Errores e irresponsabilidades ante la situación económica de España
12/09/19-Nueva Tribuna
El pasado mes de mayo, justo después de las elecciones generales, publiqué un artículo titulado Una gran oportunidad en el que anunciaba que se nos echa encima una nueva crisis pero que ésta era diferente a la que empezó en 2007.
Decía en ese artículo que España se podía encontrar ahora en buenas condiciones para beneficiarse de la crisis que viene porque ésta iba a provocar que muchas empresas e inversores muy poderosos tengan que encontrar nuevos espacios económicos donde desarrollar los nuevos tipos de negocio y de estrategias productivas que se abren paso. Espacios con recursos endógenos adecuados para ayudarles a crear valor en las nuevas condiciones que se avecinan y dispuestos a ofrecer facilidades para que las organizaciones y empresas más rompedoras puedan ponerse contra la corriente y dar un salto hacia adelante para lograr ventajas en los nuevos marcos de competencia global.
Vamos a vivir una nueva crisis global, porque se dará en economías de todo el mundo, pero que no va a dañar por igual a todas ellas. Sus peores efectos se concentrarán en las grandes empresas (que además sufrirán una crisis paralela de las bolsas de valores), en las mayores potencias económicas y en las periferias más dependientes. Pero las economías intermedias y con menos fortaleza en el marco productivo actual que entra en crisis (como la española) podrían tener más posibilidades de eludirla y de aprovechar los nuevos vientos que alentará el desorden. Aunque, eso sí, no podrán tomar vuelo limitándose a dejarse llevar por la inercia, sino que deberán ser capaces de adaptarse y de adelantarse a los acontecimientos.
Aunque no podemos confiarnos en exceso, porque una desaceleración profunda y generalizada y una crisis originada en el mundo empresarial, como la que va a producirse, es siempre algo peligroso para todos, España podría estar en unas condiciones excepcionales para hacer frente con éxito a la nueva crisis. Paradójicamente, nuestro lugar secundario, la relativa debilidad de nuestra oferta en el contexto global y la mala situación de otras economías que competirían con nosotros, como la de Italia, podrían ayudarnos en esta ocasión, si nos adaptamos con inteligencia a lo que se nos viene encima.
Pero esa oportunidad está en peligro porque se están cometiendo algunos errores de apreciación y, lo que es peor, graves irresponsabilidades.
No estoy de acuerdo con otros colegas académicos, de partidos o de organismos económicos que creen que la respuesta más adecuada ante la crisis que se aproxima es la de limitarse exclusiva o principalmente a aplicar políticas fiscales y monetarias expansivas. Yo no creo que estemos sólo ante una simple desaceleración que se resuelve aumentando el combustible y gastándolo en mayor medida. En esta ocasión creo que los problemas vienen de un desajuste productivo muy grave como consecuencia de una alteración profunda de los mercados, de tensiones comerciales estructurales, del cambio tecnológico traumático que se abre paso, de problemas energéticos, de la desigualdad extraordinaria y creciente, y de un divorcio ya insostenible entre la actividad económica y la naturaleza, la realidad física y material que precisa la economía para desenvolverse pero cuyos problemas no tienen adecuadamente en cuenta ni la Economía como conocimiento ni la política económica.
Es cierto que no podemos permitirnos que nuestra demanda siga debilitándose y que hay que sostenerla. Pero también hay que evitar alimentarla sin reajustar la oferta y, por supuesto, hacerlo sólo mediante deuda. Inyectarle más recursos sin abordar los problemas que van a afectar a la producción de los bienes y servicios no creo que ahora, en el corto plazo en el que por definición hay que aplicar terapias de choque a las crisis, vaya a ser útil ni posible sin crear problemas mayores. Entre otras razones, porque creo que esta crisis puede traer subidas de precios que provoquen alzas de los tipos de interés que harían estallar por doquier y antes de lo esperado numerosas crisis de deuda.
A diferencia de lo que se precisaba en la crisis de 2008 para frenarla, ahora son imprescindibles medidas de reajuste productivo, tecnológico y energético, cambios institucionales y legales, incluso nuevas culturas de producción y consumo. La crisis que viene no se va a producir porque falte gasto, por problemas en el lado de la demanda, sino por los que se han acumulado, como acabo de decir, en el de la oferta. Y no conviene olvidar que fue precisamente una crisis de este tipo, de oferta, en los años setenta del siglo pasado la que convirtió en completamente inútiles a las políticas keynesianas de demanda que tan exitosas habían sido hasta entonces.
