sábado, 6 de julio de 2019

Adecentar la política con la ética. Un dilema viejísimo que según las tradiciones y herencias disponibles, parece tan irresoluble como el de la esfinge y Edipo

Según la leyenda de la antigua Grecia, la esfinge era un monstruo que seleccionaba a quienes pretendían entrar en la ciudad helena de Tebas, les hacía pasar una prueba, que solo podían superar respondiendo acertadamente  a una pregunta muy enrevesada  de cuya respuesta dependía no solo la entrada en Tebas sino, además ,la mera supervivencia de los visitantes. Si no respondían con acierto, morían. 
Cuentan las crónicas griegas, tan ricas filosófica y literariamente en símbolos y metáforas, que Edipo, heredero del trono tebano, hijo de los  reyes  Layo y  Yocasta, cuyo matrimonio fue estéril hasta que haciendo rituales y constantes peticiones a los dioses, lograron ser padre y madre, estaba condenado por el destino a matar a su padre y a casarse con su madre. La Pitia (pitonisa de aquel momento), les auguró un futuro horrible si el niño llegaba a ser  adulto. Aterrorizado el padre, Layo, decide expulsar de sus vidas al mortífero bebé predestinado al peor y más patológico futuro y lo entrega a un  esbirro para que lo matase, quien a su vez no tuvo valor ni psicopatía suficiente para hacerlo, y como semejante crueldad le  repugnaba, como a cualquier ser humano normal, lo entrega a un pastor, sin decirle de quién era hija la criatura, que creció en los campos y bosques sin tener la menor idea de su verdadero origen. 
Aunque, según parece,  el remedio de Layo (escapar de un futuro horripilante pretendiendo matar al hijo y heredero al que tanto habían deseado sus padres) fue la verdadera causa por la que se cumplieron tan espantosos vaticinios. Con los años Edipo creció y se convirtió en un diestro estratega, valiente y atrevido; en una revuelta popular, mató a Layo y para premiarle le ofrecieron casarse con Yocasta y ser rey de Tebas. Todo fue sobre ruedas hasta que se descubrió la verdad, y según afirman las crónicas y las tragedias, Yocasta y Edipo acabaron suicidándose, cada uno por su lado, al ser incapaces de superar el daño sufrido y perpetrado al no conocer la verdad de sus propias identidades. 
No tengo ni idea acerca de la verdad histórica del relato, tal y como nos ha llegado; la historia humana es un verdadero desaguisado de locuras y arrebatos, disparates y aberraciones, como para decir que alguna bestialidad como esa leyenda no haya sido posible más de una vez, pero tampoco me la creo a pies juntillas. Al margen de la veracidad de los hechos, prefiero quedarme con el símbolo y la moraleja del relato, aplicándolo a nuestra realidad actual, en la sociedad, que es también la política. 

La maldición futura que pesaba sobre la familia real de Tebas, dependía sobre todo de sus propias elecciones en el presente. No hay peor maldición que la credulidad y el dogmatismo acrítico. O sea la no intervención de la libertad, del legítimo  albedrío para pensar y elegir la respuesta personal de cada uno a los retos de la existencia. Ante un pronóstico espantoso Layo pudo haber elegido no creer en patrañas, acoger con natural bondad a Edipo y educarlo  en el amor de su familia y no queriendo matarle y deshacerse de su propio hijo recién nacido como de una basura tóxica, mediante un crimen execrable. Todo por miedo irracional y pre-juicios "divinos", que impiden intervenir a la conciencia verdaderamente humana, por encima del instinto más elemental. Obrando de ese modo, el desnaturalizado padre, provocó que su propio hijo sin saber quién era, al cabo de los años le matase y que después se casase con la reina, su madre, desconociendo su propia historia. Y que cuando se descubrió semejante barbaridad, se acabase su propia dinastía, y todo por seguir el dictado de la superstición y del miedo, que desencadenan la peor tragedia imaginable para quienes habían pretendido evitarla mediante un crimen espantoso.Toda injusticia o perversión ocultas acaban haciéndose visibles y palpables en sus secuelas, y es que la ignorancia no sabe ver ni atar cabos entre los por qués  de la fatalidad. Y sin embargo esa conexión no tiene nada de "mágica" ni de "esotérica"  o estrafalaria, se trata simplemente de causa y efecto, como la ciencia experimental.

La esfinge a la entrada de la ciudad, con su pregunta enigmática, es la metáfora de la capacidad que tenemos cada uno de nosotros para elegir una respuesta que nos dé la vida y otra que nos la arrebate, además de poder fastidiarla a base de bien hasta que se finiquita. 

