Por qué me he ido de Podemos
Público
He narrado alguna vez que me incorporé a Podemos
la víspera de fundarse, y es absolutamente verídico. La noche anterior a
su presentación en el madrileño Teatro del Barrio, participé en un
debate de televisión moderado por el profesor Monedero y, al finalizar
el programa, Juan Carlos me contó el bombazo político que iba a tener
lugar al día siguiente. Me gustó la frescura del proyecto y me agradó
saber que había detrás del mismo algunas personas amigas mías, lúcidas,
honestas y de mi total confianza. Sin pensarlo mucho, más bien nada, le
dije que me apuntaba al bombardeo.
El 17 de enero de 2014, día de autos, estuve muy pendiente de las palabras de Pablo Iglesias, a quien conocía por haber colaborado como analista político en algunos de sus programas televisivos. Pablo dijo muchas cosas y todas me entusiasmaron: “Dijeron en las plazas que sí se puede y nosotros decimos hoy que podemos”, “Podemos es un método participativo abierto a toda la ciudadanía”, “El objetivo de esta nueva formación es convertir la indignación ciudadana en cambio político a través de la decencia, la democracia y los derechos humanos, pues éstos hoy en día son incompatibles con los recortes sociales”. Etcétera.
Otras intervenciones también me cautivaron. Teresa Rodríguez, que salió por primera vez en televisión hace veinte años en un programa mío cuando ella estudiaba su carrera universitaria, dijo, por ejemplo: “Hoy hacemos un llamamiento a la gente que lucha a dar un golpe en la mesa, a mover ficha y a mover el propio tablero sobre el que nos hacen jugar. Disputarles las calles, donde están incómodos, y disputarles también sus lugares de poder, como las instituciones”. Disputarles el poder, ni más ni menos. Y Errejón: “Somos conscientes de que esta iniciativa es atípica, pero también somos conscientes de que el momento que vivimos es excepcional, una situación de bloqueo político que queremos contribuir a cambiar, esto es una herramienta para el cambio. No queremos ser una marca más en el supermercado de los partidos, pues éste es un momento de atreverse, de sumar con todos los que no quieren que vendan el país a trozos. Es un suicidio entregar el país a los que el diputado de las CUP David Fernández llamaba los gánsteres”. Tengo que reconocer que lo mío con Podemos fue un flechazo.
Los primeros meses fueron muy tranquilos dentro de la expectación. El
11 de marzo nos constituimos como partido político, sin muchas ganas,
pero sin oposición ante lo que nos pareció ingenuamente un mero trámite
administrativo no determinante. Las elecciones europeas estaban
convocadas para el domingo 25 de mayo de 2014 y nadie tenía la menor
idea de qué iba a pasar. Fuimos muy pocas las personas que actuamos de
apoderadas, al menos en la comarca toledana de La Sagra en la que vivo, y
por la noche nos llevamos todas una gran alegría cuando vimos que
habíamos obtenido cinco escaños. Los días siguientes fueron un sinvivir
atendiendo llamadas de tanta gente que quería sumarse al movimiento
triunfante. Se fundaron círculos aquí y allá y empezamos a organizarnos a
nuestra manera, casi sin instrucciones y sin más línea política que la
que nos marcaba nuestra propia intuición. Tuvimos mil problemas fruto de
la improvisación, pero se fueron solucionando mejor o peor hasta el
punto de que La Sagra se convirtió en referencia organizativa dentro del
entonces partido-movimiento estatal.
Las cosas comenzaron a cambiar a partir del otoño, tras la asamblea fundacional que bautizamos con el sugestivo nombre de “Sí se puede” (Vistalegre 1, para entendernos) y en la que empezaron a emerger discrepancias que, hasta entonces, casi no se notaban fuera de la pomada madrileña. Yo, por vivir a caballo entre Toledo y Madrid tuve ocasión de conocer algunas de las entretelas, pero como mero observador, aún sin preocuparme demasiado. En ese momento pensaba que los movimientos que veía eran los propios (e inevitables) de una prometedora formación naciente como era entonces Podemos. Navajazos en los glúteos, ya saben. Nada grave.