Es lamentable que en España no se haya abierto un debate serio y plural sobre la naturaleza de la crisis que viene y sobre las mejores respuestas que conviene darle.
Irresponsabilidades más graves todavía se derivan del comportamiento de los grandes partidos políticos y del tiempo que se ha perdido desde que se celebraron las últimas elecciones generales.
La actitud de la derecha española antes los grandes problemas cuando no gobierna es bien conocida: impedir de cualquier forma y sin escrúpulos que salgan adelante las políticas de quienes no comparten su idea de España o los intereses que defiende. A esa estrategia irresponsable responde el decir, como ha dicho uno de sus principales dirigentes -Teodoro García Egea- que «España está en recesión». Pareciera que es lo que desean con tal de poder echárselo en cara al gobierno.
Pero la izquierda no parece que le ande a la zaga en cuanto a irresponsabilidad, al ser incapaz de conformar el gobierno con estabilidad asegurada que España necesita urgentemente y que hoy día sólo puede basarse en una mayoría parlamentaria que pivote en torno al PSOE y a Unidas Podemos.
Es una irresponsabilidad actuar -como está haciendo el PSOE- creyendo que unas nuevas elecciones le darán más ventaja dentro de unos meses. Podría ser que los socialistas salieran ganando, pero sería, sin lugar a dudas, a costa del bienestar de la inmensa mayoría de los españoles.
No se puede esperar más. Hacer frente a una crisis como la que viene con un gobierno en funciones, sin proyecto, en medio de la incertidumbre política y creando un clima de creciente desconfianza y de falta de cooperación y complicidad es suicida.
Los dirigentes del PSOE y Unidas Podemos tienen la obligación de dejar a un lado lo que los separa para poner sobre la mesa sus coincidencias, siendo conscientes de que no negocian para satisfacer a sus respectivas militancias y ni siquiera a sus votantes. Cuando se trata de formar un gobierno ha de pensarse en el conjunto de la población y en los intereses generales, tal y como se han decantado en las elecciones, el mejor sistema que tenemos para vivir en paz y con eficiencia, por muy imperfecto que sea.
Tanto el PSOE como UP tienen en sus respectivos programas electorales propuestas suficientes para poder enfrentarse a los problemas económicos que se avecinan con muchos menos costes sociales que los que provocaría un gobierno de los tres partidos de la derecha. Dejar a los españoles a la intemperie ante la tormenta que se está gestando es una gravísima irresponsabilidad.
No soy tan ingenuo como para creer que un gobierno de coalición como quiere Unidas Podemos, de colaboración como desea el PSOE, «a la portuguesa» como parece ser la preferencia de algunos dirigentes de Izquierda Unida, o de cualquier tipo que fuese con el apoyo de estas fuerzas, va a poder actuar sin costes sociales y sin necesidad de imponer sacrificios notables a la mayoría de la población. Se podrían aliviar, sin duda, pero lo que está en el horizonte es una ruptura muy profunda de las bases tecnológica y productiva que sostienen actualmente a la economía capitalista. Las costuras del capitalismo que hemos conocido se están rompiendo de nuevo y es imposible que eso suceda sin traumas y sin conflictos dolorosos, porque los grandes poderes corporativos (ya lo hemos visto otras veces a lo largo de la historia) no van a ceder fácilmente a sus beneficios ni a sus posiciones de privilegio.
Y de ahí procede, a mi juicio, la irresponsabilidad de Unidas Podemos. Desaprovechar la oportunidad de que en España haya un gobierno que se enfrente a la crisis que viene con la voluntad de minimizar sus costes sobre la población más indefensa y de aprovecharla para cambiar algo el rumbo de nuestra economía es -como acabo de decir- una irresponsabilidad. Pero poner todo el empeño en la gestión del corto plazo, cuando se van a tener las manos atadas y cuando habrá que tomar medidas impopulares, renunciando al diseño de estrategias de más largo alcance y a la presión que las haría viables en el futuro, tampoco es un signo de tener mucha más responsabilidad.
Y ahí es donde está la clave. Es irresponsable que las izquierdas españolas no sepan afrontar con inteligencia la gestión de lo inmediato, pero es peor aún que no estén haciendo nada por adelantarse al futuro elaborando el proyecto político y económico de largo alcance que es imprescindible para enfrentarse a los cambios que están empezando a producirse en el capitalismo. Y esa es la verdadera causa de que les resulte tan difícil llegar a un acuerdo. Pero de este último asunto escribiré en un próximo artículo.
