George Orwell: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
lunes, 30 de septiembre de 2019
Hartas de soñar
Atrapados en la jungla de los sueños
es imposible ver nada
que tenga temple y sentido
si sólo somos mirada.
Pues carece de sustancia
una mirada sin ojos
y sin manos que construyan
en un presente cubista
con un pasado caduco
y un futuro en el vacío
diluído y surrealista.
Hay que dejar de soñar
para poder estar vivos,
vigilantes y despiertos
en el latido presente
y no soñando perdidos
en brazos del inconsciente
personal y colectivo.
La poesía no es un sueño.
Es experiencia vital
el jugo de lo vivido,
el aire que se respira,
la decisión que se toma,
el paso que nos impulsa,
el abrazo que se da
y la luz que se proyecta
para poder alumbrar
los caminos más oscuros
al son de la claridad.
Si soñamos no vivimos.
Hay que elegir la manera
de asimilar el paisaje
para poderlo pintar
mientras lo hacemos posible.
Pero si no se despierta
no se puede dibujar
ni absorber cada color
en su savia original
ni asumir en el instante
la danza del movimiento
en el nido del reposo.
En sueños no se construye
y al despertar se comprueba
la desilusión constante
en el hueco permanente
de lo que nunca se logra,
mas si se logra se marcha
y si fracasa se queda
y la escena finiquita
cuando al final se despierta.
Que no, Pedro Calderón,
y perdona la insistencia,
que la vida no es un sueño
y los sueños nunca son
carne de la realidad,
sino un lance en paralelo
-¿o para lelos quizás?-
según la vida nos muestra
ese errático soñar
que nos lleva de cabeza
de carnaval a cuaresma,
del pasado demolido
al futuro virtual
sin construir más presente
que el de la precariedad,
del feudalismo al engrudo
de un gran fracaso global,
donde el dinero elevado
al rol de divinidad
tiene los plenos poderes,
tanto vales tanto gastas,
tanto puedes tanto tienes,
y desemboca en un sesgo
insostenible además
que está cada vez más crudo,
proyectando en las pantallas
cada nuevo viaje astral,
un tránsito en plan balconing
del truño a la posverdad,
sin que nadie se rebele
con suficiente entereza
ni consiga conectar
los cables de los efectos
con la causa primordial
de lo que nos extermina
sin derecho a despertar.
No necesitamos sueños.
Que ya llevamos soñando
un puñado de milenios.
Sino dejar de soñar
lo que quieren que soñemos
y nos está liquidando
en el negocio fatal
que consiste en explotarnos
y en hacernos además
comprar lo que se envenena,
al precio de destrozar
el Planeta que nos sufre
y además es nuestra casa,
que no hay otra que rascar,
convertidos en la plaga
que lo quiere aniquilar
mientras lo va liquidando
con petróleo, con coltán,
con carbón y queroxeno,
con centrales nucleares,
con aviones que envenenan
hasta la gloria del cielo
con el permiso de Trump
y el aplauso de Pokemon.
Solo sobrevivirá
esta especie alucinada
cuando deje de soñar
y de confundir criterios,
velocidad con tocino,
el espejo con la imagen,
la verdad con el entuerto,
el hambre con el vacío
de sentido y de reflejos,
de no ver la realidad
perdida en la pantanada
de sus letales manejos
que consumiendo el Planeta
sueña con hacer eternos.
Sólo es posible soñar
si permaneces dormido
dulcemente aletargado
o drogado simplemente,
creyendo que vida es sueño
sin comprender la milonga
que te cuentan sin parar
los bedeles del infierno.
Mas conviene no olvidar
el aviso de esa urgencia
imposible de evitar:
Sólo saldremos de ésta
si despertamos a tiempo,
descubrimos el tesoro
que no se puede comprar
y que Amazón nunca encuentra
por más que busque y rebusque
en el almacén global...
Y si por fin damos paso
sin presiones ni tapujos
ni filtros abanderados
a eso que llaman conciencia
tanto en versión colectiva
como en la individual
que la una sin la otra
no existen ni existirán.
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