miércoles, 20 de noviembre de 2013

¿Por qué será?




Captura del vídeo en el que aparecen los inmigrantes caminando hacia Melilla. / el país

Un millar de subsaharianos, en camino a la valla de Melilla

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La Guardia Civil y las fuerzas de seguridad marroquíes abortaron esta madrugada el intento de llegar a la frontera.
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Mariano en Treblinka

por David Torres

25 nov 2013

Llevo todo el fin de semana dándole vueltas a la respuesta de Mariano cuando le preguntaron en vivo y en directo en un programa de radio por las cuchillas de la valla de Melilla: “No sé si las cuchillas pueden producir efectos sobre las personas. Habrá que mirarlo”. Son palabras que traspasan todos los límites, todas las líneas rojas, que van mucho más allá del cinismo habitual en un político profesional. Yo creo que nunca se había oído antes nada parecido en la historia de nuestra joven democracia. Ni Suárez, ni Calvo-Sotelo, ni González, ni Zapatero, ni siquiera Aznar, se habrían atrevido a decir algo semejante. A pensarlo, sí, tal vez, pero no a expresarlo de tal modo y con tal desfachatez que al pueblo ya no le quepa duda sobre qué clase de pasta está hecho su presidente.
Posiblemente era un órdago a grande, una manera de decir “si los españoles toleran esto, van a tolerar lo que sea” No le falta razón, por desgracia. No es sólo la mentira, la desvergüenza, la charlotada, la negación de la realidad en la que vive agazapado este señor. Hace falta un cuajo especial para decir eso después de los informes médicos, de las fotografías espeluznantes con jirones de ropas ensangrentados, de tantos inmigrantes heridos, de las manos cortadas, de los brazos desgarrados y hasta de una víctima que murió desangrada. La frase me sonaba de algo y no pare de darle vueltas hasta que di con su origen. Estaba en Shoah, el grandioso documental de nueve horas de Claude Lanzmann sobre el Holocausto. Lanzmann entrevista a un campesino polaco que fue testigo de varias masacres en Treblinka y le pregunta qué sintió cuándo vio a los soldados alemanes disparando sobre víctimas indefensas, rematando a culatazos a mujeres y a niños. “Nada” responde el hombre, y luego con una claridad cartesiana (mariana, podríamos añadir ahora), aclara: “Si a usted le cortan un dedo, a mí no me duele”.
En mi libro de viajes por Polonia, La sangre y el ámbar, hay un capítulo dedicado a Treblinka en el que me cuestioné una y otra vez el sentido de estas palabras. Lo titulé La longitud de nuestros dedos y en él me preguntaba qué habría sentido el campesino polaco de haber visto que mutilaban delante de él no a un pobre judío desconocido sino a su mujer, a su madre o a su padre, si sentiría algo cuando viera cómo cortaban los dedos a uno de sus hijos. ¿Dónde empieza el dolor? ¿Hasta dónde alcanzan nuestros dedos?
En un documental mucho más reciente, The Act of Killing, los verdugos que torturaron y asesinaron a miles de personas durante el golpe de estado de Suharto, hablan tranquilamente a la cámara, ríen a carcajadas mientras explican cómo se sentaban todos encima de una mesa una de cuyas patas se hundía sobre el cuello de una víctima. Lo que cuentan es real pero su desparpajo le presta el aire de un guiñol grotesco hasta tal punto que el director les dijo si querían escenificar los asesinatos. Lo hicieron encantados, vistiendo ropajes de gángsters y otros accesorios de las películas americanas que les fascinaban por aquella época. En ningún momento sienten el menor arrepentimiento, la menor culpa, excepto cuando uno de ellos se coloca en el lugar de una de las víctimas. Luego, sentado ante el televisor, ve cómo le pasan el cable mortal a través del cuello, contempla su orfandad, su dolor, su sufrimiento. “¿Ellos lo pasaban tan mal?” le pregunta confuso al director. “La verdad es que ellos lo pasaban mucho peor, porque sabían que íbais a matarlos”. El hombre se tambalea, después de cinco décadas de impunidad absoluta, y unas lágrimas de cocodrilo asoman finalmente a sus ojos.
Tenemos un presidente incapaz de imaginar el efecto de unas cuchillas afiladas sobre la carne humana. El mismo presidente cuyo objetivo político esencial era la salvación de una niña. Vivimos una farsa horripilante. (Publico.es)