Pero a la vista de las elecciones municipales y autonómicas convocadas para el 24 de mayo de 2015, y con las encuestas disparadas a nuestro favor, Podemos se convirtió en una golosina para tirios y troyanos de la izquierda patria. Y lo de citar a los troyanos viene pintiparado porque aquello fue Troya. Corrientes alternas o continuas (según los casos), familias de toda laya, viejas glorias resucitadas, jóvenes millenials sobradamente preparados, cocineros, cocineras, cocineres y líderes de laboratorio a los que no conocían ni en su casa fueron tomando posiciones a codazos y el movimiento pasó de popular a peristáltico. En Castilla-La Mancha, tras el pírrico triunfo del candidato de Claro Que Podemos a la Secretaría General, jugó, además, un papel fundamental la figura del spin doctor, encarnada en un sesudo cuadro del PCE que aterrizó en Podemos en comisión de servicio como indiscutido consigliere. Desde entonces y hasta la debacle electoral del pasado 26 de mayo, ni una hoja del árbol podemita se ha movido en la región sin su visto bueno.
En cuanto a las elecciones municipales de 2015, tomamos la decisión de presentarnos a los ayuntamientos con marcas blancas sabiendo que se nos iban a colar en las candidaturas muchas personas con intereses espurios que acabarían antes o después arrastrando el nombre del partido por el fango. Sigo pensando que fue el mal menor, si bien la directriz de no permitir a los secretarios generales municipales participar en las listas conllevó mucha desilusión en buena parte de los círculos.
Han sido cuatro años frenéticos en todos los sentidos, con más citas
electorales que botellines. Las luchas intestinas no cesaron y llegamos a
la asamblea de Vistalegre 2 con una inquietante división interna y el
núcleo irradiador hecho unos zorros. Unidad y humildad fueron los
mantras en aquella inmensa terapia de grupo. Hubiésemos podido añadir la
palabra botijo y habría tenido el mismo valor vinculante. Ni unidad y
humildad ni viceversa.
En todo este tiempo he conocido en Podemos a las mejores personas y a las peores. Las mejores, dando el callo 'gratis et amore' e inundando las estructuras de camaradería y de buen rollo. Las peores, casualmente, en puestos relevantes con poder absoluto o relativo. Decía Pepe Mujica que el poder no cambia a las personas, sino que solamente revela cómo son en realidad. En mi ya larga vida he comprobado en demasiadas ocasiones lo acertadas que son las palabras del buen expresidente uruguayo. Algunas veces para bien, todo sea dicho, pero mayoritariamente para mal, para muy mal.
Siempre he compartido el principio asambleario de acatar la decisión de la mayoría, y así lo he hecho recibiendo a cambio mucha incomprensión que me he echado a la espalda sin mayores problemas. Porque en un partido puedes proponer lo que se te ocurra, pero si tu propuesta pierde ante otra, asumes como tuya y con lealtad la idea (o persona) vencedora o te retiras. Y no hay término medio.
En estos años he defendido a Podemos a capa y espada en público y en privado. En 2015 escribí el siguiente texto: “Soy de izquierdas, anticapitalista, antiimperialista, republicano, ateo, creo firmemente en la lucha de clases y defiendo el derecho de todos los pueblos del mundo a su autodeterminación... ¿Qué pinto entonces en Podemos? Yo considero a Podemos como lo que es: una herramienta. Y las herramientas sirven siempre a los fines de quien las utiliza. Así, un destornillador puede servir para montar un mueble o para clavárselo a alguien en la garganta, y con un bisturí se puede salvar una vida en un quirófano o quitarle el puesto al descuartizador de Majadahonda. El destornillador y el bisturí son meras herramientas, lo mismo que Podemos. (…) La gente, en general, sólo es militante de su egoísmo. Y para el grueso de la población, los “concienciados” que pontificamos en las redes sociales somos extraterrestres que venimos de otro mundo y hablamos otro idioma. Es hora, pues, de acercarnos a la ciudadanía con un mensaje inteligible para poder avanzar conjuntamente hacia objetivos cualitativamente superiores. No caigamos de nuevo en la práctica habitual de erigirnos en dirigentes del vacío social. Sin paisanos no hay país, y ya se sabe que tener razón a destiempo es equivocarse. (…) No es lo mismo SER de un partido que ESTAR en un partido. Yo, desde luego, no soy de Podemos, pero estoy con Podemos tácticamente, seguramente porque soy un viejo escéptico y egoísta, porque la vida se me escapa y quiero ver resultados lo antes posible. Puede ser mi última decepción o, quizás, mi último acierto”. Mi último acierto parece que no ha sido.
