martes, 24 de septiembre de 2019

Lo más positivo y esperanzador es el brote de conciencia emergente, que como siempre nace de la base real humana masificable y por ello manipulable, llevada al borde del precipicio, precisamente por una falta globalizada de conciencia que durante siglos y milenios ha montado las polvaredas que ahora son montañas y mares de lodo in crescendo, incompatibles con la vida. El capitalismo autopropulsado es el Cronos drogadicto emocional del dinero, del tener y del poder que se ha olvidado de o ni siquiera ha aprendido a SER -tanto tienes y tanto fardas, tanto vales, nos espetan nada más llegar al redil terrícola- , que devorando a sus hijos se acaba suicidando porque no hay Olimpo que lo pueda mantener en ese plan, mientras devora a quienes le hacen posible. Un oxímoron zombi de lo más atroz y descerebrado, pero totalmente real, que solo se deshará con una medicina infalible: la libre y despierta conciencia del yo en el nosotros y viceversa, ella es el puzle ontológico y materializable evolutivamente, en el que todas las piezas son imprescibles y diversas. Ella es el ajuste y la armonización del equilibrio unversal, que para nada es un cuartel imperial uniformado, sino la riqueza plural del entendimiento cooperativo y empático, en realidad el mayor, mejor e inagotable capital, patrimonio de la humanidad


Comenzó siendo la tabarra de unos melenudos; la casa común, nuestro planeta, vive bajo amenaza. Muchos equilibrios fundamentales se están rompiendo, nos decían, y los mirábamos con desdén. Su lucha, perseverante, avalada por sucesivos informes científicos de autoridad aplastante, ha logrado penetrar en la conciencia universal. Quedó atrás el tiempo de la sensibilización, ahora ya todos sabemos lo suficiente.




El discurso oficial del mundo lo confirma, todos se apuntan a él. La política pugna por hacerse con la bandera de lo verde, disputándosela a los verdes o pactando con ellos, como las empresas, que se empujan unas a otras para presentarse como las más comprometidas con la economía verde.
En la Cumbre del Clima de Nueva York ya no se oyen voces disonantes; hace mucho que se hizo innecesaria la retórica. La cumbre se llama de la acción y se habla de dinero y nadie duda de que la resistencia del negacionismo es interesada. Donald Trump ofrece la ventaja de su descarada transparencia.
No es conciencia lo que falta. Ayer mismo, 70 países con Europa a la cabeza se comprometieron a reforzar sus políticas contra el cambio climático, pero seguramente no se está mirando donde hay que mirar. Queda aún mucho trecho y mucha guerra de intereses antes de el encuentro en la tercera fase con la más cruda realidad mental acabe con los rodeos. Ese encuentro sí que va a costar, cuando comprendamos que no se trata de poner más o menos dinero sino de revisar nuestro modelo de desarrollo; cuando comprendamos que el crecimiento infinito en un mundo finito es imposible y que la sostenibilidad que pretendemos es insostenible.












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