Lo echamos a suertes
La crisis de la democracia representativa y del hartazgo respecto a sus representantes está provocando diversos fenómenos en las distintas democracias, todos ellos preocupantes
Hay un profundo desaliento respecto a la forma de funcionamiento de una democracia representativa que nos mantiene como bufones de las dinámicas estériles de las élites políticas
EFE
"El sufragio por sorteo está en la naturaleza de la democracia. El sufragio por elección, en la de la aristocracia"
Montesquieu. El espíritu de las leyes
Comienza mañana el curso político no acabado y debiera
extenderme aquí en consideraciones sobre si habrá nuevas elecciones, sin
que las anteriores hayan cubierto su fin de formar gobierno, y sobre de
quién será la culpa de tal suceso para establecer así a quién hay que
volver a votar y a quién no. Ese es, en resumen, el estado de la
lamentable cosa pública en España.
Tal dinámica que
consiste, en esencia, en anteponer los cálculos posibilistas y los
intereses de las élites políticas gobernantes a las necesidades reales
del país, no nos es privativa. Ni en eso somos originales. La crisis de
la democracia representativa y del hartazgo respecto a sus
representantes está provocando diversos fenómenos en las distintas
democracias, todos ellos preocupantes. El auge de los populistas, la
llegada al poder del sistema de aquellos que quieren destruirlo y la
utilización de los mecanismos democráticos de forma espuria para
conseguir los propios fines pervirtiéndolos son una constante que
amenaza nuestra forma de regirnos como sociedad.
Haciendo
un poco de historia, podemos recordar que la democracia representativa
fue el pacto social resultante de las revoluciones inglesa, francesa y
norteamericana y que vino a suponer el cambio del gobierno de las élites
aristocráticas por el de las élites ciudadanas elegidas por los
ciudadanos en las urnas. Mas héteme aquí que el devenir del propio
sistema democrático ha convertido a esas élites políticas en algo tan
lejano, tan inescrutable y tan ajeno para el ciudadano como lo eran en
su día las élites aristocráticas (por no hablar del número de
aristócratas que se nos han colocado de nuevo en esas élites electas
patrias).
De ahí procede el sentimiento de no
representación que se plasmó en el 15-M español, en los Gilets Jaunes
franceses, en Nuit Debout o en Occupy Wall Street. La constatación de
que ninguna fuerza política, ni existente ni de nueva creación, ha
logrado solventar ese sentimiento de alejamiento de las élites políticas
de los problemas reales está sobre el tapete y crece y crece a medida
que comprobamos que la vida política española se mistifica sin que
seamos capaces de comprender ni qué sucede ni en qué nos beneficia esto a
los ciudadanos. Hay un profundo desaliento respecto a la forma de
funcionamiento de una democracia representativa que nos mantiene como
bufones de las dinámicas estériles de las élites políticas. Por eso,
teóricos de los sistemas políticos se plantean cada vez con más fuerza
la necesidad de una radicalización de la democracia que ponga
definitivamente en primer plano al ciudadano. Una vuelta a las raíces
atenienses. Un tipo de experiencia que no es nueva, y que se implementó
en pequeñas dosis en Dinamarca, Islandia, Brasil, Estados Unidos,
Australia o Irlanda sin que en España la hayamos introducido tan
siquiera en el debate reformista que cada día nos traen sobre esa
Constitución que unos creen blindada y otros quieren tirar a la
papelera. ¿Y si radicalizar la democracia pasara por introducir el
factor suerte?
En Atenas, la insaculación resultaba
fundamental puesto que permitía nombrar a la mayoría de los magistrados,
los miembros del Consejo de la Ciudad que preparaban las Asambleas
Ciudadanas, los tribunales de jurado y lo que hubiera sido equiparable
al Tribunal Constitucional de la época. La democracia asamblearia que
algunos partidos de nuevo cuño han intentado introducir sin éxito para
regenerar la vida política no sólo no ha solucionado, sino que ha creado
otros problemas y tampoco la idea de las primarias a la americana, con
tantos problemas incluso en su lugar de origen, ha funcionado. ¿No sería
llegado el momento de explorar y de introducir en el debate público
español la posibilidad de la regeneración mediante la democracia
participativa? No es nada demasiado revolucionario. La socialista
francesa Segolène Royal lo llevaba en su programa electoral cuando se
presentó a la presidencia de la República en 2007, en unas elecciones
que perdió ante Sarkozy. Royal tenía muy claro que "los ciudadanos no se
interesaran por la política más que si la política se interesa por
ellos" y que la democracia participativa no es populista sino todo lo
contrario, lo que acaba trayendo los populismos es el sistema
representativo puro. Y de eso nos estamos dando cuenta una década más
tarde.
Yo ya les hablé de la insaculación de las
ternas de candidatos a los nombramientos judiciales para que los
magistrados no tengan que deberle su puesto más que al azar y no a
ningún político. La cuestión es mucho más amplia. La democracia
participativa y la introducción de ciudadanos elegidos al azar en la
toma de decisiones, parte de la base de que los individuos tienden a la
racionalidad en el momento en que se deposita en ellos datos fiables y
una responsabilidad. Es la experiencia que han arrojado también en
España multitud de jurados populares. Así se han llevado a cabo
experiencias como los paneles de ciudadanos, los observatorios de
políticas públicas e incluso una suerte de estados generales basados en
la representación popular establecida por azar y, si se quiere, con un
filtro demoscópico para obtener muestras representativas.
¿Que
creen que trasladaría a los partidos políticos españoles sobre la
necesidad de formar gobierno o de mantener al Estado en un impasse de
medio año más -y que ya dura desde 2015- un panel de ciudadanos elegidos
por sorteo y que tuvieran que deliberar sosegadamente su dictamen
mediante el estudio de datos adverados como neutros y verdaderos? Es
cierto que Habermas ya nos advirtió que: "En sociedades complejas, aun
los más serios esfuerzos de autogestión se frustran debido a las
resistencias derivadas de la obstinación sistémica del mercado y del
poder administrativo" pero ahora somos menos ingenuos y sabemos que
tales presiones, del mercado y de los poderes fácticos, también se ceban
en las élites políticas emanadas del sistema representativo. Nos lo han
confesado ellos mismos en prime time. Así que ¿por qué no probar si
tales presiones son menos susceptibles de causar mella en los que no
tienen nada que ganar ni perder al tomar decisiones?
Algo
hay que hacer. Algo que vaya más allá de correr con las alcachofas
recogiendo sandeces. Algo más allá de que el espacio público esté
ocupado por un grupo de niñatos tirándose de los pelos. Algo es
necesario. Algo que pueda salvarnos. Si esto no vale vayamos pensando en
otra cosa pero, desde luego, que no piensen que pueden engañarnos a
todos todo el tiempo. Eso, si fueran más viejos, sabrían que es
imposible así como que el intento de hacerlo, por más novedoso que
parezca, sólo nos conduce a la autodestrucción.
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