Violencia contra la tierra
Los acuerdos que se alcancen podrían significar un respiro para la Tierra, ahogada por la mala gestión de nuestros dirigentes
"Ustedes
tienen Dios, nosotros tenemos Omama. Ella creó la vida, creó a los
yanomamis, permite todo lo que sucede. Nosotros nos comunicamos con ella
permanentemente". ¿Quién en el mundo secularizado hablaría de corazón
de esta forma? (Palabras de un indígena yanomami Miguel Xapuri Lanomâmi,
citado por Leonardo Boff)
Como siempre, regreso
de América con el corazón alimentado de la generosidad de sus gentes,
pero con el ánimo entristecido al comprobar cómo la violencia agrede
cada día al espíritu libre de pueblos que no merecen padecer una
realidad de tal calibre. Las mujeres, las niñas y los indígenas, los más
vulnerables, siguen siendo las víctimas eternas de una situación que
clama a la conciencia y que parece eternizarse en un bucle de
asesinatos, desapariciones forzadas y demasiada impunidad. Lo he
comprobado sobre el terreno, desde mi posición privilegiada de visitante
que luego vuelve a sus asuntos, a muchos kilómetros del miedo. Pero
esta vez he podido palpar la inquietud por una nueva violencia que se
asienta en Latinoamérica, que tiene su máxima expresión en la Amazonia,
contra la que se está perpetrando sin sigilo y a la luz del día un
auténtico crimen, Ecocidio.
Hablamos de casi siete millones de kilómetros de
territorio que equilibra la atmósfera del planeta y nutre el sistema
hidrológico andino, en el que sus pobladores originarios están sufriendo
una extinción silenciosa. Los incendios han afectado a casi 150 zonas
habitadas por indígenas. Estos fuegos son un medio obligado para
deforestar y nutrir el lucrativo negocio de empresas que actúan con
total impunidad. Brasil es el epicentro de un desastre de insospechadas
consecuencias que debería alarmarnos a todos y ser un toque de atención
para Europa y el mundo entero. No sé si la destrucción de la Amazonia
puede zarandear las conciencias y revertir esta situación, pero soy
consciente de que, por el momento, a la espera de esa convulsión urgente
e imprescindible, están matando a la Madre Tierra. La devastación se
expande por otros lugares y pongo por caso a Bolivia donde en apenas una
quincena han ardido 400 mil hectáreas de forma intencionada.
Vivimos
tiempos duros para el ser humano, en los que los malos tratos, las
torturas, las ejecuciones, las desapariciones forzadas y los crímenes de
género están a la orden del día, y el hecho de haber nacido "indio" es
motivo de rechazo. Ante esto, resulta difícil pensar que los líderes
políticos y empresariales vayan a respetar a la naturaleza, aunque en
ello nos vaya la vida, la nuestra y la de las demás especies del
planeta, en una actitud completamente suicida, homicida y ecocida.
El mal ejemplo de Bolsonaro
Desde
mi experiencia acumulada sé que las cosas no suceden por casualidad.
Hay aquí un trasfondo muy grave de complicidades. Siempre subyace un
componente económico y político en toda catástrofe provocada por el
hombre. Los grandes intereses económicos requieren de la colaboración
imprescindible de los políticos que hacen suya la misión de esquilmar
los recursos naturales y destruirlos, generalmente de la mano de un
dictador o de un ultraderechista surgido de las urnas. Ya los golpes de
Estado no son necesarios, pues los políticos de turno ceden frente al
dinero de las multinacionales y sus potentes campañas de marketing,
incluso cuando pretenden la masacre de la tierra.
Brasil
se ha convertido en un ejemplo paradigmático. Jair Bolsonaro deviene,
de facto, la voz ejecutiva de intereses ligados a la explotación abusiva
de la madera, la ganadería, la agricultura, las hidroeléctricas y las
mineras que se esforzaron por lograr su llegada al poder. Desde la
Presidencia del país el mandatario avala y fomenta la explotación
ilimitada de la Amazonia, permitiéndose lanzar perlas tan sofisticadas
como: "vamos a destrozar la reserva indígena de Raposa Serra do Sol.
Vamos a darles armas a todos los terratenientes". Eso por no hablar de
su decisión de remover a los miembros de la Comisión Especial sobre
Muertos y Desaparecidos Políticos (Cemdp) durante la dictadura militar
(1964 - 1985), con la explicación de que su gobierno "es de derechas" o
de su animadversión enfermiza contra los organismos de derechos humanos o
las ONG defensoras del medioambiente. Ello da una pista de quién
encabeza la posible lista de responsables de lo que sucede en Brasil,
donde en lo que va de año, veinte defensores ambientalistas han sido
asesinados.
