"Hay que interrumpir el sentido del mundo para poder empezar a pensar y a vivir de otra manera"
Entrevista a Marina Garcés por su ensayo Ciudad Princesa
Texto: ANNA MARÍA IGLESIA
Público
“Ciudad
Princesa es un testimonio de que hay mucha gente en nuestras ciudades y
en el mundo que no se conforma con un rinconcito más o menos
confortable en las cárceles del capitalismo”. Así define la filósofa
Marina Garcés Ciudad Princesa, un ensayo que, partiendo de la
experiencia personal de la propia autora, recorre la ciudad de la ciudad
desde 1998 hasta 2018, desde el desalojo del cine Princesa hasta el
1-O. Ciudad Princesa es un relato personal e histórico sobre la
transformación de Barcelona y del activismo, desde el movimiento Okupa
hasta la actualidad, pero también en un ensayo sobre el poder ciudadano y
la búsqueda de nuevos modelos de convivencia.
Una
de las cuestiones del libro es cómo pensar con el miedo o cómo pensar
desde el miedo. El libro comienza en el desalojamiento del cine Princesa
hasta el referéndum del 1 de octubre. En todo este tiempo, ¿cómo ha
cambiado el miedo, nuestra percepción del miedo?
Para
mí, pensar es aprender a perder el miedo. Pero para perder los miedos
que nos dominan hay que comprender de qué están hechos y cómo funcionan
en nosotros. En los años 90, cuando empieza el recorrido vital de este
libro, creo que los miedos eran el reverso de una sociedad en la que
todo parecía, por fin, normal, moderno, luminoso, global. Sin embargo,
esa normalización que en España coincidía con la ideología modernizadora
de la Transición, estaba recorrida por una inquietud: ¿hasta cuándo
durará? ¿Y quiénes se están quedando fuera de este mundo feliz? A lo
largo de estos veinte años las sombras de la globalización feliz han
cubierto grandes dimensiones de la vida local y planetaria en forma de
guerra, de crisis económica, de autoritarismo político y de amenaza
ambiental.
Usted
reconoce un papel crucial en el debate de ideas y en la reivindicación
de las calles y la ciudad al movimiento okupa, sobre todo en los 90 -ahí
está, como primer síntoma, el cine Princesa. Sin embargo, dicho
movimiento fue durante contrarrestado por el Estado y ahora es obligado
preguntarse. ¿Qué queda del movimiento okupa?
El
movimiento okupa de los 90 ponía en acento en la lucha contra la
especulación y contra la privatización de las ciudades, al tiempo que
impulsaba formas de sociabilidad, de cultura, de intercambio de
experiencias y de autoorganización. Actualmente, la lucha contra la
especulación es hoy uno de los frentes de resistencia más importante en
nuestras ciudades, puesto que ha alcanzado niveles de violencia
inmobiliaria que afecta a todos los habitantes, vivan de propiedad o de
alquiler. Y las prácticas colectivas de autoorganización se amplían no
sólo a la sociabilidad o la cultura, sino a la producción, el trabajo o
el consumo, a través de múltiples formas de cooperación.
Se
lo pregunto también porque, en su recorrido a lo largo de 20, repasa la
conformación de la “marca Barcelona” surgida a partir de las Olimpiadas
del 1992. ¿La construcción de esta marca ha sido la derrota de ese
intento de apropiarse de los espacios urbanos? Dicho en otras maneras,
¿la “marca Barcelona” y la especulación consecuente han desapropiado a
los habitantes de su propia ciudad?
Toda
marca es una expropiación de relaciones materiales y simbólicas. La
marca Barcelona también lo ha sido, como un caso más entre muchas otras
ciudades marca o que aspiran a serlo. La marca Barcelona, por su
capacidad de éxito, ha sido especialmente hábil en capturar la riqueza
colectiva y ponerla al servicio del beneficio del capital. Sin embargo,
ahora la marca está en crisis y manifiesta claros síntomas de
agotamiento. El extractivismo turístico está expoliando la ciudad y
rompiendo tejidos sociales muy importantes. De ahí, el alto nivel de
resistencias que hay en la ciudad y que hacen pensar en que la última
palabra de esta historia no está escrita.
