Un tribunal roto, una magistrada veleta
¿Qué le ha pasado a la magistrada veleta, la única mujer, para
haber votado la condena y ahora haber apoyado la salida en libertad? ¿No
cree que la condena sea justa?
Es triste pero es evidente. La sociedad navarra está asistiendo a decisiones que por agravio comparativo, le hacen dudar de la equidad de la Justicia y de su aplicación por igual
Es triste pero es evidente. La sociedad navarra está asistiendo a decisiones que por agravio comparativo, le hacen dudar de la equidad de la Justicia y de su aplicación por igual
¡Qué cruel ha sido el
destino con C! ¡No sólo fue violada y humillada sino que ha tenido la
desventura de topar con este extraño tribunal que ha convertido su
procedimiento en una aventura jurídica cuyo último e inesperado episodio
acabamos de conocer!
Explicar lo difícilmente explicable. Eso se nos pide hoy. La decisión
de dejar en libertad provisional a los cinco hombres condenados a nueve
años de prisión hasta que haya sentencia firme es posible y hay que
acatarla, pero revela unas dinámicas internas que distan mucho de ser
las habituales y las que hubiera cabido esperar. La justicia penal es
justicia material pero también debe ser justicia segura, justicia
esperable, justicia lógica, justicia explicable y comprensible, justicia
que parezca justa.
La decisión adoptada ayer nos vuelve a mostrar un
tribunal fracturado, con dos magistrados que parecen haber asistido a
distinto juicio, hasta tal punto sus convicciones y valoraciones de las
pruebas difieren, algo que no es lo habitual. Normalmente, aún con
profundas disensiones, los miembros de los tribunales suelen dar la
impresión de haber asistido al mismo plenario. No es el caso. Entre los
dos magistrados está la magistrada Fernandino, la magistrada que cual
veleta ha considerado justo condenar a penas de prisión de nueve años a
estos jóvenes para, inmediatamente después, y contra todo uso del foro,
decidir que era mejor excarcelarlos porque todos los riesgos que ella
misma apreció cuando aún no había habido juicio, ahora que saben que
pesa sobre ellos una condena grave, han milagrosamente desaparecido.
No hemos podido leer el auto ni nosotros ni las propias partes -otra
curiosa cuestión que está sucediendo en Navarra dónde se filtran los
datos personales y las decisiones aún no escritas- pero es muy difícil
justificar que saber que te han hallado culpable te ponga en mejor
situación que no saber si lo harán o no. Los magistrados podían tomar y
han tomado esta decisión, que se podría entender si en este país
verdaderamente la prisión provisional fuera la excepción y la mayor
parte de los condenados en primera instancia esperaran libres sus
recursos. Si esto fuera así, la mitad de la población reclusa de este
país no existiría y los módulos estarían no tan vacíos como el de
Urdangarin pero mucho más despejados. No es eso lo que sucede. Con una
pena de 9 años la prisión provisional se puede extender hasta los cuatro
años y medio y eso es lo que suele suceder habitualmente. Más que nada
porque los jueces entienden que una vez que sabes lo que te espera, es
más fácil que te des el piro. Y porque además esos jueces, los mismos
que han condenado, se creen su solución jurídica y, por tanto, esperan
que sea confirmada.
¿Qué le ha pasado a la magistrada
veleta, la única mujer, para haber votado la condena y ahora haber
apoyado la salida en libertad? ¿No cree que la condena sea justa?
¿Piensa que sus superiores la van a anular y que sería injusto hacerles
pagar una pena anticipada que no se les podrá devolver? Fernandino, la
magistrada, es también con seguridad la piedra angular de la difícil e
inexplicable solución jurídica que se halló en la sentencia. Esa
sentencia que relata unos hechos que constituyen una agresión y que
luego, por arte de birlibirloque, condena por abuso. Esa transaccional
sólo puede deberse, como ya conté en su día, a las dudas de esta
magistrada a la hora de sumarse a la tesis de la condena del presidente.
Lo cierto es que C ha tenido muy mala suerte. El tribunal sacó del
procedimiento las pruebas de las intenciones de los ahora condenados. El
tribunal decidió que el juicio fuera a puerta cerrada, de manera que
ahora nadie sino ellos sabe cual de las dos realidades paralelas que
reflejan sus resoluciones fue la que se vio en la sala de vistas. El
tribunal decidió sacar adelante la condena de una forma incongruente,
alejando el tipo aplicado de los hechos que dieron por probados. Toda
una calamidad. Esta sección, sin duda, ha llegado ya a ese nivel de
enfrentamiento humano y profesional que dificulta mucho juzgar. Cuanto
mejor sería que el presidente de la Audiencia de Navarra separara a sus
miembros en otras secciones -que no son orgánicas- y, por lo tanto,
evitara que estos episodios volvieran a producirse, porque lo que ha
sucedido es un drama para la Justicia. No porque no quepa en derecho, el
papel lo aguanta todo y el papel timbrado también, sino porque está
abriendo una grieta de proporciones difícilmente mensurables entre la
ciudadanía y su judicatura.
Es triste pero es
evidente. La sociedad navarra está asistiendo a decisiones que por
agravio comparativo, le hacen dudar de la equidad de la Justicia y de su
aplicación por igual. Es imposible explicarles por qué hace unas
semanas la Guardia Civil fue a buscar a sus casas a los jóvenes de
Alsasua condenados alguno a penas de nueve años porque tras el juicio el
riesgo de fuga aumentaba y ahora se deje en libertad a otros jóvenes
condenados a nueve años porque tras el juicio el riesgo de fuga
disminuye. Cada tribunal toma sus decisiones, claro, cada caso se valora
individualmente, pero decir eso y pensar que la población no va a ver
una tremenda discrecionalidad es imposible.
Cierto es
que la libertad debe primar en caso de duda. Sólo que este aserto se
aplica más fácilmente en unos casos que en otros. Que se lo pregunten a
los Jordis o a los Junqueras.
C, hubieras merecido mejores jueces.
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