En la búsqueda del camino del equilibrio social es imprescindible que no olvidemos la importancia de la conciliación entre el "dentro" y el "fuera" de nosotros mismos. Que no perdamos o, si no lo hemos encontrado aún, que no dejemos de buscar, el eje de la consciencia que nos da la capacidad y la serenidad para gestionar adecuadamente lo que nos sucede y nos afecta.
El factor de lo injusto, que es lesivo y perverso, tiende a desarrollar en nosotros una respuesta radical que con frecuencia deriva en agresividad contra la causa del desequilibrio. Evidentemente la causa va ligada a una idea, esa idea va ligada a las personas y colectivos que la elaboran, la siguen y la practican y ahí comienza la ignición del conflicto y de la guerra. De cualquier guerra, por pequeña que sea. El estado de guerra no tiene porqué ser un conflicto armado, basta con la ruptura del vínculo humano que nos sostiene como tejido social, para que éste se rompa y para que se convierta en enemigo nuestro prójimo. Y la rabia y el odio sustituyan a la empatía y a la solidaridad, a la comprensión y al respeto. Cuando esto sucede se pierden los estribos porque se sustituye una relación interpersonal adulta por un desequilibrio que convierte a un interlocutor en verdugo y al otro en víctima, a uno en perseguidor y al otro en salvador, a uno en ganador y al otro en perdedor. Son relaciones enfermas y recurrentes, como las gripes estacionales, entre el factor del poder y el de la sumisión. Todo ello un cuadro patológico establecido entre el superego y el yo freudianos, entre la parte dominante, exigente, 'protectora' y rígida y la zona inconsciente, dependiente sumisa o rebelde de lo social o de lo individual.
Berne, en su praxis del análisis transaccional los califica como el Padre y el Niño. Nuestra especie se debate en el agotamiento de esa tensión que hemos llevado a la lucha generacional y a la de clases, la de creyentes y ateos, materialistas y espiritualistas. Machismo y feminismo. Progresistas y retrógrados. A un mundo fraguado en la antipatía y en la incompatibilidad secular entre "buenos" y "malos". Una estrategia clasificadora que nos empobrece, nos limita y nos aprisiona desde hace milenios en la misma red antropológica de la destrucción, con un paso evolutivo lentísimo y atrofiante. Torpe y promotor de sufrimientos innecesarios.
Así como el dolor es inevitable, igual que el placer, y ambos forman parte activa y natural de nuestra peripecia diaria como maestros y entrenadores de la existencia, el sufrimiento es una anomalía psicoemotiva que sólo depende del modo en que nosotros manejamos nuestro dolor. El sufrimiento es el tinglado mental y obsesivo emocional que nos fabricamos con aquello que nos duele y que por el mismo montaje "sufridor" de víctimas asumido con resignación sumisa, aumenta y acaba por bloquear cualquier atisbo de solución posible. Como una losa que nos aplasta.
¿Qué elementos nos faltan para superar ese estado patológico? Básicamente, nos falta educación para desarrollar la inteligencia emocional. En la escuela y en casa, nos educan los hábitos materiales, como la higiene, la puntualidad, el estudio, el juego, la alimentación, el orden, ciertas normas necesarias para salir del estado animal, pero nadie nos da herramientas para trabajarnos "por dentro", todo se reduce a la imitación, memorización y reproducción de lo que vemos y oímos en nuestro entorno. Que es normal y está bien, pero resulta insuficiente a la hora de edificar un ser humano inserto en la humanidad para el futuro, elaborando a fondo su presente.
Tratar a los niños como deficientes mentales desde que llegan a este mundo, a base de darles todo hecho, de lactarles a demanda hasta que van a al cole confundiendo el hambre con el miedo, con el disgusto y el dolor, con el mimo y la ternura de la madre, de protegerlos tanto que no se les permite experimentar por ellos mismos las consecuencias de sus actos, llenándoles de juguetes mecánicos de los que se aburren enseguida, convirtiéndoles en hiperactivos por la falta de capacidad natural para mantener la atención en tantos puntos a la vez, o idiotizándoles con videoconsolas que les impiden jugar dinámicamente, inventar sus propios juguetes con material reciclado en casa, o sus juegos de rol, entrando en la historia e inventando personajes sin necesidad de máquinas que teledirijan su atención y les priven de su creatividad. Ahí empieza la conexión o la desconexión del "dentro" con el "fuera". La ruptura de la unidad humana, en fragmentos inconexos que durante la vida seguirán siendo un puzle sin solución, si el individuo no busca en serio su despertar consciente porque ya se considera despierto al ha estudiado o hecho muchas cosas. O ha ganado fama, dinero,poder o glamour. Algo insignificante si de compara con el descubrimiento del ser y del comprender profundamente el sentido de la propia vida y el porqué de nuestra función, más allá de la mecánica de sobrevivir rutinariamente.
El elemento fundamental de la personalidad, el árbitro moderador y clave reguladora de la comprensión, la percepción y la actividad, según Freud es el Yo. Y según Berne, el Adulto, que es el punto de encuentro y equilibrio entre el Padre y el Niño en la práctica del análisis transaccional y entre el Superego y el Ello, en el psicoanálisis freudiano. El Adulto en este sentido no es una condición cronológica que tenga que ver con la edad, sino un elemento equilibrante con el que nacemos también. Un bebé tiene su Adulto psicoemocional y hay que apelar a él para poder ayudar a su crecimiento. Si no lo hacemos así, estaremos reduciendo al niño y al futuro hombre/mujer, al estado dual del enfrentamiento constante consigo mismo, entre la parte mental impositiva y rígida o protectora y paralizante en exceso, y la zona transgresora o abúlica de la personalidad, rebelde y/o sumisa en su entramado personal. Entre la luz de "lo razonable" y las tinieblas de lo incontrolable. Y por lo tanto convertido en un miembro más de la herida social que nos lleva arrastras por la evolución de nuestra despistada y retrasada especie.
Logrando ese tipo de educación, se produce una autonomía natural y un bienestar del niño muy importante. Aprendiendo a gobernar su interior con toda naturalidad y a ir haciéndose cargo de sí mismo y a integrarse sin traumas insuperables en su entorno.
Como resultado, la sociedad, educándose así, es cada vez más responsable, equilibrada, inteligente, optimista y sana. Se ve muy bien en los países del Centro y Norte de Europa, donde la educación no sólo es un bien hipernecesario, universal, gratuito, aconfesional y laico, sino una garantía de salud, de justicia y de bienestar social. La llave del futuro.
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