Cuando la vida no fluye adecuadamente con la conciencia colectiva e individual,la realidad actúa con la dinámica de un látigo implacable. La normalidad se convierte en delito y viceversa. Y el resultado es una hiperestesia de todo el conjunto, en un vórtice que acelerado en su entropía deriva en una especie de autofagocitación enloquecida y exponencial.
¿Qué le impide a la vida su fluido natural hacia la experiencia que despierta, convoca, comparte y se enriquece tanto por dentro como se hace sostenible y grata por fuera?
El primer impedimento es que no haya conciencia disponible, como primer testigo y referente de sí mismas. Uno es a la vez todos en esencia y de verdad. Sin descubrirse el sí mismo real tampoco se puede descubrir al Otro como entidad universal y particular, que no son estados opuestos y enfrentados, sino completivos y simbióticos: los otros. La humanidad que somos todos y todas. Sin exclusiones de ningún tipo. Es tan erróneo intentar reducir la realidad al plano individual menospreciando el plano colectivo (cosa de la derecha egosupremacista) como intentar reducirla a lo colectivo anulando el valor sine qua non de la individualidad (propio de algunas tendencias a la izquierda, y de un socialismo mal comprendido y nada integrado).
Ese impedimento inicial bloquea todo el proceso in crescendo de nuestra evolución como seres conscientes capaces de percibir la propia identidad para percibirse y al revés: de percibirse a sí mismos para poder percibir la otredad, ese unus versus alia, que luego hemos trasladado al conocimiento y al estudio sectorial de lo universal. -¿Qué otra cosa si no, era la universidad en su origen y antes de que le creciesen como champiñones y setas de cardo tantas Cifuentes y Casados, como han ido desfilando desde hace tiempo por las entretelas manipulables de una titulitis patológica y, objetivamente, lista de la compra fashion?-.
Y entonces, una vez bloqueados en las rutinas que simulan una estabilidad que solo es inseguridad sujeta con alfileres, -también el error se hace norma estable a base de convertirse en el único tipo de experiencia que conocemos y nos encasquetan- lo siguiente es la retrogresión. El camino a la inversa. El calvario del convivir sin saber qué es ni cómo se gestiona la convivencia desde la raíz, o sea, desde casa, la escuela, el barrio, las aulas y la calle, la naturaleza y la sociedad, el experimentar y el conocer son inseparables.
En ese estado lo "normal" es vivir en medio de un problema general con mil caras poliédricas convertidas en necesidades, en tendencias, en carreras, despachos, consultas, bufetes, talleres, aulas, funcionariados, masters, empresas, parlamentos, tribunales, partidos, sindicatos, bancos, bolsas, ejércitos, religiones y demás subespecies laborales e institucionales que garanticen esa imprescindible adaptación al medio, que pasa por hacer del conocimiento y la necesidad un supermercado global de exigencias y elucubraciones cada vez más marcianas, que nos vende soluciones y arreglos de poco fuste, a esa complicada existencia teledirigida desde que aparece hasta que deriva en otro plano distinto, ya convertida en problema desde que llegamos a ella, cuando en realidad la misma vida plantea la solución que emana de su propio fluido y capacidad eco-biológica si se respetan sus ciclos, sus tiempos y espacios, sus leyes naturales y no se le va enmendando la plana en todo hasta limitarla, retorcerla, exprimirla, deformarla, enfermarla y destruirla porque molesta su simplicidad incomprensible en tal magnitud apabullante, ("no puede ser tan fácil, eso no es serio para tanta enjundia existencial, con tanta ciencia y tanta filosofía, tanto comercio con todo lo que se ponga a tiro, y tanto trajín imprescindible" se dicen entre ellos los más enteraos de nuestra especie...) y para colmo la belleza transparente de su espontánea salud natural y sin complicaciones delirantes. Sobre todo su impúdica y descarada gratuidad, ese generoso intercambio entre naturalezas plurales y al mismo tiempo, una expresión de lo más hondo y hermoso que somos, pero que, por "educación" muy mal entendida y protocolaria en todo, ¡hasta en la medicina!, no nos atrevemos a admitir ni a autorizar.
