domingo, 24 de noviembre de 2013

Lo que nunca contarán en el "Hola" ni en los telediarios

 

El príncipe cobarde

por Aníbal Malvar

23 nov 2013

Alucinados quedáronse unos amigos franceses el pasado lunes cuando, oh là là, contemplaron en su Canal + un reportaje titulado Le crépuscule d´un roi (el crepúsculo de un rey, como resulta obvio). Aclarar que el crepuscular protagonista del reportaje era el rey nuestro, un tal Juan Carlos. Los motivos de los hélas, los mon dieu o los ça alors! de mis gabachos no eran por el caso Urdangarín, ni por los elefantes abatidos, ni por las Corinnas, ni por esas gaitas conocidas de que Juan Carlos es el heredero de Franco y juró los principios del Movimiento un día de dictadura. Todo eso ya lo sabían los franceses, que saben más de nuestros delincuentes y de nuestros poetas que de los suyos. El motivo de la estupefacción de los franceses es cómo puede ser tan paleto, tan fascista o tan infantiloide nuestro príncipe Felipe como para mandar a unos guripas a evitar que una periodista francesa le preguntara sobre Urdangarín.
La reportera francesa le preguntó al príncipe si sabía algo de los negocios de Urdangarín.
Varios guardaespaldas, uno muy fuerte muy calvo y muy serio, rodearon inmediatamente a la reportera y la alejaron del príncipe un par de pares de metros. A empujones.
-Momment de panique -dice la reportera francesa en directo.
En dicho documental, que por su falta de interés no creo que jamás emita la televisión española, se ve a los guardaespaldas del príncipe apartar a lo lejos a la reportera, que protesta su secuestro diciendo que solo estaba haciendo una pregunta. El guardaespaldas muy fuerte muy calvo y muy serio le echa el aliento a la reportera francesa desde arriba. Discuten. Finalmente, el guardaespaldas muy fuerte muy calvo y muy serio, grita:
-La Constitución lo dice. No se le pueden hacer preguntas a los miembros de la Casa Real -o algo así.
-Eso no lo dice la Constitución -responde la reportera quizá con algo de razón.
Una de estas tres cosas es este príncipe, a la vista de los citados hechos: paleto, fascista o infantiloide. Paleto si se cree que por vetar aquí un documental de la televisión francesa no nos vamos a enterar en España. Fascista si está de acuerdo con el discutible hecho de que la Constitución impida a una periodista, aunque sea francesa, hacer una pregunta a su Alteza Real. O infantiloide si los guardaespaldas lo protegen para que no diga nada, haga nada, o piense nada que se pueda salir del recto escribir de nuestra impecable monarquía. Que el niño aun no ha cumplido los cincuenta años, y no se sabe manejar.
Mis amigos decían oh là là, y mon dieu, y ça alors, viendo cómo guardaespaldas impedían a una periodista hacerle una inocente pregunta a un triste príncipe. Quizá los franceses dicen muchas tonterías. Pero nosotros no decimos nada.

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Tremendo y vergonzoso episodio; tremenda y principesca inmadurez , pero dentro de una lógica aplastante muy acorde con las circunstancias del protagonista. No hay efectos sin causas. Ni peras en el olmo. Ni pperos lúcidos aprovechable (Inciso necesario: ayer, sin ir más lejos, cuando la manifestación contra los recortes e indecencias varias llegaba a la Plaza del Ayuntamiento de Valencia, tres grupos de personas provistas de carritos de la compra en los que llevaban un equipo casero de sonido repartido por piezas, montaron una verbena en plan bachata al paso de los manifestantes. Un ejemplo de mal gusto e indiferencia total ante el dolor humano que su partido está causando a su prójimo más indefenso). No  puede haber príncipes y reyes maduros y humanos normales y mucho menos democráticos. Monarquía y democracia son conceptos de mutua exclusión. Las soberanas inutilidades no están hechas para pensar ni elegir. Sólo para representar una función teatral. Son imposibilidades metafísicas y hasta genéticas, como en este caso. Pero todo tiene su lógica.

Si el príncipe fuese un humano normal ya hace mucho que no estaría donde está ni haciendo lo que hace ni diciendo lo que dice. Hace tiempo que se habría pirado del antro zarzuelero-huxleyano en el que vegeta tal que un liquen o un moho, practicando el parasitismo como modus vivendi; sin embargo, aunque parezca que lleva una vida principesca, ni siquiera vive. Subsistir en una pecera no es vivir plenamente ni siquiera para un pez, tampoco lo es es andar como pillado con hilvanes y alfileres de emergencia. Pobre príncipe forrado. Con tanto forramiento se ha quedado impermeable al gozo natural de lo humano. Su mundo consciente debe tener la estructura de un gofre. Cuadriculado ya de fábrica y al que sólo se le puede modificar con la salsa acompañante. Sirope, chocolate, nata o caramelo. O sea, inauguración, discursito cocinado por mentes pensantes y a sueldo, premios a repartir, discursito otra vez, saludos sin saber a quién se saluda, que todas las manos y reverencias tienen la misma bisagra y el mismo rostro plebeyo e indefinido. Y su estiramiento connatural no le permite averiguar el funcionamiento de esa morralla dócil y sin sustancia ni prestancia, que se arrastra ante su caché con tal sumisión y humillante principelatría asumida como lo más natural y constitucional en este mundo falaz, ávido y tonto, a pesar de hacerse el "listo" con tanto enredo ceremonioso.

