Apuntes de mayo
- "Fue el primer Podemos el que dio a tanta gente un horizonte. El que entendió y dio forma electoral a la España del 15M"
- "¿Va
a repetirse una lista reducida a cargos de confianza de Galapagar?
(...) ¿Tiene sentido seguir llamando “herramienta de cambio” a una
trituradora de cuadros?"
- "Hay que construir una nueva fuerza que
cobije a los que no pueden seguir dependiendo de una casta política que
prima sus intereses a las necesidades del país"
Antxon Arizaleta, Guillermo López, integrantes de El Observatorio
Media década. Pese a que los tiempos acelerados de la política lo hagan parecer mucho más, sólo 5 años nos separan de aquella primavera en la que el hastío se convirtió en ilusión, el desencanto en participación y el enfado en alegría. Para muchos es difícil olvidar esos días en que la rabia organizada de un pueblo orgulloso se levantó contra quienes -a ambos lados- decían que todo estaba en orden, que nos fuéramos a casa mientras veíamos cómo nos robaban el futuro. Fue el primer Podemos el que dio a tanta gente un horizonte. El que entendió y dio forma electoral a la España del 15 de mayo (15M).
El camino no ha sido fácil. Conceptos como transversalidad y plurinacionalidad han pasado de ser ideas clave, al abandono absoluto. En el mejor de los casos se han convertido en mantras vacíos que se invocan en los mitines pero se olvidan en la praxis de la organización. El resultado ha sido duro golpe -tanto electoral como simbólico- especialmente acentuado en el plano autonómico el pasado mayo, donde Podemos perdió cerca del 70% de los representantes. El llamado bloque del cambio se redujo notablemente en todo el país, salvo en dos plazas.
Lo que pasó el 26 de mayo demuestra que un proyecto ilusionante puede reconstruir el espacio y movilizar a quienes habían vuelto a la resignación. En Cádiz se ganó y aunque en Madrid no fue suficiente para ganar sí lo fue para reducir significativamente la distancia que el trío de Colón sacó a las fuerzas progresistas en abril. No sabemos si un nuevo proyecto en esta línea será suficiente, pero sí que es nuestra mejor baza.
El grueso de la ciudadanía española siente esta repetición electoral como una tomadura de pelo, como una muestra más de distanciamiento con la clase política. Ni siquiera la derecha está ilusionada; el rechazo Rivera a España Suma, su oferta a Sánchez y el desinflamiento de Vox ahondan en la grave crisis de identidad que vive el sector conservador. Se está produciendo un retorno generalizado de sus votantes a la casa común de la derecha, el PP. Ante una coyuntura como esta, ¿Puede cambiar algo?
Para responder a esa pregunta habría que levantar la cabeza y pisar el balón. ¿Qué está pasando a nuestro alrededor? En Andalucía, la reivindicación de voz propia y respeto a la pluralidad de ideas que florecen alrededor del andalucismo llevan varias citas electorales encontrándose con el rodillo burocrático de una minoría. Mientras Andalucía escribe, debate y reflexiona por su propia cuenta, y construye su propio sujeto, ¿va a repetirse una lista reducida a cargos de confianza de Galapagar? Algo parecido pasa en el País Valenciano, donde Compromís es de facto la fuerza que encabeza la voluntad de cambio pero se presenta por separado. La dirección de Podemos impone diputados paracaidistas ajenos a la terreta o personas de afiliación ideológica muy diferente a la mayoría de inscritos.
En Galicia, las últimas elecciones llevaron a un descalabro electoral de 5 a 2 diputados, perdiendo a diputadas tan valiosas como Ángela Rodríguez. Por un lado, porque el “fichaje estrella” de Iglesias para las autonómicas de 2016, Luis Villares, decidió secuestrar la marca electoral y presentarse solo; un suicidio que le llevó al entierro de En Marea. Por otro, porque la coalición perdió el apoyo de Anova, la irmandade galega con la que se fundó la primera experiencia electoral fructuosa del ciclo 15 de mayo (15M), AGE. La fuerza con la que se identifican los mejores cuadros jóvenes de Galicia y que ha aportado durante años inteligencia, brío y claridad estratégica al cambio político en Galicia.