Tomarse la historia como se toma un credo religioso o una fijación ideológica, sin profundizar, sin analizar, sin digerir, valorando solo la sensación del deseo, del miedo, de la desintegradora, vana e insaciable ilusión,  de la euforia, de las obsesiones, y programaciones racional-emotivas y de intereres espurios, de tinglados perecederos  de obsolescencia inevitable a la vuelta de la esquina, termina tarde o temprano, como el ciclo trágico de Edipo. Matando lo que más hubiésemos valorado si lo hubiésemos conocido a tiempo: nuestros genes espirituales, que no tienen nada que ver con religiones ni con dogmas ni comidas de tarro, sino con la verdad que nos hace posibles y hermanos, y no por similitud de ideas, sino sobretodo por humanidad, empatía inteligente y amor, que es la base real de todo lo que nos hace comprender y distinguir lo que nos existe y nos programa, pero no nos vive. Porque solo nosotros decidimos si queremos vivir o simplemente vegetar y repetir esa condición repartida en tiempos y espacios, que solo pueden cambiar y tener sentido si cambiamos nosotras en vez de estrellarnos empeñadas en que cambie el mundo, mientras nosotros seguimos como nuestros ancestros, repitiendo los mismos caminos erráticos del cortoplacismo filibustero.

La democracia y la libertad para el franquismo camuflado de transición, fueron Edipo, el hijo no deseado y peligroso al que desterraron al infierno de un capitalismo sin alma ni conciencia, para acabar con él y así, no poner en riesgo su monarquía, basada en el miedo, la superstición, el abuso y la mentira.

El pueblo español está ahora pasando su prueba de la esfinge, que para Edipo fue esta pregunta: ¿Qué criatura viva puede  ser cudrúpeda, bípeda y trípoda? La respuesta que salvó la vida a Edipo fue: esa criatura es el hombre que al principio gatea a cuatro patas, cuando aprende andar camina con dos piernas y cuando se hace viejo sus dos piernas ya insuficientes deben apoyarse en la tercera pata de un bastón. El acierto de su deducción le salvó la vida. Y el resultado fue que la esfinge se suicidó. No la mató Edipo. La liquidó su respuesta.

La situación política que vivimos es el resultado de la respuesta que damos a nuestra historia, desde la conciencia operativa o desde la sumisión incondicional, decidiendo y aceptando que se repita sine die, o cambiarla. La esfinge controladora se autoliquidará si nosotros somos capaces de romper la inercia íntima del miedo a equivocarnos si decidimos cambiar de opciones, o sea, de romper barreras que son mortales de necesidad para la democracia, los DDHH, la convivencia en paz, la supervivencia ecológica del propio Planeta, la justicia igualitaria, el desarrollo equilibrado de los pueblos y no de los imperios, en la que todo delincuente y todo inocente no lo son por pre-juicios leguleyos a gusto de los criterios e intereses de los peritos jurídicos, sino por ética, lucidez  y cuidado del bien común sin excepciones ni privilegios, como igualmente el derecho a la vida de todo ser humano no puede estar sometido a criterios de negocio, de nacionalidades,razas, religiones o culturas supremacistas, ni de miedos infundados e inoculados por la avaricia, la miseria espiritual, emocional y mental, o sea, la estupidez. 

La esfinge es la confusión que pone a prueba nuestra madurez antropológica, nuestra capacidad para diseñar y provocar el salto cuántico que nos hace crear nuevas dimensiones sin tener que depender de máquinas ni planes autómatas,  hechas y fabricadas por nosotros para que nos programen la vida que los poderes de este mundo nos quieren arrebatar y teledirigir, como han hecho desde la antigüedad todos los imperios, mediante las milongas de su "orden" y su "seguridad", que en el fondo son una ratonera mortal para la conciencia, las libertades, derechos y deberes que van naciendo al mismo tiempo que se armonizan los dos hemisferios de la conciencia humana: el personal y el colectivo; la conciencia es el cerebro y el alma del Universo, la sustancia que nos une mientras nos diversifica.

Que tanta noticia desorbitada y tanto estruendo del momento, que hoy es incendio y mañana solo cenizas, no nos impidan SER y descubrirlo, con sus gritos ,sus humos tóxicos y sus algoritmos premonitorios. 
Los peores pronósticos solo se hacen posibles si los damos por hechos antes de que lleguen; y nunca llegarán si hacemos lo contrario de lo que necesitan para cumplirse. 
Contra el vicio de condenar está la virtud de la regeneración, contra la oscuridad de la entropía adictiva está la creación constante de la libertad y la autonomía ética del SER. El camino de la esperanza con fundamento que crea porque  cree, y viceversa, no con la mayonesa cortada de la ilusión, en la frustrante ensalada del desencuentro.

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