. Como es el caso catalán y seguramente de casi todas las autonomías que suspiran por ser una república federal y bien avenida, como la alemana, la confederación suiza o la de USA, para independizarse de una barbarie que se cree el summum de la autoridad y del poder absoluto, mientras por dentro se descuartiza sí misma, en pleno revival del viejo síndrome imperialista que nos condujo al total hundimiento español de 1898.Cuando la manía imperial de la hispanidad terminó de hacerse trizas rematando siglos de atrocidades y fastuosos esplendores de rapiñas insostenibles y filibusteras.
En cambio, el imperio inglés, tras el descalabro y la masacre de la guerra de Independencia con las colonias de ultramar que ahora son los EEUU, tuvo la inteligencia y la diplomacia de inventarse la Commonwealth para evitar rupturas irreversibles y sanguinarias, en guerras que ya están perdidas de antemano por motivaciones clarísimas como es el desarrollo natural o presionado por la falta de entendimiento, de una conciencia territorial y cultural ya separada espiritualmente del poder absoluto que controla desde muy lejos y no solo lejos geográficamente, sino sobre todo, en sensibilidad y percepción de la realidad diversa en lo político, social, cultural y económico, aceptando por la fuerza de la razón que la soberanía y la diversidad legítimas de los pueblos fuesen tomando inevitablemente fuerza ejecutiva autónoma mientras los territorios en fase de independencia consideran un beneficio mantener el vínculo cultural, económico y político con una metrópoli respetuosa de esa autonomía y de las formas sociales y soberanas de cada pueblo.
El Reino Unido podría ser un buen referente en casos como India, Gibraltar, Canadá, Australia, Sudáfrica, o últimamente Escocia, que son ejemplos interesantes para reflexionar. Pero cuando la memoria histórica falla tanto con lo próximo, como es el caso esppañolista, esperar que se valore la consideración de ejemplos extranjeros, es pedir peras al olmo o intentar sacar petróleo de una maceta. "Sabe más el tonto en su casa que el listo en la ajena" o " claro, vas a comparar Inglaterra con España, ¿no te jode?" "¿Acaso no somos diferentes? Y eso siempre ha sido así, listilla". "A ver si ahora vamos a ponerle peros a la unidad de la patria en peligro de disolución por culpa de los catalufos, pordiós!"-resoplan, cargados de sabiduría cenutria, cuando se les sugieren ejemplos prácticos de cómo otros países gestionan o han resuelto con éxito asuntos que aquí se nos quedan pendientes de solventar durante centurias y generaciones. Con tal capacidad receptiva y tal flexibilidad psicoemocional, al parecer genética y hereditaria como las dinastías reales, está claro que no hay para más.
El Reino Unido podría ser un buen referente en casos como India, Gibraltar, Canadá, Australia, Sudáfrica, o últimamente Escocia, que son ejemplos interesantes para reflexionar. Pero cuando la memoria histórica falla tanto con lo próximo, como es el caso esppañolista, esperar que se valore la consideración de ejemplos extranjeros, es pedir peras al olmo o intentar sacar petróleo de una maceta. "Sabe más el tonto en su casa que el listo en la ajena" o " claro, vas a comparar Inglaterra con España, ¿no te jode?" "¿Acaso no somos diferentes? Y eso siempre ha sido así, listilla". "A ver si ahora vamos a ponerle peros a la unidad de la patria en peligro de disolución por culpa de los catalufos, pordiós!"-resoplan, cargados de sabiduría cenutria, cuando se les sugieren ejemplos prácticos de cómo otros países gestionan o han resuelto con éxito asuntos que aquí se nos quedan pendientes de solventar durante centurias y generaciones. Con tal capacidad receptiva y tal flexibilidad psicoemocional, al parecer genética y hereditaria como las dinastías reales, está claro que no hay para más.
A la cada vez más lógica proclama del hartazgo catalán, el Estado español, pilotado por el más torpe y suicida de los timoneles, responde con el registro policial de la mansión familiar de los Pujoles. ¡Bravo, Mariano! Tu pericia desastrosa no tiene freno ni límite. No es nada fácil crear héroes de la resistencia con la materia prima de una villanía de manos largas y negras, corrupta hasta la médula institucional y privada de toda ética y decencia. Es posible que la misma familiaridad que el pp y sus mandos tienen con el lumpen político sobrecogedor les lleve a esta especie de atracción fatal hacia la persecución de sus rivales en el negocio del trinque. Porque este emperramiento en hacer puré a los corruptos catalanes emblemáticos, coleguitas y apoyo parlamentario a lo largo de varias legislaturas, y cuyas andanzas conocen de sobra desde hace la tira de años, sin considerar las consecuencias de aplicar el tratamiento castigador a destiempo, y para más inri en un momento de altísimo riesgo de ruptura y conflicto, parece una fijación freudiana, que combinada con la proximidad de las elecciones legislativas está configurando un cuadro de psicosis político-terminator y de efecto dominó irreparable. Alia iacta est! y sin remedio a la vista. Qué pena.
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