En ese berenjenal absolutamente contra natura, todo se degrada. Una idea que nace estupenda y regeneradora, en unos años se ha convertido, primero, en escándalo y campanazo, después en trending topic, luego en el lema de la mejor causa, luego en mantra sobeteado, en dogma manipulado que se usa como búmerang ideológico, luego en refrán que todos repiten y nadie entiende, luego en lugar común en el contenedor de las paparruchas y las banderas, mucho más luego, en mordaza y hasta en condena judicial para quienes aun la recuerdan y la repiten por las redes sociales en diferentes versiones, en los conciertos o los cafetines y tascas del buen chascarrillo. Y no digamos nada si de repente alguien se la toma en serio y la saca a la calle en modo pancarta y manifestación procesional.
A ver, en semejante plan, ¿qué pueden hacer esos tres poderes del estado, condenados en España, a manifestarse los tres a una, en la versión pantocrática del estado fuenteovejuna prime time, con esa unidad tan franca y tan clara...de la santa tradición.
A ver, en semejante plan, ¿qué pueden hacer esos tres poderes del estado, condenados en España, a manifestarse los tres a una, en la versión pantocrática del estado fuenteovejuna prime time, con esa unidad tan franca y tan clara...de la santa tradición.
Cuando ya se han agotado los recursos de la política que nunca se estrenaron en realidad, cuando la economía sin política se convierte en el despacho de Al Capone en Génova 13, cuando la sociedad sin política ni economía se hunde en la miseria entre las garras de filibusteros e inútiles fifty/fifty disfrazados de políticos y dontancredos, las voces de la entelequia claman porque sea la Justicia la que ponga por fin orden en el caos total. Y entonces la Justicia se pone manos a la obra, pero, cuando intenta meterse en faena más a fondo se da cuenta de que ella también está para el arrastre, salvo unos cuantos jueces en plan Leónidas en las Termópilas, que se pueden contar con los dedos de las manos, el resto está como todo el conjunto, éticamente catatónico. Contagiado del mismo virus: la sociedad como problema rentable; ya el sabio Mariano Rajoy, en su elocuencia inagotable, definía el establishment susodicho, desde su propia y larguísima experiencia: tanto peor para ustedes, tanto mejor para nosotros y tanto mejor para nosotros, tanto peor para ustedes, según el mandala con mantra añadido diseñado por la escuela aprovechategui, que desde tiempo inmemorial tantos beneficios reparte a diestro y siniestro, mucho más que a siniestro y diestro.
Ah, los jueces! Qué mundo de sugerencias...Y esa Justicia como norma suprema e intocable en sus manos. Igual de dogmática que una religión, grabada a fuego sobre piedra como el legado de Moisés en el Sinaí. Un 'principio divino' intocable, que necesariamente es administrado por mentes, emociones, sentimientos, elucubraciones y manos humanas, frágiles, vulnerables y corruptibles por naturaleza y voluntad adjunta.
Endosar a los jueces la responsabilidad suprema sobre juicios y castigos, dando por hecho que un juez tiene que ser absolutamente imparcial y equidistante , siempre me ha parecido un disparate. Los seres humanos, sencillamente por serlo,y por su mismo derecho a la libre opinión, criterio y libertad de expresión, son parciales hasta en sus pretendidas imparcialidades. Y eso es virtud y riqueza humana, que la solidaridad y el amor convierten en el líquido lubricante de las instituciones, "perfectas" e "infalibles" por decreto-ley, pero, al mismo tiempo, susceptibles de deshumanizarse y degradarse por exceso o por defecto.
Es imposible que un ser humano normal y no afectado por una psicopatía, se mantenga indiferente, al margen en las ideas, en la percepción, en la empatía en el vínculo emocional que nos emparenta y nos separa de los acontecimientos y de sus protagonistas. ¿Qué hará el juez con la indignación que le provoca la maldad y la crueldad contra seres indefensos? ¿Qué hará con la compasión cuando debe sopesar los pros y los contras de los delincuentes y de sus víctimas, con agravantes y atenuantes a su disposición? ¿Qué hará cuando debe juzgar a compañeros de partido político que le han beneficiado con destinos estupendos o que le han machacado profesionalmente con destinos pésimos cuando mandaban e influían en los nombramientos del Poder Judicial? ¿Qué hará un juez o jueza educada en el patriarcado ante un delito como el de La Manada? Y un juez que se drogue o tenga un hijo drogadicto ¿que hará con quienes delinquen a causa de su drogadicción? ¿Qué hará un juez maltratador con un reo colega de inclinación y con una víctima que le recuerda a la bruja de su mujer maltratada? ¿Cómo juzgará los delitos de un homosexual, un juez de su misma condición, será más benevolo por empatía o será más pejigueras por rivalidad?¿Y una juez maltratada por su padre o su marido, qué hará cuando le toque juzgar a un padre o marido maltratador? La ley es imparcial pero el criterio y el equipaje psicoemocional no lo son por naturaleza y es el criterio de los jueges el que tiene la última palabra a la hora de valorar e impartir justicia... Por eso la justicia, sobre todo en una democracia, nunca debería ser cosa de uno solo. Demasiado peso para una base tan limitada y densa.
