Hasta la última fosa
Una tumba vacía y otras muchas que siguen llenas. Otra maldita ficción sobre la exhumación de Franco
Y llega por fin el día.
Una vez apartado el último juez, rechazados los recursos de la familia,
vencida la resistencia del prior y tomado posesión el nuevo gobierno,
llega por fin el día en que nos sentamos todos frente a las pantallas
para ver en directo la exhumación de Franco.
El
gobierno asegura que ha intentado ser discreto y evitar el espectáculo,
pero en la explanada frente a la basílica están todas las televisiones,
cientos de periodistas de medio mundo, multitud de curiosos, unos
cuantos fascistas y muchos guardias civiles acordonando. Y nosotros en
casa, zapeando y tuiteando, compartiendo la euforia y la incredulidad
del momento. El momento histórico, así lo decimos. No nos dejan ver la
maniobra en directo, tendremos que esperar a que días después se filtre
un vídeo que muestra el momento en que los operarios levantan una
baldosa en la cabecera y otra a los pies de la lápida, clavan palancas,
encajan gatos hidráulicos, ajustan enganches, manejan la grúa,
descorchan la tumba, colocan rodillos, hacen rodar la plancha sobre
ellos, alzan los mil quinientos kilos de granito, iluminan el interior y
no hay nada.
"¿Cómo que no hay nada?", pregunta el jefe del equipo,
pregunta el secretario de Estado que los acompaña, pregunta minutos
después el presidente cuando es informado, preguntan los periodistas al
difundirse el imprevisto, preguntamos todos en nuestras casas y
trabajos, la misma pregunta que se repite en las calles y en las redes
sociales: "¿cómo que no hay nada?"
Al principio
pensamos en un malentendido, incluso una broma inoportuna, lo pensamos
nosotros y lo piensan los periodistas y lo piensa el presidente cuando
le llama el secretario de Estado y le dice lo mismo que acaba de
confirmarle el jefe del equipo: que la tumba está vacía, que no hay nada
dentro. Bueno, casi nada: está el ataúd abierto y vacío, hay una
bandera vieja y cintas de ramos de flores. Y una nota.
"¿Han dejado una nota, en serio?". La pregunta recorre otra vez toda la cadena operario-jefe-secretario-presidente-periodistas-ciudadanos, y en el mismo orden iremos viendo el folio doblado que aparece dentro del ataúd y que, desplegado y leído dice con letra de impresora: "Nos lo hemos llevado. No permitiremos que lo entierren en un lugar público. Le hemos dado la sepultura que merece: la misma que él dio a sus víctimas".
"¿Han dejado una nota, en serio?". La pregunta recorre otra vez toda la cadena operario-jefe-secretario-presidente-periodistas-ciudadanos, y en el mismo orden iremos viendo el folio doblado que aparece dentro del ataúd y que, desplegado y leído dice con letra de impresora: "Nos lo hemos llevado. No permitiremos que lo entierren en un lugar público. Le hemos dado la sepultura que merece: la misma que él dio a sus víctimas".
La
incredulidad, la posibilidad del malentendido o la broma, aguantan
todavía unas horas, hasta que la Guardia Civil revisa la grabación de
las cámaras de seguridad y en efecto, ahí están: cuatro hombres que dos
semanas antes, de madrugada, entraron en la basílica nadie se explica
cómo, destaparon la tumba con la ayuda de gatos, palancas y rodillos,
abrieron la caja, sacaron con poco cuidado el cuerpo momificado,
volvieron a cerrarlo todo y desaparecieron. Nadie entiende cómo han
podido pasar dos semanas sin que ningún vigilante, monje o visitante se
diese cuenta (solo uno de los operarios al llegar notó que una baldosa
estaba rota), pero ya no hay tiempo para preguntarse por la seguridad
del Valle de los Caídos, ahora son otras las preguntas sobre la mesa del
gobierno, en las redacciones y en las calles, y son urgentes: ¿quién se
lo ha llevado? ¿Dónde lo han metido? ¿Qué va a hacer el gobierno?