Nadie dijo que fuera a ser fácil. Pero lo dramático es que, aún asistiéndonos toda la razón ideológica, nosotros mismos, nosotras mismas, hemos ayudado inestimablemente al enemigo cometiendo estupidez tras estupidez con algún lapso de cordura que no hemos sabido rentabilizar ni políticamente ni socialmente. Los egos han vencido a las ideas, ha podido más la lucha de cargos que la lucha de clases, y el maldito chalé galapagueño ha eclipsado la importante subida del Salario Mínimo Interprofesional. En mi Cádiz natal llamarían a esto “pamplinas de la Plaza Mina”, pero han sido pamplinas con graves consecuencias. ¿Y qué decir de Castilla-La Mancha? En esta región hemos ido de victoria en victoria hasta la derrota final. Las ocurrencias del consigliere y de su maniquí nos han llevado a alcanzar las más altas cotas de miseria. Marxismo puro, pero de Groucho Marx. Nuestra casta particular ha hundido el barco y ha huido llevándose los salvavidas. Así no se puede.
He dejado para el final la prolongada estrategia de confluir con Izquierda Unida, que nunca he compartido, pero he acatado por lo dicho anteriormente. Conozco bastante bien el modus operandi de Izquierda Unida, absolutamente controlada por el PCE, pues yo ingresé en ese partido a los 16 años, en julio de 1973, con Franco vivo y coleando. Me detuvieron poco antes de su legalización y fui puesto en libertad el mismo día de la misma junto con otros cuatro camaradas, convirtiéndome, sin pretenderlo, en uno de los cinco últimos represaliados del Partido Comunista. Aguanté los vaivenes carrillistas hasta el año siguiente y, por fin, lo abandoné en abril de 1978, con 21 años y cierta experiencia acumulada. 41 años después, a mis 62 primaveras, nadie va a reingresarme en semejante secta sin mi aquiescencia. Y estoy convencido de que, en el fondo, de eso estamos hablando. Ignoro si estas cosas se enseñan en la Complutense, pero no se salva la vida a un tiburón practicándole el boca a boca, sólo pierdes la tuya.
Yo he estado contratado un par de años como asesor político de Podemos, por lo que asumo mi parte alícuota de la responsabilidad en la hecatombe, si bien debo de ser el único asesor del mundo mundial al que nadie hizo nunca caso. Ahora, tras mucha reflexión, me voy por donde vine. No me voy muy lejos: vuelvo al periodismo y a mis libros y a seguir ejerciendo de francotirador. Siento mucha y sincera pena por creer firmemente que esta herramienta no tiene ya reparación posible y por el fracaso mutuo que supone que yo me vaya de Podemos y que Podemos se haya ido de mí. Pero me quedo con lo bueno: con lo bueno que he aprendido, que ha sido mucho, y con la buena gente que he conocido, que ha sido mucha más. Salud y libertad.
El 17 de enero de 2014, día de autos, estuve muy pendiente de las palabras de Pablo Iglesias, a quien conocía por haber colaborado como analista político en algunos de sus programas televisivos. Pablo dijo muchas cosas y todas me entusiasmaron: “Dijeron en las plazas que sí se puede y nosotros decimos hoy que podemos”, “Podemos es un método participativo abierto a toda la ciudadanía”, “El objetivo de esta nueva formación es convertir la indignación ciudadana en cambio político a través de la decencia, la democracia y los derechos humanos, pues éstos hoy en día son incompatibles con los recortes sociales”. Etcétera.
