Violética: Nacho Vegas: "La izquierda tiene que tomar nota: si alguien debe liderar una vía rupturista, es el feminismo"
juan losa
Nacho Vegas (Gijón, 1974) pasó del yo interior a un nosotros que se conjugaba en la calle. De la introspección taciturna —sacudida hace ya tiempo el aura de maldito o atormentado— al compromiso social.
Un prolijo disco coral —produce Paco Loco, le secunda su banda de siempre y repite el Coru Antifascista Al Altu La Lleva— en el que cabe todo el cantautor asturiano, quien sigue abrazando la causa de los desahuciados y ahora apuesta, desencantado con la política a gran escala, por el municipalismo.
Estos últimos años han sido una montaña rusa, económica, política y socialmente hablando, por no citar el reciente cambio de Gobierno. La historia, con el paso del tiempo, erosionará estas cordilleras y las convertirá en macizos. ¿Qué pasará a los libros de todo esto? ¿Cuáles han sido los hitos más importantes y significativos?
¡Hostia!
¿Cuál es la paja que se llevará el viento del tiempo?
Me pillas en un momento un poco de desencanto. No creo que haya un horizonte de cambio. Cuando saqué Resituación en 2014, sí que se percibía, pero ahora no es real. Tal vez lo sea en el municipalismo.
Por
ello, ahora estoy muy enfocado en lo relacionado con el compromiso
político en la política local y en lo que puede pasar en Xixón este año
—porque hay primarias— y el próximo —por las elecciones municipales—.
Más allá de ahí, no sé.
¿Cree que ese cambio se percibe en su calle, en su barrio…?
Sí. El municipalismo es una forma de hacer política nueva, que no se hace en los despachos ni en los plenos de los Consistorios, sino bajando a la calle y hablando con las asociaciones vecinales y con los movimientos sociales.
Ésa
es la nueva política que me interesa, y empieza en las ciudades y en
los Ayuntamientos. Desde una perspectiva estatal, Podemos me parece un
partido como el PSOE. No hay nada que me haga pensar que pueda ser
rupturista. En cambio, en el municipalismo, sí.
Cuando se alcanza el salón de plenos y hay que gestionar, ¿se pierde fuelle o se puede mantener el mensaje de la calle?
Claro. Tenemos el ejemplo de otros movimientos sociales, como la insumisión. Hubo gente que tuvo que ir a la cárcel para que el Gobierno de Aznar decretase que el servicio militar no tenía que ser obligatorio. Ese mérito se lo colgaron ellos, pero en realidad fue gracias al movimiento por la insumisión.
Esto también va a pasar con la plataforma
antidesahucios: cuando tengamos una ley de vivienda digna, algunos
partidos se colgarán la medalla, me da igual que sea Podemos o
Compromís.
Sin embargo, habrán sido los afectados quienes
hicieron el trabajo duro, aunque no les importará la falta de
reconocimiento posterior, porque el activismo político es compromiso.Y, cuando se trata de compromiso, lo importante es hacer las cosas bien, no que alguien te dé una palmadita en la espalda.
Pese a las trabas y a los palos en las ruedas, ¿cree que las experiencias municipalistas que han accedido a los Consistorios están siendo positivas? ¿Son esperanzadoras?
Absolutamente. La política empieza por la base, con la gente que se moviliza porque siente que necesita que algo cambie en su ciudad. Eso acaba trascendiendo en movimientos sociales y en un municipalismo que puede llegar a los plenos del Ayuntamiento y ser transformador.
Obviamente, tiene sus límites, porque el problema de la vivienda no lo podemos solucionar sólo desde las alcaldías. Pero si se suman y se logra proponer una ley de vivienda, que luego sea aprobada por varios grupos políticos, entonces sí que podemos hacer un cambio. Y este, insisto, pasa por el municipalismo, porque se ha demostrado que en la política estatal la situación se ha mantenido tal y como estaba.
Ahora ha habido una moción de censura, muy bien. Echamos a un partido corrupto como el PP, pero está el PSOE. Como siempre, estamos instalados en el bipartidismo. Tendrán que dar algún paso, aunque no sé si creo mucho en ellos.
Más allá de la lucha de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), ¿cuáles han sido para usted los hitos de estos años? ¿Qué se ha conseguido?