Una
a una, por favor, no hagan todas las preguntas a la vez, pide la
portavoz en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros: ¿quién
se lo ha llevado? No lo sabemos, confiemos en la investigación
policial, y respetemos el secreto de sumario decidido por el juez.
¿Dónde lo han metido? Todo apunta a que lo habrían enterrado en una de
las fosas que dejó el franquismo, pero desconocemos cuál, esperemos que
la investigación dé sus frutos. ¿Qué va a hacer el gobierno? Todo lo
posible por solucionar un problema con el que nadie contaba, y que
afecta a una familia que tiene derechos, y a un personaje que, al margen
de nuestras convicciones democráticas, es un personaje histórico, y fue
jefe de Estado, de modo que la voluntad del gobierno es encontrarlo
cuanto antes, restituirlo a su familia, y poner a los responsables a
disposición judicial, gracias, no hay más preguntas por hoy.
Es
una profanación, es una humillación no a los franquistas sino a todos
los españoles, es un ridículo inmenso del gobierno, es un delito, es un
escándalo, es un pitorreo internacional, es culpa del gobierno por andar
jugando con huesos, ha sido la extrema izquierda, han sido los enemigos
de España, han sido los catalanes. Partidos, medios y tertulianos de
derecha, centro derecha, extrema derecha y extremo centro acusan al
gobierno, piden responsabilidades, exigen dimisiones, acuden a juzgados y
comisarías, reclaman colaboración ciudadana, prometen endurecer el
código penal, organizan desagravios a la familia, urgen al ministro de
Interior para que encuentre de inmediato a los autores y al cadáver,
hacen pintadas y rompen cristales en las sedes de partidos y sindicatos.
No falta un juez tardofranquista que por su cuenta abre una
investigación, ordena registros y detenciones, llama a declarar a
testigos, y acaba archivando al no encontrar nada.
Desde
la izquierda, por su parte, los partidos lamentan el espectáculo que
nos podríamos haber ahorrado si hubiésemos resuelto este asunto muchos
años antes, los periodistas y tertulianos hablan de esperpento, piden
dejarlo estar y no dedicar más recursos públicos, se aguantan las ganas
de hacer chistes en público, los mismos chistes y memes que triunfan en
las redes y en la calle. No se ríen las asociaciones de memoria ni los
familiares de víctimas del franquismo, que piden un enterramiento digno
para todos, también para Franco, el mismo enterramiento que piden para
sus desaparecidos y que Franco les negó y también la democracia les ha
negado durante décadas.
Pasan los días, y la falta de
noticias o resultados policiales deja hueco para que corran rumores y
bulos, comunicados fantasmales que nadie comprueba, testigos que
aseguran haber visto movimientos sospechosos en las inmediaciones de
fosas sin abrir, tierra que parece recientemente removida. El gobierno y
el juez, cada uno por su lado, atienden algunas de esas informaciones
dudosas, envían equipos a una docena de pueblos, abren fosas comunes, no
encuentran a Franco, pero al excavar salen decenas de cadáveres que son
recuperados, identificados, entregados a sus familiares.
Con
el paso de los días muchos nos vamos olvidando del asunto, desaparece
de las portadas, merece algún breve en páginas interiores, decaen hasta
las bromas, no hay novedades, no hay avances en las investigaciones,
pero otros insisten, mantienen viva la búsqueda, se unen a ella: varios
ayuntamientos gobernados por la derecha deciden por su cuenta abrir
fosas en sus términos municipales, por si aparece en alguna de ellas, y
no tardan en sumarse comunidades autónomas también gobernadas por la
derecha, que destinan presupuesto y equipos para abrir fosas en su
territorio. Cada apertura es vigilada de cerca por las asociaciones de
memoria y las familias de las víctimas del franquismo, que avisan al
juez local y consiguen que, cada vez que una máquina abre la tierra, los
mismos operarios saquen de allí a sus familiares asesinados, los
identifiquen y se los entreguen para que puedan homenajearlos y
enterrarlos con dignidad.
Así pasan varias semanas en
las que unos y otros abren casi un centenar de fosas por toda España,
sin encontrar a Franco pero sí exhumando a más de dos mil desaparecidos.
