martes, 9 de julio de 2019

Última Llamada, cinco años después...Gracias, hermanas y hermanos, por seguir al pie del cañón...de la vida!

Un lustro del manifiesto Última Llamada. Reflexión de Pedro Prieto

Pedro Prieto. Foto: Argia. 

Nos dábamos un lustro en el manifiesto Última llamada para asentar un debate amplio y transversal sobre los límites del crecimiento y para construir alternativas ecológicas y energéticas. Pero sólo los jóvenes, por otras razones, como las de la lucha contra el calentamiento global, volvieron a salir a la calle. Ellos sí han creado un debate amplio y algo transversal, aunque tampoco han construido, por el momento, alternativas ecológicas y energéticas (que no sean decir que no hay que emitir más gases de efecto invernadero, que no hay planeta B).
Sin embargo, los que firmamos, pidiendo analizar los límites del crecimiento, volvimos a fallar por dar un quinquenio como límite, al estilo del cuento de Pedro y el lobo (como nos dijeron que fallamos al dar fechas aproximadas del cénit máximo de producción mundial del petróleo convencional).

Y no porque no exista el lobo, ni porque no se haya llegado ya al cénit de la producción máxima mundial de petróleo convencional, por más basura que trate de deslegitimar un límite evidente. No porque no tengamos ya encima un crecimiento económico mundial cada vez más ralo, decadente y desigual en el que los que más tienen siguen creciendo mucho y gritando que no hay límites al crecimiento en ningún horizonte, mientras crecen sobre miles de millones que se van depauperando en silencio.
Hace poco asistí, por invitación, a un concierto de Juan Luis Guerra en el Palacio de los Deportes de Madrid. El pabellón tiene una capacidad de más de 15.000 espectadores y estaba lleno. Lo que más me sorprendió no fue el apabullante espectáculo de luces estroboscópicas y altavoces con miles de vatios de potencia atronando el recinto, para facilitar el trance de la audiencia. Eso ya forma parte del paisaje habitual de toda fiesta, concierto o boda. Lo que me dejó perplejo es que de los 15.000 asistentes, una mayoría de ellos se pasaron el espectáculo grabando o haciendo fotos e incluso retransmitiendo en vídeo a algún conocido, con sus aparatos móviles/ celulares. El mensaje es el medio; McLuhan tenía razón.
Manifiesto Última Llamada (2014-2019)Así que fallamos porque este desquiciado mundo vive pendiente del calendario y del reloj, que ya va en el móvil/ celular o en el ordenador de pulsera midiendo las pulsaciones y los pasos. Los que se hubiesen fijado una alarma en el móvil a cinco años con aquel manifiesto y cualquier día de estos les salte la alarma y vean la fecha que nos autoimpusimos, dirán que fallamos en el tiempo previsto. Que tenemos más tiempo o que no hay límites.
Eppur si muove… En los dos frentes fallidos, el de los límites al crecimiento y el de la lucha contra el cambio climático, seguimos lejos de entender que el capitalismo es el principal factor de destrozo del medio natural y que es el capitalismo lo que hay que desmantelar primero, si queremos dejar de contaminar, pero también dejar de seguir creciendo hasta el infinito. Primero porque siempre será imposible crecer de forma infinita en un mundo finito (y lo saben) y segundo porque ese mecanismo perverso es precisamente lo que más está destrozando nuestro entorno y aumentando las emisiones.
Debo un fogonazo de iluminación a un simple tuit de un desconocido que firma como ‘Indi el silencioso’ cuando dijo: “Queremos salvar al mundo y limpiarnos el culo con toallitas húmedas y las dos cosas no pueden ser”.
Y me puse desordenadamente a emular algunas cosas que me brotaron de forma espontánea, en conexión con este tan escatológico como oportuno tuit:
  • Queremos salvar al mundo y seguir montados en un coche eléctrico que tiene unos 330 kilos de plásticos para pesar menos y está casi todo hecho de petróleo, desde los neumáticos a los asientos, el volante, los faros, buena parte de la carrocería, la pintura y demás y ambas cosas no son posibles.
  • Queremos salvar al mundo y seguir circulando por los 200.000 km. de carreteras asfaltadas hechas con derivados del petróleo y ambas cosas no son posibles.
  • Queremos salvar al mundo y seguir recibiendo 82 millones de turistas cada año en España, el 80% de ellos llegados en avión, y ambas cosas no son posibles.
  • Queremos salvar al mundo y seguir produciendo aviones y alojándolos en aeropuertos a razón de 200.000 vuelos diarios en el planeta, hasta 19.000 vuelos simultáneamente en el aire y mil doscientos despegues y aterrizajes diarios sólo en Barajas, y ambas cosas no son posibles.
  • Queremos salvar al mundo y seguir produciendo cemento con derivados del petróleo y del carbón para hacer más y más edificios y con más hierro y acero que necesitan también carbón para producirse y ambas cosas a la vez no son posibles.