Federico Finchelstein aseguró en una
reciente entrevista sobre Bolsonaro: "es uno de los populistas más
cercanos al fascismo que he visto" añadiendo: "combina el neoliberalismo
con resabios fascistas". Potente afirmación de un historiador experto
en populismo y fascismo. Las trágicas consecuencias de las políticas del
actual presidente de Brasil son una demostración del peligro que supone
un gobierno de derecha extrema.
Corrupción
Pero
no sólo ocurre en Latinoamérica. También la necesidad de expandir la
agricultura y la extracción abusiva de recursos naturales es la antorcha
que prende otra de las zonas de bosque tropical más importantes de la
tierra, el Congo, corazón de una África olvidada, explotada y masacrada
por mil conflictos postcoloniales nunca resueltos y unos intereses
corporativos y políticos que prenden día a día una especie de desastre
sostenido. Así mismo, Siberia arde con el peligro añadido de su cercanía
al Ártico facilitando su derretimiento y el vertido de CO2 a los
océanos, con lo que las aguas se vuelven más ácidas. Y como consecuencia
fatal, llevando a la extinción a especies como los corales, hábitat del
25% de la vida marina, tal y como señala Rosa Castizo en un interesante
artículo.
Auspiciada por la ONU, en diciembre tendrá
lugar en Santiago de Chile la mayor cumbre mundial sobre la crisis
climática, la COP 25, en la que 30 mil personas representando a 200
países debatirán sobre nuestros mares, las energías renovables, los
ecosistemas, la biodiversidad… Los acuerdos que se alcancen podrían
significar un respiro para la Tierra, ahogada por la mala gestión de
nuestros dirigentes. Pero de poco servirá el mejor concierto si luego
ceden a intereses espurios, condicionados por las cuentas de resultados
de las empresas y las exigencias de los accionistas que les llevaron al
sillón de mando. Como manifestó hace unos días el Papa Francisco, hay
una mala palabra para toda esta catástrofe medioambiental: corrupción.
La respuesta ciudadana
Debemos
ir más allá, aportando una sólida formación a niños y jóvenes, que ya
demuestran tener mayor claridad de ideas sobre este tema que los
adultos, quienes debemos ser reeducados para cuidar mejor nuestro
planeta y dar valor al legado que transmitiremos las siguientes
generaciones. Esta educación deberá verse reflejada en una mayor acción
política y ciudadana inspirada en los valores democráticos que hacen de
la política una vocación de servicio en favor del bien común y del bien
mayor y no en el ejercicio burdo del poder en favor de las élites y sus
provechos económicos. La participación ciudadana es una fuerza capaz de
frenar los apetitos voraces de los poderosos. Pero también en el ámbito
legislativo, local e internacional, y en el de la justicia es necesario
dar pasos definitivos, sin complejos, por encima de coyunturales
intereses económicos o políticos que nos anulan por su perentoriedad
ficticia.
Debemos diseñar esos nuevos espacios, por
ejemplo a través de la jurisdicción universal, ampliando su esfera de
protección a la naturaleza. Como dice el teólogo Leonardo Boff: "El
tiempo de las naciones está pasando; ahora es el tiempo de la Tierra y
tenemos que organizarnos para garantizar los medios que sustentarán
nuestra vida y la de la naturaleza".
Se trata de
prioridades reales y no entenderlo así se traduce en una pérdida del
escaso tiempo concedido en disquisiciones estériles y diálogos de sordos
que nos convierten, cuando menos, en cómplices de los desastres que se
avecinan. Es la acción responsable y coordinada de todos y la
concienciación ante la emergencia en la que nos hallamos, las que nos
deben activar dejando de lado, de una vez por todas, la indolencia y la
parálisis que nos atenazan.
Y esto, me conduce a una
última reflexión: necesitamos analizar quiénes son los que nos
gobiernan, para quién trabajan y a dónde nos conducen. Hay que tenerlo
presente cada día, contestar con firmeza cuando detectemos la
desviación, pensar muy bien qué voto depositamos cuando acudimos a las
urnas e instar a nuestros dirigentes a que defiendan el medio ambiente,
si queremos seguir disfrutando del presente y conseguir un futuro
sostenible en el planeta Tierra. Es nuestra respuesta ciudadana más
inmediata a la violencia contra la naturaleza.
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