Endosar a los jueces la responsabilidad suprema sobre juicios y castigos, dando por hecho que un juez tiene que ser absolutamente imparcial y equidistante , siempre me ha parecido un disparate. Los seres humanos, sencillamente por serlo,y por su mismo derecho a la libre opinión, criterio y libertad de expresión, son parciales hasta en sus pretendidas imparcialidades. Y eso es virtud y riqueza humana, que la solidaridad y el amor convierten en el líquido lubricante de las instituciones, "perfectas" e "infalibles" por decreto-ley, pero, al mismo tiempo, susceptibles de deshumanizarse y degradarse por exceso o por defecto.
Es imposible que un ser humano normal y no afectado por una psicopatía, se mantenga indiferente, al margen en las ideas, en la percepción, en la empatía en el vínculo emocional que nos emparenta y nos separa de los acontecimientos y de sus protagonistas. ¿Qué hará el juez con la indignación que le provoca la maldad y la crueldad contra seres indefensos? ¿Qué hará con la compasión cuando debe sopesar los pros y los contras de los delincuentes y de sus víctimas, con agravantes y atenuantes a su disposición? ¿Qué hará cuando debe juzgar a compañeros de partido político que le han beneficiado con destinos estupendos o que le han machacado profesionalmente con destinos pésimos cuando mandaban e influían en los nombramientos del Poder Judicial? ¿Qué hará un juez o jueza educada en el patriarcado ante un delito como el de La Manada? Y un juez que se drogue o tenga un hijo drogadicto ¿que hará con quienes delinquen a causa de su drogadicción? ¿Qué hará un juez maltratador con un reo colega de inclinación y con una víctima que le recuerda a la bruja de su mujer maltratada? ¿Cómo juzgará los delitos de un homosexual, un juez de su misma condición, será más benevolo por empatía o será más pejigueras por rivalidad?¿Y una juez maltratada por su padre o su marido, qué hará cuando le toque juzgar a un padre o marido maltratador? La ley es imparcial pero el criterio y el equipaje psicoemocional no lo son por naturaleza y es el criterio de los jueges el que tiene la última palabra a la hora de valorar e impartir justicia... Por eso la justicia, sobre todo en una democracia, nunca debería ser cosa de uno solo. Demasiado peso para una base tan limitada y densa.
Creo honestamente que no puede ser real ni consistente esa fabulación que supone y exige de los jueces una imparcialidad impecable y aséptica realmente imposible, para cumplir con ella los jueces deberían renunciar a su condición humana y eso ya supone un riesgo de desequilibrio aun peor que la parcialidad. O bien aplicando al pie de la letra lo que está escrito, con lo cual se pueden cometer disparates, injusticias y crueldades de todo tipo o bien interpretando las leyes según sus criterios personales, con lo cual no se distinguirían de cualquier otro opinador moralista sin toga y con acceso a consultar las leyes, algo que les haría prescindibles por completo. Y creo que precisamente por ello, la idea de Justicia que tenemos no es justa. Sino irreal. Imaginaria e ilusoria. Una idea arcaica, de los tiempos en que la sola imagen de jearaquía implicaba excelencia obligatoria sin que tuviesen nada que ver las cualidades y condiciones personales del jerifalte de turno, solo su posición como arbotante o cúpula del poder. Exactamente el mismo criterio que en la Constitución española considera al Jefe del estado irresponsable jurídico de sus actos, con lo cual le exonera vitaliciamente de toda responsabilidad, que, en cambio, sí se exige a los ciudadanos, con lo cual cualquier ciudadano segregado por la desigualdad de la propia justicia, es más digno de crédito moral que el rey, del que nunca sabremos su realidad auténtica hasta que los excesos amorales a su cargo, inseparable de su supuesta y peculiar "dignidad", nos muestran en las narices la realidad de unas "virtudes" sui generis como episodios vergonzantes ya sea en Botsuana o con Urdangarín y su señora infanta.