Pero es como buscar una aguja en un pajar, advierten algunos, hay
cientos de fosas por todo el país, cómo vamos a abrirlas todas, ni
siquiera sabemos si de verdad lo han enterrado, se están riendo de
nosotros, lo tendrán escondido en un trastero y se descojonan viendo
cómo excavamos, además están consiguiendo que les hagamos el trabajo a
las asociaciones esas de la memoria, esa es la estrategia, ya está bien.
Unos
y otros van retirándose, detienen las excavadoras, dan por perdido al
dictador, se encomiendan a las investigaciones policiales y judiciales
que no han avanzado nada en dos meses. Pero los autores de la
profanación difunden en redes sociales un vídeo: en él se ve cómo varios
encapuchados manejan en la noche una bolsa de plástico que abren un
instante para que veamos su contenido, lo deslumbran con la linterna y
ahí está, es él, inconfundible pese a lo acecinado de sus carnes. En el
vídeo vemos cómo abren la tierra en algún lugar sin identificar, manejan
palas y rastrillos, excavan un metro de profundidad, aparecen huesos
entre la tierra, un esqueleto completo, dos, y ahí mismo echan la bolsa
con el cuerpo, ligera al levantarla, la acuestan ahí abajo y la cubren
de tierra.
La policía analiza con minuciosidad el
vídeo sin conseguir identificar a los autores y lo que es peor, sin
reconocer el lugar que aparece, lo poco que se aprecia a la débil luz de
las linternas, un paisaje común, matorrales, un árbol del que ni
siquiera se adivina la especie.
Hay quien insiste en
que todo es una burla, que no podemos seguirles el juego. El gobierno
por su parte pide paciencia y confianza en las fuerzas y cuerpos de
seguridad, acabarán encontrando a los autores y recuperando el cuerpo,
no escatiman esfuerzos, lo harían con cualquier otra familia. Pero los
impacientes no van a quedarse de brazos cruzados: la familia del
dictador desaparecido, y la fundación que de él toma nombre, hacen un
llamamiento a la sociedad, abren una cuenta bancaria para donaciones que
no tardan en llegar, de particulares y de algunas empresas que piden
anonimato, generosas donaciones que permiten contratar equipos para
localizar fosas y abrirlas hasta encontrarlo.
Una tras
otra van levantando fosas, incluso fosas que hasta ahora no habían sido
identificadas, gracias a la colaboración de descendientes de los
franquistas que en cada pueblo han guardado en secreto el lugar donde
fusilaron y enterraron a los republicanos locales, y que ahora desvelan
por contribuir a la buena causa de restaurar el honor del caudillo.
Una
tras otra van levantando fosas, los forenses y operarios contratados
por la familia y por la fundación, pero también particulares que por su
cuenta organizan intervenciones, por afinidad ideológica o por la
recompensa que la familia Franco promete a quien dé con él, cada vez más
gente se une a esta versión de la búsqueda del tesoro.
Una
tras otra van levantado fosas, siempre acompañados por activistas de la
memoria y familiares de víctimas, que vigilan in situ que el
desenterramiento cumpla los protocolos; activistas y familiares que en
cada exhumación documentan todo, se hacen cargo de los restos para su
identificación, lo ponen en conocimiento del juzgado más cercano, y una
vez vaciada la fosa instalan en su lugar un monolito, una placa, un
recuerdo a los asesinados. Hay algunas escenas de tensión, los
franquistas no aceptan que esos de la memoria se aprovechen de su
trabajo, los acusan de ser ellos los profanadores para lograr
precisamente esto, que les hagan el trabajo gratis, algún tertuliano
comenta la ironía del destino, la justicia poética, franquistas
desenterrando víctimas del franquismo, pero nada frena a quienes están
dispuestos a roturar el suelo del país entero con tal de encontrar a su
caudillo, que sigue sin aparecer y cada vez quedan menos lugares dónde
buscar, hay quien dice que acabarán localizando y abriendo hasta la fosa
de García Lorca, no sea que lo hayan metido allí. Hay quien se rinde,
hay quien lo da por imposible, hay quien se olvida, pero otros insisten,
seguirán buscando aunque tengan que abrir hasta la última fosa.
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