Decía en ese artículo que España se podía encontrar ahora en buenas condiciones para beneficiarse de la crisis que viene porque ésta iba a provocar que muchas empresas e inversores muy poderosos tengan que encontrar nuevos espacios económicos donde desarrollar los nuevos tipos de negocio y de estrategias productivas que se abren paso. Espacios con recursos endógenos adecuados para ayudarles a crear valor en las nuevas condiciones que se avecinan y dispuestos a ofrecer facilidades para que las organizaciones y empresas más rompedoras puedan ponerse contra la corriente y dar un salto hacia adelante para lograr ventajas en los nuevos marcos de competencia global.
Es una irresponsabilidad actuar creyendo que unas nuevas elecciones le darán más ventaja dentro de unos meses. Podría ser que los socialistas salieran ganando, pero sería, sin lugar a dudas, a costa del bienestar de la inmensa mayoría de los españolesLa nueva crisis va a manifestarse -como explico con más detalle en un nuevo artículo que publicaré esta misma semana- en un desorden muy grande en la oferta de bienes y servicios, es decir, en las empresas que los producen. Y de él sólo van a poder escapar las organizaciones y economías más innovadoras y las que estén en condiciones y dispuestas para cambiar rápidamente de estrategia y de lógica productiva y financiera.
Vamos a vivir una nueva crisis global, porque se dará en economías de todo el mundo, pero que no va a dañar por igual a todas ellas. Sus peores efectos se concentrarán en las grandes empresas (que además sufrirán una crisis paralela de las bolsas de valores), en las mayores potencias económicas y en las periferias más dependientes. Pero las economías intermedias y con menos fortaleza en el marco productivo actual que entra en crisis (como la española) podrían tener más posibilidades de eludirla y de aprovechar los nuevos vientos que alentará el desorden. Aunque, eso sí, no podrán tomar vuelo limitándose a dejarse llevar por la inercia, sino que deberán ser capaces de adaptarse y de adelantarse a los acontecimientos.
Aunque no podemos confiarnos en exceso, porque una desaceleración profunda y generalizada y una crisis originada en el mundo empresarial, como la que va a producirse, es siempre algo peligroso para todos, España podría estar en unas condiciones excepcionales para hacer frente con éxito a la nueva crisis. Paradójicamente, nuestro lugar secundario, la relativa debilidad de nuestra oferta en el contexto global y la mala situación de otras economías que competirían con nosotros, como la de Italia, podrían ayudarnos en esta ocasión, si nos adaptamos con inteligencia a lo que se nos viene encima.
Pero esa oportunidad está en peligro porque se están cometiendo algunos errores de apreciación y, lo que es peor, graves irresponsabilidades.
No estoy de acuerdo con otros colegas académicos, de partidos o de organismos económicos que creen que la respuesta más adecuada ante la crisis que se aproxima es la de limitarse exclusiva o principalmente a aplicar políticas fiscales y monetarias expansivas. Yo no creo que estemos sólo ante una simple desaceleración que se resuelve aumentando el combustible y gastándolo en mayor medida. En esta ocasión creo que los problemas vienen de un desajuste productivo muy grave como consecuencia de una alteración profunda de los mercados, de tensiones comerciales estructurales, del cambio tecnológico traumático que se abre paso, de problemas energéticos, de la desigualdad extraordinaria y creciente, y de un divorcio ya insostenible entre la actividad económica y la naturaleza, la realidad física y material que precisa la economía para desenvolverse pero cuyos problemas no tienen adecuadamente en cuenta ni la Economía como conocimiento ni la política económica.
Es cierto que no podemos permitirnos que nuestra demanda siga debilitándose y que hay que sostenerla. Pero también hay que evitar alimentarla sin reajustar la oferta y, por supuesto, hacerlo sólo mediante deuda. Inyectarle más recursos sin abordar los problemas que van a afectar a la producción de los bienes y servicios no creo que ahora, en el corto plazo en el que por definición hay que aplicar terapias de choque a las crisis, vaya a ser útil ni posible sin crear problemas mayores. Entre otras razones, porque creo que esta crisis puede traer subidas de precios que provoquen alzas de los tipos de interés que harían estallar por doquier y antes de lo esperado numerosas crisis de deuda.
A diferencia de lo que se precisaba en la crisis de 2008 para frenarla, ahora son imprescindibles medidas de reajuste productivo, tecnológico y energético, cambios institucionales y legales, incluso nuevas culturas de producción y consumo. La crisis que viene no se va a producir porque falte gasto, por problemas en el lado de la demanda, sino por los que se han acumulado, como acabo de decir, en el de la oferta. Y no conviene olvidar que fue precisamente una crisis de este tipo, de oferta, en los años setenta del siglo pasado la que convirtió en completamente inútiles a las políticas keynesianas de demanda que tan exitosas habían sido hasta entonces.
