lunes, 15 de julio de 2019

En esas estamos, Javier Aroca, ni un segundo Melillero más.Ya hemos tenido y aun soportamos un destarifo botarate detrás de otro, sin tregua, y de Gautemala a guatepeor...Ains!

El Melillero

Igual vuelven cambiados, tiernos, ablandados de mollera; estoy dispuesto a esperarlos en el puerto de Málaga, pago, además, las flores y los espetos; la banda de música que la ponga Margarita Robles

Sin noticias de un nuevo Gobierno. ¿Culpa del sistema o de los partidos?
EFE
Hay que cumplir con lo prometido. Nunca pensé que sería tan pronto, hace dos semanas, pero ha llegado el momento de contar lo del Melillero. El Melillero es el barco que hace la travesía entre Málaga y Melilla.
Un amigo grandote de la Axarquía, a la vez que se sacaba su carrera, le echaba una mano a su familia que tenía una tienda almacén de cosas varias. Entre otras, legumbres. Mi amigo empezó a mostrar sus habilidades con prontitud pero tuvo un percance. Se echó por los montes de Málaga con la intención de comprar una partida importante de garbanzos para luego venderlos al por menor. El percance sobrevino  porque los garbanzos salieron duros como perdigones. Quizá fueran familia de los protagonistas de la historia de María la Morena, la que puso el potaje, pero no está confirmado.
Los garbanzos no había manera de ponerlos tiernos y lechosos. El fracaso tenía a nuestro joven emprendedor hundido. Entonces le vino la inspiración y, así, convino en que los varios vagones de garbanzos perdigones fueran embarcados en el Melillero haciendo la travesía a Melilla. No se llegaron a desembarcar al otro lado, sino que volvieron atrás por la misma ruta. Por el simple hecho de marear los garbanzos desde Málaga a Melilla y volver ¡milagro! los garbanzos se rindieron y se hicieron comestibles, mi amigo grande triunfó ante su familia y pasó a ser, de esa manera, uno de mis filósofos y científicos de cabecera.
Cuando participábamos en interminables debates o alguna negociación sin frutos, nos mirábamos con complicidad y murmurábamos: al Melillero.
En los garbanzos de la Axarquía, feliz tierra, pensaba escuchando las últimas malas noticias sobre el fracaso para formar un gobierno, adjetivado o no. Las últimas noticias hablan de consultas, bueno, consulta de uno que parece imitar cuando las hacía el otro, pero ahora, el otro, la parte contratante está enfurecida, dicen los voceros del mal, con la otra parte contratante porque dizque lo considera una ofensa hacer lo que él prometía hacer y que otras partes contratantes que no constan tampoco lo ven.
En esto, el camarote se ha llenado de barones, gurús, santones, meritorios, exenemigos, todos practicando el género epistolar, o el voluntarismo (de ofrecerse voluntario), sea en la red, en mítines de pueblo, sea en los medios dispuestos a recibir crisis de lo que sea, que para soluciones están las páginas de crucigramas. En la red, que debe ser de arrastre, se acumulan, hay bulla, también, los groupies, trolls, insultadores profesionales, exseminaristas, indignados, donantes de carnés de  izquierda, de coherencia (ya se debería haber implantado el carnet de izquierda por puntos). Toda la relación de protagonistas grouchomarxista arriba relatada debe ser “arrobada”, pero me da no se qué de escribirlo todo con arroba. 
Mientras, Pablo Casado parece un estadista, Albert Rivera supera la salmonelosis, pero sigue de capitán de su tropa, embarbascando todo lo ve a tiro, -haciéndose el muertito-, como hizo en Catalunya, incluido al rey, si hace falta; los independentistas y otros demonios asimilados claman por que algo de sensatez aflore. Si nosotros  somos los malos, al menos que nos pidan los votos alguien que sea bueno o, por lo menos, que piense, se dicen.
La izquierda sin carné, o a punto de perderlo, está que trina. Piar, pía, aunque sea en Twitter. Tanto esfuerzo para hacer frente al fascismo, tanto ánimo movilizador, tantas ganas de revertir la pendiente peligrosa de pérdida de derechos por no hablar de perder haciendas y trabajo digno, ahora en manos de “spin doctors” y de acojonados de la Transición. Dicen que tendremos que votar otra vez, que se sienten.
El mes de los muertos para votar puede ser el parte de defunción de dirigentes y proyectos y de la esperanza de un gobierno progresista. El mes de los muertos puede resucitar, por contra, si se aviva el conflicto catalán con sentencias y otras sinrazones, a otros dirigentes y proyectos que estaban oyendo ya el gorigori.
Poco optimismo, pocas ganas de votar y menos de animar a que se vote. Aunque podríamos hacer un último esfuerzo, un último gesto. No cuesta mucho, 176 euros, por cada uno, mucho menos que rescatar a la banca o pagarle los puteríos a los cajeros/banqueros del milagro español. Si, eso es lo que cuesta un pasaje, serán dos,  en el Melillero. Igual vuelven cambiados, tiernos, ablandados de mollera; estoy dispuesto a esperarlos en el puerto de Málaga, pago, además, las flores y los espetos; la banda de música que la ponga Margarita Robles.
Pero no más, a un segundo Melillero para los meritorios y sobresalientes de los dos partidos de la izquierda con carné, no estoy dispuesto. Además, el Melillero ayuda pero no hace milagros y menos con los segundones, a veces falla.

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