viernes, 15 de junio de 2018


La salida anticipada de Donald Trump y su posterior  rechazo a respaldar el comunicado final del G7 ha dejado a la prensa internacional perpleja, dejando en evidencia el grado de incomprensión de la realidad global.
En un intento por mezclar dureza con humor, Emmanuel Macron tuvo la ocurrencia de decir que el G7 podría convertirse en el… G6. Eso es absurdo, sobre todo porque sin Estados Unidos, el capitalismo como lo conocemos (ni hablar de las penosas reuniones del G7) desaparecería de la faz de la Tierra.
Desde luego, no cabe duda de que mientras esté Trump en la Casa Blanca, tenemos muchas razones para angustiarnos. Sin embargo, la reacción del establishment a las jugarretas del presidente tanto en Estados Unidos como en Europa, llenas de peligrosas ilusiones y errores de cálculo, constituye probablemente una preocupación mayor para el establishment.
Algunos tienes esperanzas con la investigación de Mueller, pensando que Mike Pence sería mejor presidente. Otros prefieren aguantar la respiración hasta 2020, negándose siquiera a considerar la posibilidad de un segundo mandato. Lo que ninguno comprende son los grandes cambios que respaldan las groseras excentricidades de Trump.

El gobierno de Trump está desarrollando un significativo impulso económico a nivel interno. En primer lugar, aprobó recortes en los impuestos de la renta y de sociedades fiscales que el establishment republicano no hubiera podido soñar hace unos años. Pero esto no fue todo. En privado, Trump dejó pasmada a Nancy Pelosi, la líder demócrata en la Cámara de Representantes, al aprobar cada programa social que ella le pidió. Como resultado, el Gobierno nacional tiene el mayor déficit de la historia del país, con una tasa de desempleo de menos del 4%.

Al margen de lo que uno opine del presidente, no sólo le está dando dinero a los ricos, que por supuesto son los que más se benefician, sino también a muchos pobres. Con una fuerte tasa de empleo, especialmente entre los trabajadores afroamericanos, la inflación bajo control y un optimista mercado de valores, Donald Trump tiene el frente interno cubierto mientras viaja a tierras extranjeras a enfrentarse con amigos y enemigos.
El establishment antiTrump estadounidense reza para que los mercados lo castiguen por su derroche. Esto es precisamente lo que habría sucedido si Estados Unidos fuera cualquier otro país. Mientras se estima que este año el déficit fiscal alcanzará los 804.000 millones de dólares y en 2019 llegará a los 981.000 millones, y mientras que se espera que el Gobierno se endeude en 2,34 billones de dólares más en los próximos 18 meses, el valor de la moneda se desplomaría y los intereses se dispararían. Pero Estados Unidos no es un país cualquiera.

Mientras el banco central del país, la Fed, reduce su programa de compra de activos vendiendo su stock de activos acumulados al sector privado, los inversores necesitan dólares para comprarlos. Esto hace que el número de dólares disponible para inversores se reduzca en 50.000 millones de dólares cada mes. A eso hay que sumar los dólares que los capitalistas alemanes y chinos necesitan para comprar bonos del Gobierno estadounidense (en un intento de obtener beneficios de forma segura) y entonces se puede comenzar a ver por qué Trump cree que no será castigado con un pánico bancario que afecte a los dólares o a los bonos.

Armado con el exorbitante privilegio que le da ser dueño de las máquinas que fabrican dólares, Trump mira los flujos comerciales con el resto de los países del G7 y llega a una conclusión inevitable: es imposible que pierda una guerra comercial contra países que tienen un gran superávit comercial con Estados Unidos (por ejemplo, Alemania, Italia y China) ni con los que cogen neumonía cada vez que Estados Unidos coge un resfriado (por ejemplo, Canadá).
Nada de esto es nuevo. Richard Nixon también se enfrentó al establishment europeo en 1971, mientras que Ronald Reagan exprimió brutalmente a los japoneses en 1985. Incluso si el lenguaje no era menos incivilizado –recordemos el resumen de la actitud del gobierno de Nixon en las inimitables palabras de John Connally: “Mi filosofía es que todos los extranjeros nos quieren joder y es nuestro trabajo joderles nosotros antes”. La agresividad actual de Estados Unidos hacia sus aliados se diferencia de aquellos episodios en dos aspectos.
Primero, desde el colapso de Wall Street de 2008, y a pesar del subsiguiente reflote del sector financiero, Wall Street y la economía interna estadounidense ya no pueden hacer lo que hacían antes de 2008, es decir, absorber las exportaciones de las fábricas europeas y asiáticas a través de un superávit comercial financiado por un influjo equivalente de beneficios generados en el extranjero. Este fracaso es la causa subyacente de la actual inestabilidad económica y política mundial.
Segundo, a diferencia de lo que ocurrió en los años 70, la última década de mala gestión de la crisis del euro en Europa ha hecho que el establishment franco-alemán esté ahora desunido y en retirada, dejando a los nacionalistas xenófobos y euroescépticos asumir el poder de diferentes gobiernos.
Trump observa toda esta situación y concluye que, si Estados Unidos ya no puede estabilizar el sistema capitalista global, igual puede cargarse todos los convenios multilaterales actuales y comenzar de cero con un nuevo orden que se asemeje a una rueda, con Estados Unidos en el centro y todas las otras potencias en el radio, una disposición de acuerdos bilaterales que le asegure a Estados Unidos ser siempre el socio más fuerte y así poder beneficiarse de la táctica de “divide y vencerás”.

¿Puede la UE crear una alianza antiTrump al estilo 'Europe First', quizá involucrando a China? Después de la salida de Trump del acuerdo nuclear con Irán, la respuesta ya se ha dado. Minutos después de la declaración de la canciller Angela Merkel de que las empresas europeas se quedarían en Irán, todas las empresas alemanas anunciaron su retirada, priorizando los recortes fiscales que Trump les ofrecía dentro de Estados Unidos.
En conclusión, tenemos razón al escandalizarnos con Trump: está ganando al establishment europeo, que se obsesiona con su ignorancia de las fuerzas que lo socavan y sientan las bases de acontecimientos espantosos. La responsabilidad recae en los progresistas de Europa continental, de Reino Unido, de Estados Unidos, que deben imponer un New Deal internacionalista en la agenda y ganar elecciones haciendo campaña por ello.

En mis pocos momentos de optimismo, imagino una alianza entre Bernie Sanders, Jeremy Corbyn y nuestro Movimiento por la Democracia en Europa, el DiEM25, ofreciendo una fuerte competencia a la Internacional Nacionalista liderada por Trump. Hace algunos años, un triunfo de Trump en Estados Unidos, en Europa o en otros sitios sonaba aún más descabellado que esto. Vale la pena intentarlo.

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