jueves, 19 de septiembre de 2019




Hace una semana, todas las encuestas coincidían en su pronóstico: en la hipótesis de una repetición electoral, el fracaso iba va a castigar a Podemos y a Ciudadanos; el PSOE crecería mucho, como el PP, astutamente alejado de las alambradas. Pues bien, no han pasado ni 24 horas, aún no se han convocado los comicios de noviembre, y el viento ha empezado a rolar y se vuelve contra Sánchez. En las especulaciones de ayer se recordaban la escasísima diferencia de votos que hubo el 28 de abril y que un desfallecimiento de la izquierda podría dar la victoria a la derecha. En efecto, entre el PSOE y Podemos sumaron en abril 11.200.000 votos; entre el PP, Ciudadanos y Vox 11.169.000. Es decir, menos de 44.000 votos de diferencia.



Ya sé que las cuentas electorales tienen otras complejidades, que está además la ley D’Hondt y que se trata de contar escaños pero, por el momento, los optimismos y pesimismos parecen estar cambiando de bando. Por eso, en la campaña que ha empezado con un estrépito de acusaciones y reproches, PP y PSOE se van a poner sus atuendos más moderados y se van a ir de pesca por el centro, a por los descontentos de Ciudadanos. Lo que no sé si va a aislar a Podemos, con Errejón revoloteando, o le va a dar algo más despacio.
En todo caso, las clientelas progresistas van a tener que decidir qué hacen con su decepción: si les conduce a la abstención o se la tragan y le quedan aún fuerzas para reanimar sus deseos de victoria. Sin el estimulante de Colón, que ya no moviliza como hace 3 meses, y con un disgusto de campeonato: he de decir que yo nunca he visto la gente tan irritada. Finalmente está la pregunta del millón: después de las elecciones del 10 de noviembre, ¿seguirá Sánchez mirando a Unidas Podemos como su socio preferente?

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