El Melillero
Igual vuelven cambiados, tiernos, ablandados de mollera; estoy dispuesto a esperarlos en el puerto de Málaga, pago, además, las flores y los espetos; la banda de música que la ponga Margarita Robles
Hay que cumplir con lo
prometido. Nunca pensé que sería tan pronto, hace dos semanas, pero ha
llegado el momento de contar lo del Melillero. El Melillero es el barco
que hace la travesía entre Málaga y Melilla.
Un amigo
grandote de la Axarquía, a la vez que se sacaba su carrera, le echaba
una mano a su familia que tenía una tienda almacén de cosas varias.
Entre otras, legumbres. Mi amigo empezó a mostrar sus habilidades con
prontitud pero tuvo un percance. Se echó por los montes de Málaga con la
intención de comprar una partida importante de garbanzos para luego
venderlos al por menor. El percance sobrevino porque los garbanzos
salieron duros como perdigones. Quizá fueran familia de los
protagonistas de la historia de María la Morena, la que puso el potaje,
pero no está confirmado.
Los garbanzos no había manera de ponerlos tiernos y
lechosos. El fracaso tenía a nuestro joven emprendedor hundido. Entonces
le vino la inspiración y, así, convino en que los varios vagones de
garbanzos perdigones fueran embarcados en el Melillero haciendo la
travesía a Melilla. No se llegaron a desembarcar al otro lado, sino que
volvieron atrás por la misma ruta. Por el simple hecho de marear los
garbanzos desde Málaga a Melilla y volver ¡milagro! los garbanzos se
rindieron y se hicieron comestibles, mi amigo grande triunfó ante su
familia y pasó a ser, de esa manera, uno de mis filósofos y científicos
de cabecera.
Cuando participábamos en interminables
debates o alguna negociación sin frutos, nos mirábamos con complicidad y
murmurábamos: al Melillero.
En los garbanzos de la
Axarquía, feliz tierra, pensaba escuchando las últimas malas noticias
sobre el fracaso para formar un gobierno, adjetivado o no. Las últimas
noticias hablan de consultas, bueno, consulta de uno que parece imitar
cuando las hacía el otro, pero ahora, el otro, la parte contratante está
enfurecida, dicen los voceros del mal, con la otra parte contratante
porque dizque lo considera una ofensa hacer lo que él prometía hacer y
que otras partes contratantes que no constan tampoco lo ven.
En
esto, el camarote se ha llenado de barones, gurús, santones,
meritorios, exenemigos, todos practicando el género epistolar, o el
voluntarismo (de ofrecerse voluntario), sea en la red, en mítines de
pueblo, sea en los medios dispuestos a recibir crisis de lo que sea, que
para soluciones están las páginas de crucigramas. En la red, que debe
ser de arrastre, se acumulan, hay bulla, también, los groupies, trolls,
insultadores profesionales, exseminaristas, indignados, donantes de
carnés de izquierda, de coherencia (ya se debería haber implantado el
carnet de izquierda por puntos). Toda la relación de protagonistas
grouchomarxista arriba relatada debe ser “arrobada”, pero me da no se
qué de escribirlo todo con arroba.
Mientras, Pablo
Casado parece un estadista, Albert Rivera supera la salmonelosis, pero
sigue de capitán de su tropa, embarbascando todo lo ve a tiro,
-haciéndose el muertito-, como hizo en Catalunya, incluido al rey, si
hace falta; los independentistas y otros demonios asimilados claman por
que algo de sensatez aflore. Si nosotros somos los malos, al menos que
nos pidan los votos alguien que sea bueno o, por lo menos, que piense,
se dicen.
La izquierda sin carné, o a punto de
perderlo, está que trina. Piar, pía, aunque sea en Twitter. Tanto
esfuerzo para hacer frente al fascismo, tanto ánimo movilizador, tantas
ganas de revertir la pendiente peligrosa de pérdida de derechos por no
hablar de perder haciendas y trabajo digno, ahora en manos de “spin
doctors” y de acojonados de la Transición. Dicen que tendremos que votar
otra vez, que se sienten.
El mes de los muertos para
votar puede ser el parte de defunción de dirigentes y proyectos y de la
esperanza de un gobierno progresista. El mes de los muertos puede
resucitar, por contra, si se aviva el conflicto catalán con sentencias y
otras sinrazones, a otros dirigentes y proyectos que estaban oyendo ya
el gorigori.
Poco optimismo, pocas ganas de votar y
menos de animar a que se vote. Aunque podríamos hacer un último
esfuerzo, un último gesto. No cuesta mucho, 176 euros, por cada uno,
mucho menos que rescatar a la banca o pagarle los puteríos a los
cajeros/banqueros del milagro español. Si, eso es lo que cuesta un
pasaje, serán dos, en el Melillero. Igual vuelven cambiados, tiernos,
ablandados de mollera; estoy dispuesto a esperarlos en el puerto de
Málaga, pago, además, las flores y los espetos; la banda de música que
la ponga Margarita Robles.
Pero no más, a un segundo
Melillero para los meritorios y sobresalientes de los dos partidos de la
izquierda con carné, no estoy dispuesto. Además, el Melillero ayuda
pero no hace milagros y menos con los segundones, a veces falla.
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