Almeida, ¡derriba la Puerta de Alcalá!
“¡Qué tonto eres, hijo mío, qué tonto!”
Carlos III al futuro Carlos IV
Carlos III al futuro Carlos IV
Es
posible que los miles de personas que nos leen y nos oyen cada día
piensen que les estamos dando la brasa de nuevo con un tema meramente
madrileño. Como siempre. Como si no existiera nada más en España, nada
más allá de los límites de la Villa y Corte. Como si nuestros problemas
le debieran de interesar a cualquier vecino de cualquier ciudad o pueblo
de la península. Me van a perdonar pero esta es una de la veces en las
que sí. Esta es una de las veces en la que lo que está sucediendo en los
primeros días de la llegada al poder del nuevo alcalde de Madrid sí
debiera preocupar a todos los españoles y, no exagero, a todos los
europeos e incluso a todos los habitantes del planeta. Lo que está
sucediendo en Madrid con Madrid Central es mucho más importante que
abrir o cerrar unas calles al tráfico, unos picos de contaminación más o
menos o incluso una multa de la Unión Europea.
Sucede que el affaire
Madrid Central cuestiona principios mucho más mollares que esos. Es
esta una cuestión capital, de categoría antropológica y de relevancia
filosófica. No se trata de lo que destruyen sino de las razones por las
que lo hacen y de los argumentos que dan para ello. La promesa cumplida
de la derecha madrileña no versa sobre la apertura al tráfico de unas
calles sino sobre la aniquilación de los principios que nos han traído
hasta aquí como civilización y que arrancan con los principios
ilustrados en los que la razón y la ciencia empírica se erigen como los
mandamientos sobre los que asentar las decisiones y los proyectos en los
que embarcarse para una sociedad mejor. Mueran las luces, brillen de
nuevo las sombras. La propia idea de que los datos y los análisis
aportados por los científicos sobre la incidencia de la contaminación en
nuestra salud y en la destrucción del planeta sean "ideológicos" es un
insulto a la razón y una destrucción consciente de la superioridad de
los principios científicos sobre los que se basa la sociedad actual.
Los
datos, los hechos, las opiniones científicas ya no sirven, nos dicen.
Son ideología manipulada por la izquierda. Son las emociones, los
deseos, el rechazo visceral de los vecinos al cambio lo que se convierte
en norma de actuación. Ante esos hitos de la razón se presentan
argumentos sesgados, incompletos o directamente falsos. La verdad ha
muerto. Esto es lo verdaderamente grave, el desprecio de la razón. Así,
se alega que la mayor contaminación de Madrid no procede de los coches
sino de las calefacciones y con eso se desmantela el argumento para
controlar el tráfico. Es decir que si entre los orígenes de un problema
hay varias causas o se atacan todas o es mejor no atacar ninguna. He
llegado a leer que eso es culpa de que no se puedan instalar calderas
baratas porque la electricidad es cara debido a que la izquierda bloqueó
la construcción de centrales nucleares. Así, como lo oyen. También
discuten la cifra de muertes prematuras que pueden achacarse a la
contaminación. Lo hacen con denuedo. Que no son las que se dan. Que son
menos. ¿Cuántas muertes son suficientemente bajas para que se pueda
primar los deseos capitalistas salvajes de vender, más coches, más
productos, más servicios, más lo que sea, sobre la posibilidad de
ahorrárselas?
Así que aplauden que el alcalde Almeida
se pase al siglo de las sombras para revertir todas esas medidas que
intentaban paliar, y conseguían en parte, los problemas que nos están
arrastrando hacia una ciudad invivible, hacia un mundo en llamas.
Martínez-Almeida levanta las jardineras de la calle Galileo para que
vuelvan a pasar los coches y deja de multar a los que invaden los
terrenos que les fueron ganados y lo hace a 42º a la sombra de un junio
que jamás fue más ardiente. Tampoco importa cuántos muertos o cuánto
drama o cuánta desolación vaya a costarnos esto. Hay demasiados Almeidas
sueltos que no ven el deshielo de los polos, no ven el aumento de las
temperaturas, no ven la subida del nivel del mar. Supongo que esperan
que sus descendientes puedan vendernos pasajes en naves donde hibernemos
en busca de un planeta habitable tras haber destruido el que habitamos.
Todo es posible.
Almeida ha venido a cargarse cuanto
antes cualquier atisbo de Ilustración, de racionalidad, abortando una
medida cuyo coste político ya estaba asumido por otros. Ha venido a ser
el anti alcalde de Madrid, el alcalde anti ilustrado, el polo opuesto a
aquel Carlos III que puso su empeño en traer las luces de la ciencia, de
la sanidad y del progreso a un Madrid que era un albañal hediendo e
insano. Almeida, el alcalde anti ilustrado, que nada más llegar emprende
medidas que son un derribo simbólico de la Puerta de Alcalá, emblema de
la ciudad que quiso hacer el llamado mejor alcalde, implementando los
avances y las mejoras que la luces de la razón habían traído.
Esto no va de coches, va de civilización. De salvarla. De salvarnos.
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