Por una cuestión de tiempo
por Luis García Montero
A Eva le venía bien ir al gimnasio. El metabolismo no es igual para todas las personas. Hay quien devora postres y no engorda. Hay quien resiste la tentación, elige con cuidado los platos, renuncia a sus gustos y, en cuanto se descuida, comprueba sobre el espejo las huellas de la catástrofe. Además, para qué cerrar los ojos, pesan ya los años, acercarse a los cuarenta no es siempre cómodo, la flexibilidad se pierde y el cuerpo intenta buscar excusas para abandonarse a su deterioro. Así que encontraba un placer espiritual y físico al preparar martes y jueves su bolsa de deporte, aprovechando los huecos de la última hora de la tarde. Ejercía el sacrificio, el autodominio, su derecho a la resistencia, con la ayuda de los músculos y las articulaciones. Se sentía ágil, responsable, dueña de su vida de mujer sin pareja, pero dispuesta a no perder el atractivo y la vocación de ser feliz. Cuando su hijo preguntó por qué no iba ya al gimnasio, respondió que por falta de tiempo.
Le faltaba un curso para acabar la carrera. No era mala estudiante, pero la vida se le había enredado antes de hora con un matrimonio y un embarazo. Estudiar es una forma de pensar en el futuro que exige la comprensión del presente. Las cosas empezaron a complicarse, los libros pasaron a un segundo plano y la Facultad desapareció de su vida por unos años. La llama permaneció ardiendo, mitad por vocación, mitad porque siempre conviene tener un título. Todas las estadísticas afirman que las personas preparadas cuentan con más posibilidades de encontrar trabajo, aunque sea en algo poco relacionado con sus estudios. Por eso retomó la carrera con ánimo y pudo aprobar de forma salpicada muchas asignaturas. Había terminado cuarto en septiembre. Cuando su hijo preguntó por qué no se matriculaba de quinto, respondió que por falta de tiempo.
Nunca había sido muy derrochadora. Eva aprendió desde muy joven a hacer números. Delimitar lo necesario, apretar el dinero, ahorrar incluso un poco, permitía de vez en cuando la posibilidad de un capricho. Si se trata del monedero, la vida modesta tiende a buscar y premiar los caprichos útiles. La necesidad cobra la forma de un milagro. Nada mejor que una visita a un centro comercial después de una merienda, subir y bajar las escaleras mecánicas con un niño de la mano, mezclarse entre la gente, mirar aquí, allí, preguntar, dudar y decidir. A veces una jersey, a veces unos pantalones o unos zapatos. Si se pudiera encerrar el destino en una bolsa, la existencia sería más fácil a la hora de caminar por la calle con una sensación de felicidad humilde, de vida que se cumple sin más pretensión que vestirse y salir a la calle o ir al colegio con una ropa de la talla conveniente. Cuando su hijo preguntó por qué no salían ya a merendar, respondió que por falta de tiempo.
El cielo está muy nublado esta mañana. El día es casi tan oscuro como una mala noche en la que ha resultado difícil conciliar el sueño. Eva no tiene ánimo para nada. Con esfuerzo se levanta, despierta a Daniel, le dice que se vista y que se vaya al colegio. Allí puede pedirle un batido al profesor. Tal vez le den algo para que no se pase la mañana con el estómago vacío. Cuando su hijo pregunta por qué no prepara el desayuno, Eva contesta que por falta de tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario