La fortuna de un hereje
Elisa Beni
Viendo la peregrinación seglar de
los candidatos populares, con sus cajas y bolsas de avales que podrían
ser exvotos al poder, me pregunto si el PP tendrá la fortuna de hacerse
con un hereje irredento que ponga manga por hombro el rigorismo
organizativo y tradicional de esa derecha a la que enfrentarse en
público le suena tan feo como tirarse un pedito.
Los candidatos llegan juntos, que no revueltos, y hablan de unidad, de no enfrentarse, de sumar, de hacer fuerte al partido, de... lo que en otro tiempo en otra galaxia ideológica, ¿recuerdan? fuera el coser y el recoser. Todos unidos por el estupor y por el hilo mariano que les ha dejado sin salida clara del laberinto ahora que Teseo se ha largado a Santa Pola y es el menos marianista de todos.
Les ha dejado solos, encerrados con un único juguete cuyos engranajes se gestaron para no funcionar nunca. Lo miran, le dan vueltas, intentan darle cuerda pero no tienen claro si se pondrá en marcha o les estallará en las manos como un refinado artefacto oculto en la inédita democracia del partido.
El sistema decorativo estaba perfectamente pensado para una sucesión ordenada que se ha estrellado con el posibilismo de Feijóo que, probablemente, ha pensado que más vale Xunta en mano que primarias accidentadas más campaña electoral volando. Eso o cualquier otra cosa. El resultado cierto es que el mecanismo se va a poner a funcionar y que nadie es capaz de pronosticar que tipo de cuerda tiene y a quién pondrá a bailar.
No podemos hacer apuestas ni los observadores externos ni los analistas políticos ni ellos mismos. La militancia popular es un unicornio. Nadie ha contado con ella en siglos. Era un bonito y mitológico lugar común al que acudir. Ahora las tornas cambian y nadie se atreve a predecir en qué sentido, aunque no sería muy difícil interpretar que la mayor parte de sus miembros deben estar harto quemados del ninguneo del establishment que apenas les ha calculado hasta ahora como metro cúbico con el que cerrar mítines vistosos. Pudiera ser, sin embargo, que la militancia del PP si tuviera los pies en el suelo, si supiera analizar la realidad y si estuviera dispuesta a abrir los ojos de sus dirigentes y eso podría abrir puertas a sorpresas y duelos que no entran en muchas quinielas.
La mayor parte de los candidatos están unidos por lo que podríamos llamar el hilo mariano. Unos con una mochila mayor y más pesada y otros con la aquiescencia, la lealtad o la pertenencia a su equipo. Son los que parecen tener claro su triunfo, sean cuales sean sus alianzas previas o sus guiños posteriores. Y ese es parte del problema. En todas las declaraciones aún tibias, como la del niño que se adentra en el mar desconocido con su cubo y su pala en un primer baño, en todas se han referido a la continuidad del partido y a la necesidad de evitar las disensiones para recuperar el poder en las próximas elecciones.
Es una visión pragmática. Es, desde luego, su objetivo pero como siempre parece que se olvidan de analizar una realidad que ha sufrido un cambio sustancial, un vuelco, en menos de diez días. A ninguno he oído aún reflexionar sobre cómo y por qué han llegado a esta situación. Pareciera que Mariano se hubiera levantado un día como actor invitado de Amanece que no es poco y hubiera decido, en lugar de levitar u oler bien, irse de registrador a Santa Pola. No es el caso. Han sido desalojados del poder y Rajoy se ha ido como precio político por la corrupción sistémica y, más allá, por el desdeñosos desprecio que el partido ha mantenido hacia una realidad escandalosa. La realidad les ha atizado en el cráneo, pero no parece haber logrado meterse dentro.
Mientras los cuadros del partido juegan una partida en la que las reglas no parecen haberse alterados, existe la posibilidad de que los militantes se hayan dado cuenta de que sólo una limpieza y una regeneración profunda del partido puede darles opciones. Incluso es posible que reflexionen sobre qué candidato tiene alguna oportunidad real de no seguir siendo machacado por las sombras del pasado para intentar dejar sin viento la bandera de la limpieza que lleva enarbolando Rivera, con gran éxito,entre su espectro electoral.
Dicho de otra manera, el Partido Popular necesita un hereje que haga navegar al partido hacia la modernidad y la regeneración. La modernidad no es amiga exclusiva de la juventud y, en algunos casos, es incluso claramente incompatible. Los populares necesitan un Anastasio que cuestione a gritos en la catedral de Constantinopla el dogma mariano y que, en su herejía, sea capaz de abrir una nueva puerta para la redención. Hasta el momento sólo dos candidatos han hecho amago de poder transitar esa ruta. Uno de ellos se jacta de llevar mucho tiempo en contacto con las bases, en su propia romería democrática.
Sí, lo mejor que podría ocurrirle al Partido Popular es que apareciera un hereje y que las bases se lo situaran en la final. Eso y que se atrevieran a hacer correr la sangre en el proceso. Hay herida y hay hematoma dentro de la organización. Sin sangría no habrá regeneración posible y, sin esta, las posibilidades de ganarle el tramo a Rivera y de recuperar el gobierno descienden tremendamente.
Duelo y sangre y lágrimas para limpiar y un hereje para seguir adelante. No hay consejo más realista y que tengan menos interés en seguir. El marianismo es ya sólo un paseo y un desayuno en la playa con el Marca antes de entrar a registrar. No es una gran épica en la que hacer naufragar al partido conservador que toda democracia precisa.
Los candidatos llegan juntos, que no revueltos, y hablan de unidad, de no enfrentarse, de sumar, de hacer fuerte al partido, de... lo que en otro tiempo en otra galaxia ideológica, ¿recuerdan? fuera el coser y el recoser. Todos unidos por el estupor y por el hilo mariano que les ha dejado sin salida clara del laberinto ahora que Teseo se ha largado a Santa Pola y es el menos marianista de todos.
Les ha dejado solos, encerrados con un único juguete cuyos engranajes se gestaron para no funcionar nunca. Lo miran, le dan vueltas, intentan darle cuerda pero no tienen claro si se pondrá en marcha o les estallará en las manos como un refinado artefacto oculto en la inédita democracia del partido.
El sistema decorativo estaba perfectamente pensado para una sucesión ordenada que se ha estrellado con el posibilismo de Feijóo que, probablemente, ha pensado que más vale Xunta en mano que primarias accidentadas más campaña electoral volando. Eso o cualquier otra cosa. El resultado cierto es que el mecanismo se va a poner a funcionar y que nadie es capaz de pronosticar que tipo de cuerda tiene y a quién pondrá a bailar.
No podemos hacer apuestas ni los observadores externos ni los analistas políticos ni ellos mismos. La militancia popular es un unicornio. Nadie ha contado con ella en siglos. Era un bonito y mitológico lugar común al que acudir. Ahora las tornas cambian y nadie se atreve a predecir en qué sentido, aunque no sería muy difícil interpretar que la mayor parte de sus miembros deben estar harto quemados del ninguneo del establishment que apenas les ha calculado hasta ahora como metro cúbico con el que cerrar mítines vistosos. Pudiera ser, sin embargo, que la militancia del PP si tuviera los pies en el suelo, si supiera analizar la realidad y si estuviera dispuesta a abrir los ojos de sus dirigentes y eso podría abrir puertas a sorpresas y duelos que no entran en muchas quinielas.
La mayor parte de los candidatos están unidos por lo que podríamos llamar el hilo mariano. Unos con una mochila mayor y más pesada y otros con la aquiescencia, la lealtad o la pertenencia a su equipo. Son los que parecen tener claro su triunfo, sean cuales sean sus alianzas previas o sus guiños posteriores. Y ese es parte del problema. En todas las declaraciones aún tibias, como la del niño que se adentra en el mar desconocido con su cubo y su pala en un primer baño, en todas se han referido a la continuidad del partido y a la necesidad de evitar las disensiones para recuperar el poder en las próximas elecciones.
Es una visión pragmática. Es, desde luego, su objetivo pero como siempre parece que se olvidan de analizar una realidad que ha sufrido un cambio sustancial, un vuelco, en menos de diez días. A ninguno he oído aún reflexionar sobre cómo y por qué han llegado a esta situación. Pareciera que Mariano se hubiera levantado un día como actor invitado de Amanece que no es poco y hubiera decido, en lugar de levitar u oler bien, irse de registrador a Santa Pola. No es el caso. Han sido desalojados del poder y Rajoy se ha ido como precio político por la corrupción sistémica y, más allá, por el desdeñosos desprecio que el partido ha mantenido hacia una realidad escandalosa. La realidad les ha atizado en el cráneo, pero no parece haber logrado meterse dentro.
Mientras los cuadros del partido juegan una partida en la que las reglas no parecen haberse alterados, existe la posibilidad de que los militantes se hayan dado cuenta de que sólo una limpieza y una regeneración profunda del partido puede darles opciones. Incluso es posible que reflexionen sobre qué candidato tiene alguna oportunidad real de no seguir siendo machacado por las sombras del pasado para intentar dejar sin viento la bandera de la limpieza que lleva enarbolando Rivera, con gran éxito,entre su espectro electoral.
Dicho de otra manera, el Partido Popular necesita un hereje que haga navegar al partido hacia la modernidad y la regeneración. La modernidad no es amiga exclusiva de la juventud y, en algunos casos, es incluso claramente incompatible. Los populares necesitan un Anastasio que cuestione a gritos en la catedral de Constantinopla el dogma mariano y que, en su herejía, sea capaz de abrir una nueva puerta para la redención. Hasta el momento sólo dos candidatos han hecho amago de poder transitar esa ruta. Uno de ellos se jacta de llevar mucho tiempo en contacto con las bases, en su propia romería democrática.
Sí, lo mejor que podría ocurrirle al Partido Popular es que apareciera un hereje y que las bases se lo situaran en la final. Eso y que se atrevieran a hacer correr la sangre en el proceso. Hay herida y hay hematoma dentro de la organización. Sin sangría no habrá regeneración posible y, sin esta, las posibilidades de ganarle el tramo a Rivera y de recuperar el gobierno descienden tremendamente.
Duelo y sangre y lágrimas para limpiar y un hereje para seguir adelante. No hay consejo más realista y que tengan menos interés en seguir. El marianismo es ya sólo un paseo y un desayuno en la playa con el Marca antes de entrar a registrar. No es una gran épica en la que hacer naufragar al partido conservador que toda democracia precisa.
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