¿Cómo es posible llamar justicia a las condenas persecutorias de Llarena o Lamela, y a las de Navarra con La Manada y Altasu? ¿Cómo llamar justicia a la solución que el pp mediante sus testaferros del Supremo, aplicó al Juez Garzón, para que la Justicia termine ahora dándole la razón y sentenciando ante la evidencia que hasta Garzón se quedó corto en sus acusaciones de entonces, porque los delitos siguieron creciendo en número e impunidad tras defenestrar al Juez de la Gürtel apartándole de su carrera judicial e incluso con el recochineo de emplear el magreo de la ley para cargarse la Justicia? ¿Qué hacer ahora con el juez y los magistrados que condenaron a Garzón por inquina ideológica y no por leyes justas? ¿Acaso fueron imparciales? ¿Qué imparcialidad hay en el consentimiento de la represión violenta y selectiva en Catalunya contra una expresión no violenta de la voluntad popular? ¿Qué leyes se están aplicando dentro de un sistema judicial, corrompido por unas prevaricaciones descaradamente cínicas que no se consideran delito en el código ppeppero que se ha remodelado durante una legislatura y cuarto, hasta lograr un Poder Judicial a su bola, en el que basta con trasladar a los jueces titulares y colocar en su lugar a jueces interinos, mucho más cómodos e inocuos, hasta que se ponen las pilas como Ruz y comprenden hasta dónde puede llegar el trapicheo de la indecencia "judicial" arropada por la política, en completa simbiosis delictiva pero enmascarada de "legalidad" por la presencia de las togas, que no por la legitimidad de la decencia y ese juez ordena una inspección en el antro de Génova 13 y encuentra que los discos duros de Bárcenas han sido pulverizados por órdenes de un tal M.Rajoy que pasaba por allí dando un paseo por unas hojas amarillas llenas de cantidades adjudicadas montones de nombres, entre los que andaba el buen paseante como lo más natural? Y con el convencimiento de que todo eso es legal.
Una legalidad que carece de ética no es justicia sino fraude y una justicia fraudulenta es delito aunque se la quiera disfrazar de otra cosa más presentable.
Este panorama de detritus total hay que sustiuirlo cuanto antes por una nueva conciencia colectiva en acción y un diseño social que coopere en al estructura jurídica del estado, un nuevo impulso de base cívica ya lleva tiempo sosteniendo el pulso moral de la justicia por medio de la participación democrática y, sí, mucho más justa que los chanchullos que nos llevamos tragando durante la interminable transición, más bien transacción, de intereses partidistas, mediáticos y togados.
La justicia en una democracia, debe ser también , ¡y por supuesto!, democrática. En primer lugar porque un pueblo soberano debe participar con sus votos y su conocimiento de causa en la consulta, elaboración y modificación de las leyes fundamentales y constitucionales que darán base y sustento al tejido político y social del estado, que hasta ahora no ha pasado de ser un despotismo ilustrado camuflado de democracia eufemística y sólo de cuatro en cuatro años: todo para el pueblo (de boquilla, claro,) pero sin el pueblo en realidad. Algo así como fraguar un conjunto de normas para la gestión de los asuntos de la mayoría, pensado en petit comité, de espaldas al pueblo, y así dárselo todo pensado y elaborado en el decreto final sin preguntarle qué necesita para que el funcionamiento de la democracia sea útil y constructivo en la realidad ciudadana de cada día, es sin duda un procedimiento autoritario y caciquil, propio del siglo XIX y sus chapuzas entre liberales y conservadores del año de Maricastaña, algo que ya no existe ni en las bases del pp.