Otras intervenciones también me cautivaron. Teresa Rodríguez, que salió por primera vez en televisión hace veinte años en un programa mío cuando ella estudiaba su carrera universitaria, dijo, por ejemplo: “Hoy hacemos un llamamiento a la gente que lucha a dar un golpe en la mesa, a mover ficha y a mover el propio tablero sobre el que nos hacen jugar. Disputarles las calles, donde están incómodos, y disputarles también sus lugares de poder, como las instituciones”. Disputarles el poder, ni más ni menos. Y Errejón: “Somos conscientes de que esta iniciativa es atípica, pero también somos conscientes de que el momento que vivimos es excepcional, una situación de bloqueo político que queremos contribuir a cambiar, esto es una herramienta para el cambio. No queremos ser una marca más en el supermercado de los partidos, pues éste es un momento de atreverse, de sumar con todos los que no quieren que vendan el país a trozos. Es un suicidio entregar el país a los que el diputado de las CUP David Fernández llamaba los gánsteres”. Tengo que reconocer que lo mío con Podemos fue un flechazo.
Las cosas comenzaron a cambiar a partir del otoño, tras la asamblea fundacional que bautizamos con el sugestivo nombre de “Sí se puede” (Vistalegre 1, para entendernos) y en la que empezaron a emerger discrepancias que, hasta entonces, casi no se notaban fuera de la pomada madrileña. Yo, por vivir a caballo entre Toledo y Madrid tuve ocasión de conocer algunas de las entretelas, pero como mero observador, aún sin preocuparme demasiado. En ese momento pensaba que los movimientos que veía eran los propios (e inevitables) de una prometedora formación naciente como era entonces Podemos. Navajazos en los glúteos, ya saben. Nada grave.
Pero a la vista de las elecciones municipales y autonómicas convocadas para el 24 de mayo de 2015, y con las encuestas disparadas a nuestro favor, Podemos se convirtió en una golosina para tirios y troyanos de la izquierda patria. Y lo de citar a los troyanos viene pintiparado porque aquello fue Troya. Corrientes alternas o continuas (según los casos), familias de toda laya, viejas glorias resucitadas, jóvenes millenials sobradamente preparados, cocineros, cocineras, cocineres y líderes de laboratorio a los que no conocían ni en su casa fueron tomando posiciones a codazos y el movimiento pasó de popular a peristáltico. En Castilla-La Mancha, tras el pírrico triunfo del candidato de Claro Que Podemos a la Secretaría General, jugó, además, un papel fundamental la figura del spin doctor, encarnada en un sesudo cuadro del PCE que aterrizó en Podemos en comisión de servicio como indiscutido consigliere. Desde entonces y hasta la debacle electoral del pasado 26 de mayo, ni una hoja del árbol podemita se ha movido en la región sin su visto bueno.
En cuanto a las elecciones municipales de 2015, tomamos la decisión de presentarnos a los ayuntamientos con marcas blancas sabiendo que se nos iban a colar en las candidaturas muchas personas con intereses espurios que acabarían antes o después arrastrando el nombre del partido por el fango. Sigo pensando que fue el mal menor, si bien la directriz de no permitir a los secretarios generales municipales participar en las listas conllevó mucha desilusión en buena parte de los círculos.
En todo este tiempo he conocido en Podemos a las mejores personas y a las peores. Las mejores, dando el callo 'gratis et amore' e inundando las estructuras de camaradería y de buen rollo. Las peores, casualmente, en puestos relevantes con poder absoluto o relativo. Decía Pepe Mujica que el poder no cambia a las personas, sino que solamente revela cómo son en realidad. En mi ya larga vida he comprobado en demasiadas ocasiones lo acertadas que son las palabras del buen expresidente uruguayo. Algunas veces para bien, todo sea dicho, pero mayoritariamente para mal, para muy mal.
Siempre he compartido el principio asambleario de acatar la decisión de la mayoría, y así lo he hecho recibiendo a cambio mucha incomprensión que me he echado a la espalda sin mayores problemas. Porque en un partido puedes proponer lo que se te ocurra, pero si tu propuesta pierde ante otra, asumes como tuya y con lealtad la idea (o persona) vencedora o te retiras. Y no hay término medio.