Usted
participa en Espai en Blanc y me gustaría preguntar, ¿cuánto espacio en
blanco hay verdaderamente en las ciudades? Se lo pregunto, sobre todo,
pensando en el debate de ideas que nació en los años noventa -ideas
zapatistas, feministas, anarquistas- y preguntándome si, actualmente, el
debate de ideas no se ha convertido en una forma de
institucionalización.
Espai
en Blanc es una apuesta colectiva por el pensamiento práctico y
experimental. Parte de la idea que no basta con sumar discursos a los
discursos, sino que hay que interrumpir el sentido del mundo para poder
empezar a pensar y a vivir de otra manera. Los espacios en blanco, por
tanto, no está ahí, esperándonos, sino que hay que abrirlos con nuestra
capacidad de desplazar los focos de la actualidad, del consumo, de la
reproducción de esta realidad. El debate de ideas siempre ha pasado por
fases de institucionalización y de nuevos ciclos de
desintitucionalización. En el libro explico cómo los debates y prácticas
de los 90 hay un momento que entran en los museos y en los centros
culturales. Lo malo no es que entren, sino que no sepan salir.
A nivel literario, la figura del flâneur
ha sido definida como el paseante que recorre la ciudad libremente,
observando aquello que pasa desapercibido, pero ¿hasta qué punto ahora
podemos recorrer/utilizar la ciudad libremente? ¿Hasta qué punto la
ciudad no se ha convertido en un mapa rígido donde incluso la
transgresión está ordenada?
A
mí la figura del flaneur nunca me ha interesado especialmente
precisamente por este carácter desvinculado que señalas. Me parece más
potente, en todo caso, la idea de línea de fuga, de Gilles Deleuze, o la
deriva situacionista, como modos de alterar los mapas que las rutinas
de la producción y la reproducción nos imponen. La libertad se gana con
la desviación. Como decía antes, los espacios libres no existen de por
sí. El problema actual es que la desviación está altamente penalizada,
con todo tipo de normas sancionadoras del uso del espacio público, por
ejemplo, y con códigos penales cada vez más inquisitoriales y
represivos.
En
este sentido, usted se muestra particularmente crítica con el Fórum de
las culturas 2004. ¿Qué representó el Fórum para el nuevo proyecto de
ciudad que se estaba forjando? ¿Especulación inmobiliaria? ¿secuestro
institucional de la cultura?
El
Fórum Universal de las Culturas fue un punto de inflexión en la
historia de la ciudad de Barcelona. Pero no fue un caso particular: hay
que recordar que entre 2003 y 2004 tuvieron lugar las grandes
manifestaciones con la invasión de Irak (movimiento contra la guerra),
los atentados de los trenes de Atocha en Madrid y el movimiento Pásalo
que acabó con la derrota del PP en las elecciones generales. Además, un
año antes, en 2002, había muerto de un tiro de la policía el activista
Carlo Giuliani en Génova. Estamos hablando, por lo tanto, de que en un
margen de dos años se rompe el espejismo de la globalización, un
imaginario del que el Fórum de las Culturas aún se alimentaba. De golpe,
toda esa falsa felicidad folklorista ya no era creíble y la ciudadanía
no respondió a la llamada del Fórum sino que la cuestionó radicalmente.
Preguntarle
sobre el Forum es también preguntarle sobre la reforma del Raval. ¿fue
entonces cuando se forjó la idea de una ciudad para el turismo y no para
quienes la viven?
No,
el impulso barcelonés con el turismo empieza con los Juegos Olímpicos.
Es entonces cuando se da la vuelta a la Barcelona industrial, abandona y
gris, lugar de paso entre la Costa Brava y la Costa Dorada y empieza a
valorizarse como un lugar a visitar. Esto, en sí mismo, no es malo. Todo
lo contrario. Las ciudades son lugares de paso, de llegada y de salida.