Lo más importante de la PAH no ha sido parar desahucios, sino crear conciencia. Hay ciudadanos que llegan a la plataforma porque no pueden pagar el piso y piensan que es un problema suyo, o sea, individual. Y, de repente, se dan cuenta de que es un problema colectivo y que la solución pasa por una lucha colectiva.
Eso es lo importante de
los movimientos sociales y ha sucedido en las ciudades, con un carácter
transformador. Al final, a nivel estatal no veo ninguna política
transformadora, sino reformismo puro y duro. En cambio, los
Ayuntamientos sí que pueden llevarlas a cabo. Ahora formo parte de
Anticapitalistas, una formación en la que creo porque tiene vocación
transformadora.
Englobada en una estructura mayor que, si tuviese opción de gobierno, estaría inmersa a su vez en un conglomerado donde también figuraría el PSOE. Si me permite la metáfora, ¿lo vería como una suerte de quintacolumnismo? ¿O, mejor dicho, como una táctica de entrismo para tratar de acometer cambios desde dentro? ¿Acaso como un caballo de Troya?
[Risas] Uhm… Aaaay… Mira, no confío en el PSOE. ¿Cambiar las cosas desde dentro? No sé. Yo confío en una vía rupturista, por la que apuesta Anticapitalistas. El PSOE es un partido del régimen que ahora tiene que posicionarse y hacer gestos, como tender un diálogo con Catalunya o derogar no sólo la reforma laboral de Rajoy, sino también la de Zapatero. Entonces sí que se podría hablar de compañeros de una fuerza progresista, pero por el momento creo que no.
En sus inicios, el PSOE de Felipe González tuvo la picardía de reclutar a líderes vecinales y sociales para sumarlos a su causa y que no les hiciesen sombra, desarmando los barrios. ¿Cree que con un Podemos como alternativa de Gobierno se correría el riesgo de desarticular algunos de los movimientos contemporáneos, aunque quizás la pregunta ya se haya quedado vieja? ¿Sería difícil mantener la lucha en la calle con un “nosotros” establecido en el poder?
Estoy en el lado contrario. En Anticapitalistas proponemos que la política institucional esté al servicio de los movimientos autoorganizados de la calle, y no al revés, como ha pasado siempre.
Por mucho que en Vistalegre II
[segunda asamblea estatal, donde Pablo Iglesias se impuso a Íñigo
Errejón] se haya intentado hablar mucho de la calle, al final Podemos
acaba siendo un partido vertical en el que la calle manda muy poco. Creo
en Anticapitalistas y en el municipalismo porque siguen manteniendo la
horizontalidad. Más allá de eso, a nivel estatal, no creo en la
política, la verdad. No tengo ningún interés.
¿Cree que el sendero de Canciones populistas (2015), que ya había tomado un año antes con Resituación, le hizo perder seguidores? Supongo que no habría que presuponer que su público era netamente de izquierdas.
Puede ser. Pero siempre he hecho canciones posicionándome respecto a la realidad de la que hablaba. Y ese posicionamiento te hace perder seguidores de una parte o de otra. Va en el oficio.
¿Su discografía tiene algo de diario musicado? Quizá pasó de radiografiar su alma, a modo de prospección existencial, a documentar los efectos de la gestión económica y política en el prójimo. De una forma más explícita que sutil.
No te creas. Cuando empecé a publicar discos, había quienes me decían: “Es que hablas demasiado de drogas, por lo que habrá gente que bla, bla, bla...”. Al final, hablas de lo que tienes que hablar. En mi trabajo resulta muy importante la perspectiva ética y moral, y eso es lo que marca lo que hago. Si estuviese pensando en ganar o en perder público, me mentiría a mí mismo.
La
gente sabe que soy un artista comprometido, aunque me doy cuenta de que
he perdido seguidores por mi posicionamiento político explícito en los
últimos años, pero también he ganado algunos más jóvenes que no tenían
ese prejuicio con la política. El oficio de la música es hacer lo que
sientes que debes hacer como un compromiso, que unas veces implica ganar
y otras, perder.
Por ejemplo, aludir a las drogas en sus letras le colgó una etiqueta de maldito, que luego intentó sacudirse porque le pesaba. “Quedaos conmigo y no con las escamas”, podría pensar usted.
Sí, sucedió algo parecido. En aquel momento, no sabía cómo sacarme aquello de encima. Sin embargo, es natural, porque al final hablas de las cosas que te obsesionan y que consideras importantes, hasta el punto de que terminan mandando en tu cancionero.
También
es verdad que, a veces, se cargan mucho las tintas en cosas que no son
tan importantes. Cuando hablaba de drogas, aunque sólo fueran un par de
canciones, era considerado “mi disco sobre drogas”. Cuando he abordado
cuestiones políticas, era considerado “mi disco sobre política”. Pero,
obviamente, mi obra es mucho más amplia.
Este álbum contiene dieciocho canciones, de las veintidós grabadas inicialmente. Iba a ser un álbum doble con sendos títulos, El don de la ternura y La necesidad de amparo, con títulos agrupados conceptualmente en torno a esos sentimientos. Sin embargo, la edición en vinilo exigió que fuese un triple elepé, por lo que finalmente decidió titular este heterogéneo trabajo como Violética. En esta ocasión, se lo ha puesto más difícil a los encasilladores.
Eso espero [risas].
El título del álbum no hace referencia explícita a la mujer ni a Violeta Parra, a quien versiona en Maldigo del alto cielo, pero sí hay presencia femenina. Además de los versos de Lucía Alba Martínez en Un ejemplo de discreción, cantan Maria Rodés, Christina Rosenvinge o Cristina Martínez, de El Columpio Asesino. Y en Aida homenajea a la Rosa Roja de Asturias. ¿Ha procurado cantar en género neutro o, si lo prefiere, con una voz menos masculina?
Sí, aunque no quise cargar las tintas en el homenaje a Violeta Parra. Tenía miedo a que Violética se entendiese como un álbum feminista. No lo he intentado, ni mucho menos, si bien soy profeminista e intento aprender del movimiento.
¿El arte social o de denuncia tiene mayor peso que la belleza por la belleza?
No. La belleza tiene mucha fuerza y el arte de denuncia no tiene un peso específico. Lo que pasa es que necesitamos canciones, necesitamos himnos, necesitamos poemas… Aunque no lo queramos, cuando componemos, la música tiene que ver con los procesos sociales que están ocurriendo en ese mismo momento.
Y no quiero decir que el arte social no pueda ser bello.
El arte por el arte tiene mucho que ver con lo que está ocurriendo socialmente. Si coges el cancionero de los setenta, incluso las canciones que no hablaban explícitamente de política tenían que ver con lo se vivía entonces.
Otro
ejemplo: en los noventa, Kortatu hablaba de lo que sucedía en Euskadi,
mientras que Locomía hablaba de lo que pasaba en Ibiza. O sea, del
proceso de gentrificación de la isla. Otro tipo de España, pero que
tenía mucho que ver con una burbuja que, luego, nos afectó a todos. Lo
podemos leer todo en esa clave, no sólo en la que la música
aparentemente dicta.
Sin pretender caer en el tópico, de alguna manera ha adquirido un aura de cantautor de la nueva protesta y se convertido en la banda sonora de los movimientos sociales.
[Silencio]
¿Qué sucede cuando el colectivo se convierte en masa?
El problema de esta época es que estamos asistiendo a procesos sociales importantes y carecemos de himnos. Los artistas no somos capaces de crearlos y quienes nos sentimos un poco comprometidos, aunque podamos acercarnos, siempre estamos detrás de los movimientos sociales. La música nunca es punta de lanza. Siempre tiene que ir primero el cambio social y después, la música.
Mientras, en Catalunya, se sigue entonando L'estaca.
Exactamente. Deberíamos ser capaces de crear himnos, pero no lo estamos haciendo. Espero que lleguen pronto.
¿Cree en el ser humano?
Sí.
Sí.
Hay esperanza.
Claro. Soy absolutamente humanista.
¿Cree que el poso de su música es… luminoso?
En general, la música siempre proyecta una luz, aunque sean canciones muy oscuras. No hay ninguna buena canción que no acabe en una grieta por la que entre un rayo de luz, porque están hechas para eso. En realidad, ¿para qué cantamos? Para iluminarnos, no para regodearnos en nuestro dolor.
“Tenemos derecho a la infelicidad”, escribe en el texto de presentación de Violética. “Vivimos en la dictadura de la felicidad”, formulan otros. En este disco ha venido a hablar de amparo y de ternura. ¿Estamos tan desamparados? ¿Nos falta tanto cariño?
El cariño no falta, está ahí cerca: sólo tenemos que procurárnoslo. Sin embargo, debemos estar alerta ante lo que el mercado hace con la felicidad para que los trabajadores sean más productivos.
Siete años después del 15-M, ¿qué esperaba entonces que no se haya cumplido? ¿Cree que era necesaria la institucionalización de ciertos postulados? ¿En qué se han quedado?
El 15-M fue necesario. Una experiencia política importantísima para mucha gente, entre la que me incluyo, porque en aquel momento estaba un poco despistado. De repente, se abrieron espacios en los que pudimos confluir muchas personas y vimos un horizonte de cambio.
Ahora lo siento como algo
importante porque podemos seguir teniéndolo como referente. No obstante,
su catalizador institucional —en un partido como Podemos— ha traído un
montón de contradicciones y de situaciones absurdas, como tener que
votar sobre dos tíos que se han comprado un chalé en Galapagar. Esas
cosas tan ridículas que no esperábamos entonces...
¿Ha venido el feminismo a recuperar la calle?
Sí.
Los jubilados también han tomado el testigo de la contestación.
Desde luego. La izquierda estaba llorando por recuperar la calle cuando, de repente, llegó el feminismo con perspectiva de clase.
Porque
hay que remarcar que no es un feminismo liberal, sino un feminismo
anticapitalista. Ése es el que se movilizó en las protestas del 8-M,
donde había gente muy joven. La izquierda tiene que tomar nota: si
alguien debe liderar una vía rupturista, es el feminismo.
¿Cree que con la música se puede cambiar algo? ¿Al menos reforzar la conciencia o la ideología? ¿O simplemente resulta reconfortante?
Tal vez pueda despertar alguna conciencia, pero en realidad su labor es acompañar a los movimientos y procesos sociales que tienen lugar en el momento en el que compone, si es que tiene compromiso político. No creo que la música tenga en sí misma un espíritu transformador.
Simplemente,
tiene que ir detrás de todo lo que está pasando en la calle y en el
mundo. De hecho, si te retrotraes en el tiempo, ves que refleja los
momentos históricos en los que fue compuesta.
El poder ha desgastado y deturpado el significado de muchas palabras. Actualmente, por ejemplo, el trovador y el bufón pueden ser a sus ojos terroristas. ¿Qué sería entonces el terrorismo de Estado?
El terrorismo de Estado lo estamos viviendo día a día. Terrorismo de Estado es la Audiencia Nacional. Terrorismo de Estado es perseguir a Valtonyc, quien ha tenido que exiliarse en Bruselas [después de que el Tribunal Supremo ratificase la condena a prisión impuesta por la Audiencia Nacional]. Terrorismo de Estado es la pena de cárcel a Pablo Hasel. Terrorismo de Estado es condenar a prisión a los raperos de La Insurgencia [todos ellos han recurrido la sentencia].
Terrorismo de Estado también fue haber cerrado Egunkaria
en 2003. Destrozaron un periódico que no había cometido ningún delito y
que cumplía su función democrática de informar, mientras que sus
directivos [imputados por presunta pertenencia a ETA] llegaron a ser
encarcelados y, siete años después de la clausura del periódico, fueron
absueltos.
“La izquierda tiene que tomar nota: si alguien debe liderar una vía rupturista, es el feminismo”
Y
el exjuez Baltasar Garzón, a quien todo el mundo pone por las nubes,
como si fuera un paladín de la democracia, es un antidemócrata [en 1998
clausuró el diario Egin por razones similares]. Si son ellos los que van a sostener nuestra democracia, Dios nos salve...
Volviendo a su música y salvando las distancias, percibo ecos de Fabrizio de André, allá dónde esté.
Me flipa. Es un grande. Durante los últimos tres años, mientras componía Violética, lo escuché mucho.
En el texto de presentación del disco, también escribe sobre “la crisis de estupidez que nos entra a veces a los autores que sobreprotegemos nuestras obras del mismo modo necio que algunos padres sobreprotegen a sus hijos”. ¿Se le ha pasado por la cabeza ser padre? ¿Ha sentido ya la llamada de la naturaleza?
Tengo que esperar a que alguna mujer quiera ser madre de mis hijos [risas]. Mejor dicho, de nuestros hijos. Vamos, que no conozco a ninguna mujer que quiera ser madre de mis hijos [risas].
Gira de presentación de Violética:
15 de junio: Auditorio Víctor Villegas (Murcia).
20 de junio: Razzmatazz (Barcelona).
21 de junio: Palau de la Música (Valencia).
22 de junio: La Riviera (Madrid).
No hay comentarios:
Publicar un comentario