viernes, 5 de julio de 2019


Hasta el moño (y con razón)


Termina la reunión entre Sánchez e Iglesias tras más de dos horas de conversación

Tres de cada diez españoles consideran que los políticos son el segundo problema para este país, solo superado por el paro. No sabemos si los siete restantes ya los han dejado por imposibles o aún albergan la esperanza de que puedan comportarse con la responsabilidad que se esperaría de ellos. Según el último sondeo del CIS, para encontrar un nivel de insatisfacción con la política similar al que existe ahora habría que remontarse a 1985.
Abonados a dar la razón a Groucho Marx, nuestros dirigentes se esfuerzan en buscar problemas y aplicarles remedios equivocados. Cada partido a su manera y obviando un principio bastante elemental: a veces los adversarios no solo tienen razones sino que incluso tienen razón.
Pedro Sánchez, después de colocar de nuevo a España en el tablero internacional (situar no es sinónimo de ganar), ha regresado a casa y como premio ha recibido un CIS que le sirve para presionar a Podemos. Qué fácil era en campaña apelar a la unidad de las izquierdas. Casi tanto como ahora olvidarse de ella. “O gobierno del PSOE o elecciones”, resume Miquel Iceta, uno de los dirigentes socialistas a los que siempre se entiende cuando habla.
En Europa, de los 29 estados, 21 tienen alguna forma de gobierno que no pasa por la mayoría absoluta. Podemos, automutilándose y dilapidando ilusiones y votos, es menos influyente de lo que piensa Pablo Iglesias. Incluso menos de lo que temen los partidarios de una alianza PSOE-Ciudadanos, esos que vieron en Albert Rivera al líder de un Podemos de derechas (gran definición del presidente del Banco de Sabadell, Josep Oliu) y que ahora siguen preguntándose en editoriales y consejos de administración cómo puede ser que Rivera ya no les haga caso.
"Soñamos, pero nos tomamos muy en serio nuestros sueños", decía el Pablo Iglesias que quería asaltar los cielos. Pero sin tener el partido que anhela por las noches, Podemos es imprescindible para que Sánchez repita como presidente. Y ya puestos, para que cumpla su promesa electoral de preservar la unidad de las izquierdas.
"Aquí lo importante no es cómo se empieza o cómo se desarrolla el partido sino cómo acaba. Por eso creo que es muy importante que la izquierda no se quede en casa, no dé por hecho que va a haber un Gobierno del Partido Socialista o no dé por hecho que las tres derechas no van a sumar. Es que puede ocurrir que estos tres partidos sumen, ha ocurrido en Andalucía y puede ocurrir en España". Eso es lo que afirmó Sánchez en campaña en una entrevista en eldiario.es. Los votantes de izquierda le hicieron caso y no se quedaron en casa. ¿Está dispuesto a poner a prueba su paciencia y reclamarles de nuevo el voto sin saber con quién podrá aliarse después? 
Más allá de teatralizaciones y egos sobredimensionados, los números son los que son. Seguramente eso ayuda a explicar el por qué del aumento de la desafección, el por qué tantos españoles no entienden que ya se esté especulando con un nuevo adelanto electoral, que se considere normal que España sobreviva sin presupuestos (seguimos con los que diseñó Cristóbal Montoro) y que en las luchas por el poder se hable más de carteras que de programas.
"España necesita un Gobierno cuanto antes", reclamaba Sánchez esta semana vía Twitter. Tiene toda la razón. La pregunta es: ¿Qué está dispuesto a hacer él para que sea así? Porque si está haciendo algo (esperemos que así sea aunque no nos hayamos enterado) sería bueno que no se limite solo a tensionar más pública y privadamente a los adversarios como si solo él tuviese toda la razón y las razones.

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