La música, como la poesía, como la humanidad profunda, adquieren su sentido universal más verídico y conmovedor cuando trascienden el territorio del ego y se convierten en compromiso fraterno y empático y pueden reconocerse como amor sin barreras, sin fronteras, sin manipulaciones espúreas y de baja cota, en ese territorio por construir y explorar juntos, en el que nadie falta y nadie está de sobra. Amor, sí Amor. Como pan recién hecho en el horno del alma que no cesa, como el rayo de Miguel y la lucidez de José.
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