¿Y en Aragón? ¿Seguirán tolerando que se les utilice de lanzadera para personajes cuya única intención sea ocupar un lugar en la política estatal sin mantener vínculos con la región que les eligió? Primero, les utilizaron para intentar colocar al ex-Jemad Julio Rodríguez, que ni siquiera consiguió salir electo ¿Su vinculación con la tierra del cierzo? Ninguna. Ahora, como safe-space para que Echenique echase a rodar por la política “de altura” ¿Se merece Aragón ser simplemente una casilla de salida? ¿Por qué no pueden tener representantes comprometidos con su tierra y queridos por su gente?
¿Por qué ha de seguir tanta gente resignándose a votar “lo menos malo”?. Quizás es tiempo de recordar aquellas viejas pegatinas con las que Podemos se abrió paso a las Europeas de 2014 entre tanta valla electoral: “¿Cuando fue la última vez que votamos con ilusión?”. Hasta el “furor” de “el pacto de los botellines” ha quedado en nada. Alberto Garzón, desplazado de las negociaciones del PSOE. Su puesto en Madrid, reemplazado por Enrique Santiago, más útil a Iglesias. Ahora podría hasta perder su escaño por Málaga. ¿Tiene sentido seguir llamando “herramienta de cambio” a una trituradora de cuadros? Cañamero dejó su escaño cuando su tan apreciada “rebeldía” se convirtió en una fuente de problemas para el líder. Monereo, cuando su “inteligencia gramsciana” dejó de darle la razón a la hoja de ruta de la dirección. Espinar, cuando se negó a participar en la ruptura total de la confluencia en Madrid. 4 años sin tantas de los mejores voces del Congreso y el Senado sólo se pueden pasar arrastrando los pies y mirando al suelo.
Todo esto ha conducido a una lógica de ensimismamiento. Y del PSOE nunca esperamos nada. Las internas, los egos, los spin-doctors y los cálculos electoralistas han abierto una brecha que ya no se puede ignorar. No nos representan. Nos han dejado huérfanos de proyecto. Ante una situación como esta, toca seguir el ejemplo de mayo. Aprovechar la ventana y construir una nueva fuerza que sea capaz de dar cobijo a todo aquel no puede seguir dependiendo de una casta política que antepone sistemáticamente sus intereses y los de sus amigos a las necesidades del país.
Media década. Pese a que los tiempos acelerados de la política lo hagan parecer mucho más, sólo 5 años nos separan de aquella primavera en la que el hastío se convirtió en ilusión, el desencanto en participación y el enfado en alegría. Para muchos es difícil olvidar esos días en que la rabia organizada de un pueblo orgulloso se levantó contra quienes -a ambos lados- decían que todo estaba en orden, que nos fuéramos a casa mientras veíamos cómo nos robaban el futuro. Fue el primer Podemos el que dio a tanta gente un horizonte. El que entendió y dio forma electoral a la España del 15 de mayo (15M).
El camino no ha sido fácil. Conceptos como transversalidad y plurinacionalidad han pasado de ser ideas clave, al abandono absoluto. En el mejor de los casos se han convertido en mantras vacíos que se invocan en los mitines pero se olvidan en la praxis de la organización. El resultado ha sido duro golpe -tanto electoral como simbólico- especialmente acentuado en el plano autonómico el pasado mayo, donde Podemos perdió cerca del 70% de los representantes. El llamado bloque del cambio se redujo notablemente en todo el país, salvo en dos plazas.
Lo que pasó el 26 de mayo demuestra que un proyecto ilusionante puede reconstruir el espacio y movilizar a quienes habían vuelto a la resignación. En Cádiz se ganó y aunque en Madrid no fue suficiente para ganar sí lo fue para reducir significativamente la distancia que el trío de Colón sacó a las fuerzas progresistas en abril. No sabemos si un nuevo proyecto en esta línea será suficiente, pero sí que es nuestra mejor baza.
