Moral pública
Huerta ha demostrado que no es necesario asumir culpas para dimitir, Rubiales no ha tenido en cuenta ni el éxito ni el fracaso al cesar a Lopetegui
Todo pasó a la vez. El yerno de Juan Carlos I recibió una orden de ingreso en prisión y ni siquiera con eso acaparó los titulares. El fraude fiscal de un ministro de Cultura con una semana escasa en el cargo competía por las portadas con el despido del seleccionador nacional de fútbol a dos días de su estreno en el Mundial. La equiparación puede parecer frívola, pero da la casualidad de que la Roja es el único elemento de cohesión que ha probado su eficacia en un país con graves problemas de identidad. De ahí la importancia de una crisis que, por otra parte, está íntimamente ligada a las otras dos.
España ha sido durante demasiado tiempo el país donde nunca pasaba nada. Durante demasiados años, el bien público ha estado a la merced de la prepotencia, la avaricia y el egoísmo de los poderosos. Así, Urdangarin insiste en que no fue consciente de cometer delito alguno. Así, el Real Madrid publicó que había fichado a Lopetegui para evitar que, si la Roja hace un mal campeonato, pareciera un perdedor. Así, Màxim Huerta pagó sus deudas con Hacienda y no se le ocurrió advertirlo antes de aceptar un ministerio. Al fin y al cabo, España era el país donde nunca pasaba nada pero, mira por dónde, hace cuarenta y ocho horas dejó de serlo. Todo lo que nos abochornaba el miércoles, debe ser hoy un motivo de celebración. Huerta ha demostrado que no es necesario asumir culpas para dimitir, Rubiales no ha tenido en cuenta ni el éxito ni el fracaso al cesar a Lopetegui. Esta semana hemos asistido al nacimiento de una nueva moral pública en España. Ya era hora.
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