Es lamentable que en España no se haya abierto un debate serio y plural sobre la naturaleza de la crisis que viene y sobre las mejores respuestas que conviene darle.
Irresponsabilidades más graves todavía se derivan del comportamiento de los grandes partidos políticos y del tiempo que se ha perdido desde que se celebraron las últimas elecciones generales.
La actitud de la derecha española antes los grandes problemas cuando no gobierna es bien conocida: impedir de cualquier forma y sin escrúpulos que salgan adelante las políticas de quienes no comparten su idea de España o los intereses que defiende. A esa estrategia irresponsable responde el decir, como ha dicho uno de sus principales dirigentes -Teodoro García Egea- que «España está en recesión». Pareciera que es lo que desean con tal de poder echárselo en cara al gobierno.
Pero la izquierda no parece que le ande a la zaga en cuanto a irresponsabilidad, al ser incapaz de conformar el gobierno con estabilidad asegurada que España necesita urgentemente y que hoy día sólo puede basarse en una mayoría parlamentaria que pivote en torno al PSOE y a Unidas Podemos.
Es una irresponsabilidad actuar -como está haciendo el PSOE- creyendo que unas nuevas elecciones le darán más ventaja dentro de unos meses. Podría ser que los socialistas salieran ganando, pero sería, sin lugar a dudas, a costa del bienestar de la inmensa mayoría de los españoles.
No se puede esperar más. Hacer frente a una crisis como la que viene con un gobierno en funciones, sin proyecto, en medio de la incertidumbre política y creando un clima de creciente desconfianza y de falta de cooperación y complicidad es suicida.
Los dirigentes del PSOE y Unidas Podemos tienen la obligación de dejar a un lado lo que los separa para poner sobre la mesa sus coincidencias, siendo conscientes de que no negocian para satisfacer a sus respectivas militancias y ni siquiera a sus votantes. Cuando se trata de formar un gobierno ha de pensarse en el conjunto de la población y en los intereses generales, tal y como se han decantado en las elecciones, el mejor sistema que tenemos para vivir en paz y con eficiencia, por muy imperfecto que sea.
Tanto el PSOE como UP tienen en sus respectivos programas electorales propuestas suficientes para poder enfrentarse a los problemas económicos que se avecinan con muchos menos costes sociales que los que provocaría un gobierno de los tres partidos de la derecha. Dejar a los españoles a la intemperie ante la tormenta que se está gestando es una gravísima irresponsabilidad.
No soy tan ingenuo como para creer que un gobierno de coalición como quiere Unidas Podemos, de colaboración como desea el PSOE, «a la portuguesa» como parece ser la preferencia de algunos dirigentes de Izquierda Unida, o de cualquier tipo que fuese con el apoyo de estas fuerzas, va a poder actuar sin costes sociales y sin necesidad de imponer sacrificios notables a la mayoría de la población. Se podrían aliviar, sin duda, pero lo que está en el horizonte es una ruptura muy profunda de las bases tecnológica y productiva que sostienen actualmente a la economía capitalista. Las costuras del capitalismo que hemos conocido se están rompiendo de nuevo y es imposible que eso suceda sin traumas y sin conflictos dolorosos, porque los grandes poderes corporativos (ya lo hemos visto otras veces a lo largo de la historia) no van a ceder fácilmente a sus beneficios ni a sus posiciones de privilegio.
Y de ahí procede, a mi juicio, la irresponsabilidad de Unidas Podemos. Desaprovechar la oportunidad de que en España haya un gobierno que se enfrente a la crisis que viene con la voluntad de minimizar sus costes sobre la población más indefensa y de aprovecharla para cambiar algo el rumbo de nuestra economía es -como acabo de decir- una irresponsabilidad. Pero poner todo el empeño en la gestión del corto plazo, cuando se van a tener las manos atadas y cuando habrá que tomar medidas impopulares, renunciando al diseño de estrategias de más largo alcance y a la presión que las haría viables en el futuro, tampoco es un signo de tener mucha más responsabilidad.
Y ahí es donde está la clave. Es irresponsable que las izquierdas españolas no sepan afrontar con inteligencia la gestión de lo inmediato, pero es peor aún que no estén haciendo nada por adelantarse al futuro elaborando el proyecto político y económico de largo alcance que es imprescindible para enfrentarse a los cambios que están empezando a producirse en el capitalismo. Y esa es la verdadera causa de que les resulte tan difícil llegar a un acuerdo. Pero de este último asunto escribiré en un próximo artículo.
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