El grueso de la ciudadanía española siente esta repetición electoral como una tomadura de pelo, como una muestra más de distanciamiento con la clase política. Ni siquiera la derecha está ilusionada; el rechazo Rivera a España Suma, su oferta a Sánchez y el desinflamiento de Vox ahondan en la grave crisis de identidad que vive el sector conservador. Se está produciendo un retorno generalizado de sus votantes a la casa común de la derecha, el PP. Ante una coyuntura como esta, ¿Puede cambiar algo?
Para responder a esa pregunta habría que levantar la cabeza y pisar el balón. ¿Qué está pasando a nuestro alrededor? En Andalucía, la reivindicación de voz propia y respeto a la pluralidad de ideas que florecen alrededor del andalucismo llevan varias citas electorales encontrándose con el rodillo burocrático de una minoría. Mientras Andalucía escribe, debate y reflexiona por su propia cuenta, y construye su propio sujeto, ¿va a repetirse una lista reducida a cargos de confianza de Galapagar? Algo parecido pasa en el País Valenciano, donde Compromís es de facto la fuerza que encabeza la voluntad de cambio pero se presenta por separado. La dirección de Podemos impone diputados paracaidistas ajenos a la terreta o personas de afiliación ideológica muy diferente a la mayoría de inscritos.
En Galicia, las últimas elecciones llevaron a un descalabro electoral de 5 a 2 diputados, perdiendo a diputadas tan valiosas como Ángela Rodríguez. Por un lado, porque el “fichaje estrella” de Iglesias para las autonómicas de 2016, Luis Villares, decidió secuestrar la marca electoral y presentarse solo; un suicidio que le llevó al entierro de En Marea. Por otro, porque la coalición perdió el apoyo de Anova, la irmandade galega con la que se fundó la primera experiencia electoral fructuosa del ciclo 15 de mayo (15M), AGE. La fuerza con la que se identifican los mejores cuadros jóvenes de Galicia y que ha aportado durante años inteligencia, brío y claridad estratégica al cambio político en Galicia.
¿Y en Aragón? ¿Seguirán tolerando que se les utilice de lanzadera para personajes cuya única intención sea ocupar un lugar en la política estatal sin mantener vínculos con la región que les eligió? Primero, les utilizaron para intentar colocar al ex-Jemad Julio Rodríguez, que ni siquiera consiguió salir electo ¿Su vinculación con la tierra del cierzo? Ninguna. Ahora, como safe-space para que Echenique echase a rodar por la política “de altura” ¿Se merece Aragón ser simplemente una casilla de salida? ¿Por qué no pueden tener representantes comprometidos con su tierra y queridos por su gente?
¿Por qué ha de seguir tanta gente resignándose a votar “lo menos malo”?. Quizás es tiempo de recordar aquellas viejas pegatinas con las que Podemos se abrió paso a las Europeas de 2014 entre tanta valla electoral: “¿Cuando fue la última vez que votamos con ilusión?”. Hasta el “furor” de “el pacto de los botellines” ha quedado en nada. Alberto Garzón, desplazado de las negociaciones del PSOE. Su puesto en Madrid, reemplazado por Enrique Santiago, más útil a Iglesias. Ahora podría hasta perder su escaño por Málaga. ¿Tiene sentido seguir llamando “herramienta de cambio” a una trituradora de cuadros? Cañamero dejó su escaño cuando su tan apreciada “rebeldía” se convirtió en una fuente de problemas para el líder. Monereo, cuando su “inteligencia gramsciana” dejó de darle la razón a la hoja de ruta de la dirección. Espinar, cuando se negó a participar en la ruptura total de la confluencia en Madrid. 4 años sin tantas de los mejores voces del Congreso y el Senado sólo se pueden pasar arrastrando los pies y mirando al suelo.
Todo esto ha conducido a una lógica de ensimismamiento. Y del PSOE nunca esperamos nada. Las internas, los egos, los spin-doctors y los cálculos electoralistas han abierto una brecha que ya no se puede ignorar. No nos representan. Nos han dejado huérfanos de proyecto. Ante una situación como esta, toca seguir el ejemplo de mayo. Aprovechar la ventana y construir una nueva fuerza que sea capaz de dar cobijo a todo aquel no puede seguir dependiendo de una casta política que antepone sistemáticamente sus intereses y los de sus amigos a las necesidades del país.
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