Sin cuotas
Pase lo que pase, al margen de la cantidad y la calidad de los errores que pueda cometer el nuevo gobierno, siempre le agradeceré a Sánchez algunas cosas
De vez en cuando, recuerdo dónde estaba y dónde estoy, en que día vivo y qué días he vivido durante semanas, meses, años enteros, y siento que me falta el suelo debajo de los pies. Es vértigo, sin duda, pero por una vez, es gozoso y chispeante, como el que deben experimentar las burbujas que escapan por el cuello de una botella de champán. Déjenme disfrutar. Sé que no me faltarán ocasiones de criticar al gobierno de Pedro Sánchez. Sé que serán más numerosas de lo que me gustaría. Sé que la capacidad de cometer errores, que deriva de la voluntad y del ejercicio de la libertad, es una condición intrínsecamente humana, pero hoy quiero escribir sobre la alegría. Porque no sólo estoy contenta por lo que he perdido. También estoy contenta por lo que he ganado, y esa sensación sí que es vertiginosa, por lo insólita. Pase lo que pase, al margen de la cantidad y la calidad de los errores que pueda cometer el nuevo gobierno, siempre le agradeceré a Sánchez algunas cosas. Que después de cuarenta años de estado democrático prometiera su cargo ante la Constitución, sin Biblia ni crucifijo, como en las democracias normales, que son aconfesionales y además lo parecen. Que haya sido capaz de formar un gobierno en cuatro días. Que en ese gobierno haya once mujeres y siete hombres. Pero sobre todo, por encima de todo, que siendo tantas, y habiéndolas escogido tan deprisa, todas ellas hayan llegado al gobierno con una trayectoria profesional lo suficientemente sólida y brillante como para desactivar la sospecha de la cuota forzosa. Eso no es poco que agradecer.
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