OPINIÓN
Para salvar el euro, Christine Lagarde deberá enfrentarse a Berlín
Mario Draghi (presidente del BCE) y Christine Lagarde (directora gerente del FMI) en una foto de archivo
EFE
Christine Lagarde actuó como miembro clave de la infame troika,
los acreedores oficiales de Grecia que aplastaron la resistencia de
nuestro pueblo a la perpetua servidumbre por deudas. Junto a la entonces
directora gerente del Fondo Monetario Internacional, la otra figura
clave fue Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, quien
desempeñó un papel central en el drama al ingeniar el cierre de los bancos griegos. Ahora, cuatro años después, Lagarde ha sido señalada para suceder a Draghi al mando del BCE.
A
pesar de su cargo y las interacciones que tuvimos cuando fui ministro
de Finanzas de Grecia, no sentí animosidad hacia ella ni una sola vez.
Me pareció inteligente, cordial, respetuosa. Incluso reconoció, al menos
en privado, que Grecia había recibido un trato injusto y que mi campaña para reducir nuestra deuda pública
era correcta y adecuada. La prioridad de Lagarde era defender la línea
de la troika y minimizar cualquier desafío a su autoridad colectiva.
La pregunta ahora es sobre las habilidades de Lagarde y
su compatibilidad con la tarea de liderar el BCE en la era pos-Draghi.
Sus partidarios y detractores han hablado extensamente de su
incuestionable talento para manejar complejas tensiones institucionales y
su inexistente formación en política monetaria. Quizás no sea
coincidencia que los dos bancos centrales más influyentes, la Reserva
Federal de Estados Unidos y el BCE, ahora serán dirigidos por abogados sin preparación académica en economía monetaria.
El
mayor desafío de Lagarde será reemplazar a quien se le atribuye la
salvación de la eurozona mediante políticas que ya no son las adecuadas
para este fin. Si se desvía del guion de Draghi, se enfrentará a fuertes
críticas. Y si no lo hace, el BCE perderá aún más control sobre la
crisis interminable de la eurozona.
Draghi salvó la
eurozona al imprimir billones de euros para los bancos en quiebra y
permitir que Italia, España y otros países en crisis —aunque no Grecia—
renovaran sus deudas. Para realizar esto, tuve que subvertir hábilmente
las reglas de la eurozona, lo que requería una labor meticulosa para cooptar a la canciller alemana Angela Merkel
en su gran enfrentamiento con el Bundesbank, el poderoso banco central
de Alemania, y Wolfgang Schläube, su ministro de Finanzas.
Si bien el muro de dinero de Draghi ayudó a estimular a la eurozona, no pudo curarla de su enfermedad subyacente y ocasionó algunos efectos secundarios bastantes desagradables.
Las persistentes tasas de interés negativas continúan debilitando los
fondos de pensiones, las aseguradoras alemanas y más allá. Las tasas
permanecen negativas porque el nivel de inversión es lamentablemente
bajo, debido al pesimismo autorrealizador de los inversores ante la
posibilidad de mayor austeridad.
Esto crea presiones
deflacionarias que consumen los ahorros de la clase media, reemplazan
los empleos de calidad con los precarios y, por lo tanto, generan
monstruos políticos en toda Europa.
La mayoría de los
comentaristas se preguntan si Lagarde dispondrá de suficiente valentía
para continuar con las políticas "no convencionales" de Draghi. Se trata
de la pregunta incorrecta, ya que el truco de Draghi para mantener a
los países clave como Italia en la eurozona, ha llegado al final de su
camino tanto técnica como políticamente.
Técnicamente,
porque el éxito de Draghi en persuadir a Berlín de que le permitiera
comprar deuda pública italiana (y así mantener a Italia en la zona euro)
dependía de la promesa de comprar deuda de cada estado miembro en
proporción al tamaño de su economía. Es decir, comprar aproximadamente
dos euros de deuda alemana por cada euro de deuda italiana. Sin embargo,
como Alemania no genera nueva deuda pública, cortesía de tener un
superávit presupuestario, la estrategia de Draghi para comprar deuda
italiana se ha desvanecido.
Y políticamente, el truco de Draghi también ha expirado porque la dinámica deflacionaria de la última década ha dado lugar a un gobierno italiano euroescéptico de derechas que no se ve desconcertado por la perspectiva de que Italia abandone la eurozona.
La
pregunta pertinente sobre el mandato de Lagarde en el BCE sería: ¿puede
ella presionar a Berlín para que abandone las reglas fiscales suicidas
de la eurozona (que refuerzan la dinámica deflacionaria de Europa) y
aceptar la idea de una deuda común y segura? Si no lo logra, no importa
cuán enérgicamente continúe imponiendo las políticas de Draghi, no
pasará la prueba de la historia. Para ser exitosa, ella necesita ser
sutil, creativa y combativa.
La sutileza requiere que
no le pida a Berlín explícitamente que denuncie dogmas que a través de
los años han adquirido un estatus cuasi religioso. La creatividad la
ayudará a vender la idea del abandono de las reglas fiscales como su
refuerzo, mediante el mecanismo de la tasa de interés. Por ejemplo,
Lagarde podría proponer que el BCE ayude a los estados miembros a
refinanciar su deuda, pero solo la porción que se les permitió tener de
acuerdo con las propias reglas de la eurozona, dándole a Roma un
desincentivo basado en el mercado para obtener préstamos excesivos.
Del
mismo modo, hay formas imaginativas de crear la deuda común que Berlín
detesta pero que es esencial para el buen funcionamiento de cualquier
unión monetaria. Por ejemplo, se podría insistir que el BCE tome
préstamos por cuenta propia para renovar la deuda italiana, española o
alemana, ya adquirida bajo Draghi.
Ciertamente,
Lagarde posee la suficiente inteligencia para comprender la necesidad de
tal hazaña, y para lograrlo si se lo propone. La verdadera pregunta es
si ella tiene la inclinación de enfrentar a Berlín directamente, hasta
el punto de ofrecerle al Gobierno alemán un ultimátum: su camino o, en
última instancia, el fin del euro y un regreso caótico al deutschmark. Los augurios, me temo, no son buenos.
Durante
sus días en el FMI en Washington, Lagarde a menudo tenía que elegir
entre las políticas que prefería Berlín o los intereses del fondo. El
ejemplo más claro fue el debate sobre la extensión de la insolvencia de
Grecia por una combinación letal de más préstamos y más austeridad. Si
bien el personal del FMI insistió en que Grecia necesitaba una reducción
total de la deuda, Lagarde se alineó reiteradamente con Berlín.
Obligada a elegir entre el favoritismo por Berlín y los intereses de la
institución que dirigía, optó infaliblemente por la primera. Si continúa
este comportamiento después de su mudanza a Frankfurt, su carrera en el
BCE resultará poco propicia.
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