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Hay que ver como molestan estos negratas subsaharianos. Qué pesados. Qué plastas. No se cansan nunca; son como los controladores españoles de la verja de Gibraltar, sólo que al revés. Ellos son los controlados y los agobiados, que huyen del hambre y de la muerte que la mano larga y negra del Occidente primermundista,civilizadísmo y cristianísimo por cierto, les ha azuzado con la explotación desde hace centurias y con el olvido contemporáneo. Hay que defender el bastión cultural, la huella magnífica y ejemplar de España en el Magreb. Empezando por Perejil y siguiendo por las emblemáticas Ceuta y Melilla, que son tan españolas como La Coruña o Villarejo de Salvanés. O Torrelodones. Aunque estén en otro país, que se llama Marruecos y en otro continente que se llama África. Como Inglaterra posee las Islas Malvinas o Gibraltar, pasando por encima de los estados a los que geográficamente pertencen. Tierras pilladas en rapiña o en chanchullo de trueque, en épocas que contemplaban el tráfico de personas y tierrascomo si fuesen la seda, la pimienta o el cardamomo. 
A los imperios hundidos y agotados siempre les hace ilusión dejar alguna huella, algún rastro de su vieja grandeur , arrugas y cicatrices en la piel del tiempo y en el alma de los pueblos sometidos, para recordarse así mismos lo poderosos y contundentes que llegaron a ser en su edad gloriosa, cuando la autoridad no tenía límite y el poder era como dioshmanda, gobernando como hay que gobernar y haciendo lo que hay que hacer con muchísihimo shentido común. Para conservar el estaus de bwana sobre los siervos y criados moritos o trabajadores/as sin papeles que son una ganga. Como si la historia fuese un Mogambo sin the end. Sin Clark Gable ni Grace Kelly ni Ava Gadner, sino con militares destacados, legiones extranjeras y asirocadas, entre  A mí a legión y Raza, minas del Riff en el recuerdo del rebelde Abd-el-Krim, y saharawis españoles, no marroquíes, abandonados por su patria de atrezzo y abuso, en busca de la tierra perdida y acorralados por las marchas verdes de cualquier  monarca hermanísimo de su malestad. Así se ha escrito una historia imperial y cutre como ella sola. Donde sólo podía hacer escala el Drangon Rapide  costeado por Juan March, con el salvador de sus pelas a bordo, para eso están las colonias. Faltaría más. No para atender fantasmas con chilaba y con más hambre que el perro del ciego del Lazarillo.
¿Pensar en instalar campamentos de acogida donde atender, explicar e incluso hacer regresar a sus países de origen, a los que escapan del horror, acompañados por proyectos de ayuda, grupos de acompañamiento, que favorezcan un regreso con garantías de apoyo real,  en vez de alambradas pinchostijeras, con malostratos, humillaciones y sufrimiento? ¿Ponerse de acuerdo con ONGs, al UE, Cruz Roja, la Media Luna Árabe y Acnur, para dar un trato mínimo humanitario, apelando a la Carta de Derechos humanos de Naciones Unidas, por ejemplo? Eso es impensable para unos gestores cuyo único objetivo es hacer que el déficit de la economía estatal que machaca a sus conciudadanos se convierta en su maná financiero y su máxima aspiración en política internacional consiste en agobiar a los llanitos del Peñón o en enviar a Ana Botella a pedir olimpiadas por caridad, a cambio de ofrecer un show gratuito y montar el negocio ruinoso de la 'marca España'. ¿Compasión? ¿Justicia? ¿Solidaridad? ¿Sentimientos humanos? Por favor, qué estupideces. Como si no hubiese asuntos mucho más importantes que socorrer a miles de monigotes sin sustancia, y sobre todo sin dinero.
La extranjería, el color demasiado oscuro de la piel, el no comer jamón y  la religión musulmana no importan si son los atributos de millonarios qataríes o de Emiratos Árabes, en ellos resultan hasta cualidades glamurosas y exóticas, pero en los miserables, merecen, simplemente, alambres con cuchillas, que les conviertan en pinchos morunos, después de hacerles picadillo la esperanza y la dignidad.

España. Vergüenza me da el pasaporte que explica por el mundo cuál es mi patria de origen.

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