No se puede ser adulto ni madurar jamás cuando se viene al mundo y se va vegetando en una jaula dinástica si desde antes de nacer ya han diseñado tu identidad, tu camino, tu educación, qué carcamales te van a guiar por la jungla existencial y van a determinar tu albedrío, tu forma de pensamiento y de deseos, limitando tus aspiraciones de desarrollo a un plan preconcebido desde la época de Don Pelayo. Seguramente por eso es por lo que los herederos de la corona española comienzan el abecedario de su glamour siendo príncipes de Asturias, que fue el punto de partida de la reconquista dompelayana y no de la Andalucía gaditana, por si acaso se contagian de  republicanismo constituyente. Y ahí se han quedado. En Covadonga, rodeados de osos pardos y montañas altísimas que imponen  mucho y al mismo tiempo les separan del resto del personal, al que además de súbditos por derecho de pernada, consideran poco menos que extraterrestres e incomprensibles. Mucho. De ahí les viene lo de la guardia personal y los seguratas policiales. Que son también una reminiscencia de la guardia pretoriana de los emperadores, que como tiranos que eran, necesitaban protegerse del populacho esquilmado, que se los hubiese merendado en un plís plás si los susodichos monstruos imperiales no hubiesen llevado alrededor un blindaje armadísimo y terrible, aunque de repente, y harto de locuras estrambóticas, podía acabar sublevándose e incluso matándolos como a Nerón. 

Algo así se nos antoja el anacronismo de este príncipe, de su familia y sus esbirros, a los que cada año dedicamos un pastón de nuestro trabajo, esfuerzo e impuestos, con el fin de mantenerles a cuerpo de rey y levitando indiferentes sobre la realidad ciudadana que está de ellos hasta el séptimo chakra. Que todos ellos viven a gastos pagados tutiplén fashion. Y ya debería darse cuenta el real cuarentón aventajado de que esto no es plan de futuro ni para el país ni para él. Y que debería adquirir por algún lado la madurez y los hervores que le faltan, no para reinar, -está visto que eso lo puede hacer cualquiera que nunca se despierte del modo de bella durmiente y se quede atrofiado en su zona fetal racional-emotiva para siempre-, sino para no marcharse de esta vida sin haber crecido mucho más que en centímetros. Quiero decir como ser humano normal, que es lo mínimo que exige la evolución para darnos el certificado de salud, equilibrio,consciencia y dignidad auténtica. Mucho más que dinástica. Una extraña dignidad fuera de tiesto social y cronológico, que pulula a su aire teledirigido por la inercia de los intereses y la pasta.

Sí se puede, Felipe. Ya lo creo. Todo es cuestión de despertarse. El Duque de Windsor lo hizo en su día, por amor. Buda, que también era príncipe heredero, fíjate a lo que llegó sólo con abrir los ojos a la compasión de los sabios y ver el panorama. Gandhi se despertó de su sueño de abogado inglés prestigioso y rico y liberó la India del Imperio Británico, sin disparar un sólo tiro. Adolfo Suárez que nació y creció en otra jaula aún más importante y bestia, como la dictadura franquista, lo hizo por honestidad y coherencia política. Era ministro del Movimiento anquilosado y acabó con él desbloqueándolo para traer la democracia, la libertad y el progreso de la consciencia. ¿Qué te impide hacer lo mismo con la monarquía? ¿Acaso tu inmadurez que aún necesita niñeras armadas para salir de paseo sin miedo a que los demás paseantes te pregunten cualquier cosa sobre tu cuñado el vivales y tu hermana la lista o sobre las intocables finanzas de la familia 'Borbones'? ¿Nunca te has preguntado si es normal tenerte que parapetar detrás de matones a sueldo cada vez que sales de tu madriguera, si estás limpio de adherencias si tu vida es transparente y no hay basuras escondidas debajo de tus alfombras imperiales? ¿ O si tal vez las basuras imperiales sean justamente las propias alfombras que tapan las basuras? Quizás no has pensado todavía que si no estuviesen tan a mano y no fuese tan fácil el alfombreo no habría lugar para esconder nada debajo...

Deberías salir a la calle tú solo, como un acto iniciático de liberación, aunque sea disfrazado de algo, con peluca y gabardina de inspector Clouseau, por ejemplo, y escuchar y preguntar. Tomar tierra. A lo mejor así te vas haciendo una idea de por donde va tu porvenir y el futuro de tu estirpe. Aunque no sé si estarás preparado para resistir el fiero tortazo de la realidad circundante, de lo que no tienes siquiera ni una idea aproximada, creyendo que quien te tiende la mano para pedirte pan, ya que el banco de alimentos del barrio tno iene ni una miga disponible, sólo desea saludarte con gratitud y veneración porque en la línea de María Antonieta, -una de tus tatarabuelas-  hayas dicho que en Cáritas o en Cruz Roja tengan  a bien darle un paquete de galletas por Navidad.
O a lo mejor es que, simplemente, no das para más, Felipe.

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