  • Queremos salvar al mundo y seguir creciendo un 3% anual del PIB y ambas cosas no son posibles.
  • Queremos salvar al mundo y seguir teniendo tractores, cosechadoras, remolques y camiones para llevar lo producido a cientos (o miles) de kilómetros de distancia y ambas cosas son contradictorias.
  • Queremos salvar al mundo sin tocar la bolsa de valores, que vive de especular sin hacer nada necesario, y eso es una contradicción en los términos.
  • Queremos salvar al mundo y seguir con supermercados y grandes superficies llenas de cosas envueltas en plástico o en botes de aluminio de un solo uso y eso es imposible de todo punto.
  • Queremos salvar el mundo e ir a una tienda comercial gigante de objetos para hacer deporte (¡pobres griegos, participando desnudos en las Olimpiadas!) a comprar bastones para andar por la calle que no son necesarios y canoas gigantes de plástico con remos de plástico y rodilleras y casco y gafas de plástico, en un país que ya no tiene casi ni ríos, y eso es contradictorio.
  • Queremos salvar el mundo y pensamos que la mejor forma de hacerlo es enviar a nuestras tropas en aviones, con helicópteros, carros de combate, blindados y barcos de guerra de todo tipo a pegar tiros a países ajenos con montañas remotas y en desiertos lejanos y eso estropea más el mundo, no lo salva.
  • Queremos salvar al mundo teniendo solo un hijo, pero eso sí, con pañales desechables y zapatitos y vestiditos y potitos por doquier durante dos años y con juguetes que no le quepan en la habitación y que tenga un futuro más consumista que el de sus papás. Y por desgracia eso no es posible.
  • Queremos salvar al mundo, pero con el 5G, la robótica, el Internet de las Cosas (¡qué cosas!) y la alta tecnología, que llevan siempre aparejadas un consumo desaforado para bajarse a toda prisa las bajas pasiones y los peores instintos, y así no hay forma.
  • Queremos salvar al mundo a través de la cultura y luego el 90% de la cuota de pantalla en nuestros cines y televisiones son series y películas de Hollywood, que promueven estilos de vida más tóxicos que todos los plásticos del planeta y eso no hay por dónde cogerlo.
  • Queremos salvar al mundo y luego aceptamos que la mitad del tiempo que ves una pantalla o miras por la calle sólo veas anuncios y publicidad consumista; y sin declarar la publicidad como delito punible, va a resultar que no es posible.
Podría haber seguido mucho más, pero para qué. Decía la tristemente desaparecida Petra Kelly, ecologista alemana de los años ochenta del siglo pasado, que “todos quieren volver a la Naturaleza, pero ninguno quiere hacerlo a pie”. A lo más que estamos llegando es a ir en patinete eléctrico a las manifestaciones para decir lo obvio: que sigue sin haber un planeta B.
Hace poco, una noticia decía (“según un estudio de científicos…” que es como comienzan ahora los nuevos cuentos, en lugar de la famosa entradilla de “había una vez…”) que reforestando una superficie como la de todo EE. UU. se podrían almacenar unos ⅔ del CO2 que los humanos ponemos en la atmósfera. Otra batalla que parece perdida.
Concluyo proponiendo la lucha en la trinchera que sabe que tiene la guerra perdida. Por si acaso. Como bagaje, llévense el libro El hombre que plantaba árboles de Jean Giono. Llévense con ilusión para leer en medio del inclemente bombardeo el discurso de José Saramago en la recepción del Premio Nobel, relatando la anécdota sobre su abuelo Jerónimo que, al presentir la muerte que veía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.
Y si tienen a bien, escuchen mi promesa de combatiente que me han traducido a un inglés que mejora y ordena mi desaliñado castellano y que me han ofrecido difundir en un medio de espero que mucho alcance:
I solemnly pledge to plant trees and care for native forests the rest of my life –no matter what! This is more than mere sequestration of the CO2 emissions from the industrial ways of our human species, important as that is. We plant seeds and seedlings for buffer zones and corridors connecting ancient primary forests. We plant along the ditches and in arid lands –transforming degradation into the great U-turn to a healing and healthy planet. We the protectors and planters trek forward –hands in live fertile deepening soil. We do these deeds even if the world falls apart or while the world is falling apart. We do it out of love of forests, forest animals, and all living beings. We do it knowing that nature and nature’s ways are not human property, but the life-giving systems fostering the great web of life, including us. Join us, plant all the trees your life will permit.
In reverence of living forests and the interlaced wholeness of a wondrous planet,
(signed)
Hasta la victoria siempre, que dijo otro que, como el abuelo de Saramago, sabía también que iba a morir y, como el abuelo de Saramago, tenía sólo pena y ningún miedo por ello.

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