La justicia del nuevo tiempo no deberá estar atada y sometida a legajos indescifrables y a empollones de alcanfor tragacódigos y máquinas de opositar, sino a verdaderos activistas conscientes del derecho y la ética, (¡ojo!, que activismo no significa dar palos rabiosos sin ton ni son para protestar por algo que no funciona o que disfunciona, sino sobre todo una dedicación inteligente, individual y colectiva, pedagógica y de conciencia en acto cognitivo, que ilumina mientras organiza y se auto-organiza -siempre desde la ética antes que desde intereses estratégicos cuyos medios destrozan los mejores fines-, dando sentido al conjunto social que se regenera a la vez que se "activa" e innova procedimientos consensuados) activistas, formados en unas Universidades en las que la formación en la justicia y la práxis de la decencia lleven los mandos y la brújula de la nave y no sea a base de masters en compraventa cómo se aprenda y se saquen carreras sin más contenido que las titulaciones ad hoc para medrar como políticos y enchufados. Donde los jueces sean lúcidos humildes servidores del bien común y sepan escuchar en vez de soltar peroratas y retruécanos que no significan nada a la hora de poner en pie una nueva sociedad, que necesitamos como el comer. Para eso deberá ser imprescindible la participación e intervención del jurado popular en todo proceso de envergadura política, social y económica como combatir la corrupción en cualquiera de sus modalidades; constituir de una puñetera vez un estado laico y aconfesional que no contemple justicias paralelas como la militar y la religiosa. Los delitos no son distintos según quienes los cometen. Un ladrón, un estafador, un corrupto, un asesino, un pederasta o un violador lo son en cualquier modalidad, edad o condición. Incluso ,si cabe hay una responsabilidad más grande cuando se trata de autoridades y encargos políticos o funcionariales que gestionan, legislan, quitan y ponen según su poder y sus intereses además cobran por realizar esa tarea y que deben responder de cualquier distracción, enjuague, irresponsabilidad, negliegencia o delito descarado.
Las sentencias deberían estar supervisadas por comisiones cívicas nombradas al azar como se nombra a los miembros de las mesas electorales para las elecciones; muchos ojos ven más que dos. Y cuantos menos enredos y más transparencia, mucha más democracia, libertad, responsabilidad y mucha mejor convivencia y confianza en unas leyes que están cerca de todos y no en las vitrinas ni en las tinieblas de la cueva de Alí Babá protegidas de sus ususarios-víctimas, por los no ya cuarenta sino por innumerables ladrones y sus leguleyos cómplices y agradecidos.
Las sentencias deberían estar supervisadas por comisiones cívicas nombradas al azar como se nombra a los miembros de las mesas electorales para las elecciones; muchos ojos ven más que dos. Y cuantos menos enredos y más transparencia, mucha más democracia, libertad, responsabilidad y mucha mejor convivencia y confianza en unas leyes que están cerca de todos y no en las vitrinas ni en las tinieblas de la cueva de Alí Babá protegidas de sus ususarios-víctimas, por los no ya cuarenta sino por innumerables ladrones y sus leguleyos cómplices y agradecidos.
Un país nuevo nunca será posible con una Constitución deficiente y renqueante, pensada para mantener un trono donde faltan sillas, mesas y vida digna, unas leyes cavernarias, intocables y sobreactuantes, inentendibles para sus mantenedores paganinis, ejercidas por personajes aferrados a un sistema de remeros encadenados en el bajo fondo de una nave romana, fósil, cuando ya la gente viaja en trenes de alta velocidad, transatlánticos de último diseño y en aviones a reacción, que, desde hace la tira de años, superan la velocidad del sonido. Cicerón y Ulpiano tuvieron su momento y fueron lo mejor de su tiempo. Pero los siglos no pasan en vano y las leyes también necesitan cambios profundos para adaptarse a cada era evolutiva, aunque lo esencial de la vida no cambie nunca, sí cambia el medio de transporte que lo hace extenso y cercano, adecuado a cada tiempo e inteligible en cada circunstancia para todas las entendederas implicandas e implicantes. La Justicia que nos iguala como hilos del mismo tejido no puede ser exclusiva ni excluyente. Ni hacer excepciones según humores, pareceres y partidismos. Sino que debe ser accesible y clara como la luz del día, sin dar lugar a dudas, sospechas y malas artes retorcidas.
La Justicia no puede seguir viajando en patera sino hacer todo lo posible para que las pateras desaparezcan al mismo tiempo que la necesidad de emigrar a la desesperada porque no haya justicia que lo remedie en ningún rincón de un mundo tan normatizado y tecnológico como analfabeto en humanidad y en mero sentido común. Y la patera también se llama pp, sistema corrupto, inutilidad rimbombante. Y carísima.
La Justicia no puede seguir viajando en patera sino hacer todo lo posible para que las pateras desaparezcan al mismo tiempo que la necesidad de emigrar a la desesperada porque no haya justicia que lo remedie en ningún rincón de un mundo tan normatizado y tecnológico como analfabeto en humanidad y en mero sentido común. Y la patera también se llama pp, sistema corrupto, inutilidad rimbombante. Y carísima.
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