En estos años he defendido a Podemos a capa y espada en público y en privado. En 2015 escribí el siguiente texto: “Soy de izquierdas, anticapitalista, antiimperialista, republicano, ateo, creo firmemente en la lucha de clases y defiendo el derecho de todos los pueblos del mundo a su autodeterminación... ¿Qué pinto entonces en Podemos? Yo considero a Podemos como lo que es: una herramienta. Y las herramientas sirven siempre a los fines de quien las utiliza. Así, un destornillador puede servir para montar un mueble o para clavárselo a alguien en la garganta, y con un bisturí se puede salvar una vida en un quirófano o quitarle el puesto al descuartizador de Majadahonda. El destornillador y el bisturí son meras herramientas, lo mismo que Podemos. (…) La gente, en general, sólo es militante de su egoísmo. Y para el grueso de la población, los “concienciados” que pontificamos en las redes sociales somos extraterrestres que venimos de otro mundo y hablamos otro idioma. Es hora, pues, de acercarnos a la ciudadanía con un mensaje inteligible para poder avanzar conjuntamente hacia objetivos cualitativamente superiores. No caigamos de nuevo en la práctica habitual de erigirnos en dirigentes del vacío social. Sin paisanos no hay país, y ya se sabe que tener razón a destiempo es equivocarse. (…) No es lo mismo SER de un partido que ESTAR en un partido. Yo, desde luego, no soy de Podemos, pero estoy con Podemos tácticamente, seguramente porque soy un viejo escéptico y egoísta, porque la vida se me escapa y quiero ver resultados lo antes posible. Puede ser mi última decepción o, quizás, mi último acierto”. Mi último acierto parece que no ha sido.
Nadie dijo que fuera a ser fácil. Pero lo dramático es que, aún asistiéndonos toda la razón ideológica, nosotros mismos, nosotras mismas, hemos ayudado inestimablemente al enemigo cometiendo estupidez tras estupidez con algún lapso de cordura que no hemos sabido rentabilizar ni políticamente ni socialmente. Los egos han vencido a las ideas, ha podido más la lucha de cargos que la lucha de clases, y el maldito chalé galapagueño ha eclipsado la importante subida del Salario Mínimo Interprofesional. En mi Cádiz natal llamarían a esto “pamplinas de la Plaza Mina”, pero han sido pamplinas con graves consecuencias. ¿Y qué decir de Castilla-La Mancha? En esta región hemos ido de victoria en victoria hasta la derrota final. Las ocurrencias del consigliere y de su maniquí nos han llevado a alcanzar las más altas cotas de miseria. Marxismo puro, pero de Groucho Marx. Nuestra casta particular ha hundido el barco y ha huido llevándose los salvavidas. Así no se puede.
He dejado para el final la prolongada estrategia de confluir con Izquierda Unida, que nunca he compartido, pero he acatado por lo dicho anteriormente. Conozco bastante bien el modus operandi de Izquierda Unida, absolutamente controlada por el PCE, pues yo ingresé en ese partido a los 16 años, en julio de 1973, con Franco vivo y coleando. Me detuvieron poco antes de su legalización y fui puesto en libertad el mismo día de la misma junto con otros cuatro camaradas, convirtiéndome, sin pretenderlo, en uno de los cinco últimos represaliados del Partido Comunista. Aguanté los vaivenes carrillistas hasta el año siguiente y, por fin, lo abandoné en abril de 1978, con 21 años y cierta experiencia acumulada. 41 años después, a mis 62 primaveras, nadie va a reingresarme en semejante secta sin mi aquiescencia. Y estoy convencido de que, en el fondo, de eso estamos hablando. Ignoro si estas cosas se enseñan en la Complutense, pero no se salva la vida a un tiburón practicándole el boca a boca, sólo pierdes la tuya.
Yo he estado contratado un par de años como asesor político de Podemos, por lo que asumo mi parte alícuota de la responsabilidad en la hecatombe, si bien debo de ser el único asesor del mundo mundial al que nadie hizo nunca caso. Ahora, tras mucha reflexión, me voy por donde vine. No me voy muy lejos: vuelvo al periodismo y a mis libros y a seguir ejerciendo de francotirador. Siento mucha y sincera pena por creer firmemente que esta herramienta no tiene ya reparación posible y por el fracaso mutuo que supone que yo me vaya de Podemos y que Podemos se haya ido de mí. Pero me quedo con lo bueno: con lo bueno que he aprendido, que ha sido mucho, y con la buena gente que he conocido, que ha sido mucha más. Salud y libertad.
Iñaki Errazkin
Exasesor de Podemos y secretario del Consejo de Administración de 'Castilla-La Mancha Media'
Exasesor de Podemos y secretario del Consejo de Administración de 'Castilla-La Mancha Media'
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