Y las ciudades por las que no pasa gente mueren. El problema es el
turismo como industria masiva, el extractivismo turístico, como lo he
llamado yo en el libro, que lo que hace es convertir la ciudad en un
recurso a explotar intensivamente.
En este sentido, ¿qué papel juegan los barrios como contrapoder a la gentrificación y turistificación de la ciudad?
Es
muy importante que el tejido de las ciudades y de los pueblos esté vivo
para que no pueda ser tan fácilmente depredado. Para ello, las
relaciones de proximidad son fundamentales. La pregunta es, hoy, cuáles
son nuestras relaciones de proximidad y dónde empiezan y acaban nuestros
barrios. Quizá tenemos que actualizar la idea de barrio y no quedarnos
con un imaginario romántico de la comunidad ideal. Nuestras vidas están
hoy atravesadas por muchas escalas de relación y de vínculo.
La
ciudad y, en concreto, Barcelona son el escenario del compromiso
político. ¿Cómo se ha ido modificando el compromiso político desde los
’90 hasta ahora con el cambio de modelo de ciudad?
Lo
que cuento en el libro, a partir de mi experiencia personal y tal como
la puedo pensar y transmitir, es que la politización desde las ciudades
no es sólo un compromiso para las ciudades. En mi caso, por ejemplo, la
relación con los movimientos de la ciudad donde vivo, Barcelona, es lo
que me permitió descubrir y conocer lo que pasaba en una selva mejicana
como la Lacandona, o comprometerme con lo que pasaba en Lavapiés, o en
La Casa Invisible de Málaga o, actualmente, con las protestas de Murcia o
con la revolución de Rojava. Quiero decir que el mapa de las luchas y
de las experiencias de cambio, desde finales de los 90 no se corresponde
simplemente con una suma de ciudades o con un imaginario meramente
internacionalista. Éstas otras geografías son las que me interesan y las
que nos permiten imaginar ese otro mundo posible.
Su
libro comienza con el desalojo del cine Princesa y concluye con el 1 de
octubre: dos escenarios políticos distintos y, aparentemente, dos
luchas distintas. ¿Ha virado el objetivo de las protestas? O, mejor
dicho, ¿qué herencia hay en las movilizaciones del 1 de octubre de los
movimientos de los años 90?
Para
mí la continuidad entre el 1 de octubre y las politizaciones anteriores
de las que hablo es la aparición, poniendo el cuerpo en la calle, de
este nosotros sin nombre, hecho de todos nuestros nombres. No responde a
la lógica de ampliación del movimiento, sino al hecho de que mucha
gente que no participaba necesariamente de ese movimiento, en este caso
el independentista, hace suya la convocatoria y se arriesga porque no
acepta la orden de un poder que, porque se manifiesta como represivo, se
deslegitima.
El
1-0 escenificó la confrontación entre dos legitimidades, la de la
ciudadanía y la del estado. ¿La ciudad, por definición, es el escenario
de la confrontación dialéctica entre el nosotros y el poder?
No
sólo. En un mundo donde la cuestión alimentaria y ambiental es un
problema político de primer orden y donde la lucha por los recursos
naturales (agua, minería, combustibles, etc) es cada vez más intensa, no
podemos oponer las ciudades al resto de los territorios. La dualidad
entre lo urbano y lo rural, desde un punto de vista político, ya no
existe. Tenemos que pensar en cómo federar las luchas dentro y fuera de
las ciudades para articular relaciones de territorialidad equilibradas y
con capacidad de resistencia a los fenómenos globales de expoliación y
de depredación de la riqueza colectiva.
Ahora
que se habla de desobediencia, ¿es correcto hablar de desobediencia o
la “desobediencia” es solo la acusación por parte de un poder que no
quiere ser contestado? Por tanto, ¿todo acto crítico es, por definición,
un acto de desobediencia?
La
desobediencia es un fenómeno muy concreto, dentro del abanico de las
luchas sociales. Desobedecer es no acatar, conscientemente, una
determinada orden, ley o norma. Como sabemos, la tradición de la
desobediencia civil es fundamental en la concepción de una democracia
radical y verdadera. Creo, sin embargo, que la crítica, la resistencia y
la creación de otras formas de pensamiento y de vida va mucho más allá
de la desobediencia. Lo que es clave es mantener despierta y activa
nuestra potencia de creación de mundos y de formas de vida autónomas y
dignas.
Y
en cuanto al poder y pensando en el 15M, al que usted también dedica
algunas páginas, ¿es posible cambiar el mundo desde fuera de las
instituciones? En otras palabras, ¿la lucha política fuera de las
instituciones es una utopía o una necesidad?
Vida
política son todos aquellos asuntos en los que están implicadas
decisiones colectivas. Por tanto, por definición, hay mucha vida
política fuera de lo que llamamos las instituciones, que básicamente es
un sistema muy concreto de delegación de tareas a través del sistema de
partidos. El problema no es que existan las instituciones, sino que nos
creamos que sólo allí y que sólo los partidos hacen política. Tenemos
que recuperar la idea de que política hacemos todos por el simple hecho
de hacer vida unos con otros. Hacernos conscientes de ello nos devuelve
mucha capacidad de acción y de transformación de nuestras vidas.
La
idea de lo común, de un cosmopolitismo apátrida, de un común sin
comunidad, ¿es el horizonte a partir del cual pensar una alternativa a
la globalización y al sistema neoliberal actual?
En
el libro opongo el cosmopolitismo abstracto, pensado desde el capital y
desde las estructuras de poder transnacionales, al cosmopolitismo de
los pobres. El primero, es la ideología de la globalización capitalista.
El segundo, es la realidad cotidiana de grandes partes de la población
mundial, expuestas a tener que luchar por su vida allí donde haga falta,
en desplazamiento y sin garantías, haciendo del mundo entero su campo
de batalla. Desde ahí, desde esos cuerpos en fuga, descubrimos otro
sentido de lo que es compartir el mundo, hacer de nuestro mundo un mundo
común.
Escribe:
“Puestos a fabular, me la imagino [a Catalunya] como una República
junto con las demás Repúblicas ibéricas, libres de Estado”. Imposible
pensar en Bakunin, en su “estado sin estado” y, por tanto, en un
territorio gestionado por quienes lo habitan, pero ¿es verdaderamente
factible?
No
podemos juzgar acerca de lo factible si antes no nos atrevemos a
imaginar. Lo que más me preocupa hoy es la parálisis imaginativa. En los
años 90, cuando empieza el relato de Ciudad Princesa, realicé una tesis
doctoral que ya se titulaba “En las prisiones de lo posible”. Veinte
años después sigo luchando contra ellas. No necesitamos utopías.
Necesitamos imaginación concreta para desbordar los cauces de un
realismo que cada vez estrecha más las celdas, eleva las vallas y
ensombrece los cielos.
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Aviso:
Me he permitido cambiar la foto original de este reportaje porque su estética me hace daño ético; me duele en el alma que una filósofa tan despierta como Garcés aparezca vistiendo una cazadora de piel animal. El cambio lo hago por mí, no por ella, que puede vestirse como quiera, ¡faltaría más!, pero yo también tengo derecho a elegir la imagen que prefiero ver. Por eso he buscadoo en internet una foto que no me duela. Sobre todo teniendo en cuenta la frase dela autora que encabeza la entrevista: "Hay que interrumpir el sentido del mundo para poder empezar a pensar y a vivir de otra manera"
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Aviso:
Me he permitido cambiar la foto original de este reportaje porque su estética me hace daño ético; me duele en el alma que una filósofa tan despierta como Garcés aparezca vistiendo una cazadora de piel animal. El cambio lo hago por mí, no por ella, que puede vestirse como quiera, ¡faltaría más!, pero yo también tengo derecho a elegir la imagen que prefiero ver. Por eso he buscadoo en internet una foto que no me duela. Sobre todo teniendo en cuenta la frase dela autora que encabeza la entrevista: "Hay que interrumpir el sentido del mundo para poder empezar a pensar y a vivir de otra manera"
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