"Una de las razones de la pérdida de credibilidad del periodismo es la obsesión por las audiencias y los ingresos"
El veterano periodista Iñaki Gabilondo reflexiona
sobre la evolución del periodismo y el incierto futuro de una profesión
que se ha visto arrollada en los últimos años por los cambios
tecnológicos, las demandas de la audiencia y la crisis económica.
El periodista y escritor Javier Mayoral reflexiona en el libro Periodismo herido busca cicatriz sobre
algunos de los problemas actuales la profesión: la crisis de identidad y
la pérdida de credibilidad, la creciente espectacularidad del relato,
la búsqueda (a veces compulsiva) de buenos datos de audiencia, la caída
en desgracia de principios deontológicos básicos o la necesidad de una
regeneración profesional.
Este ensayo combina la reflexión y el análisis de once periodistas
españoles con una sólida trayectoria profesional a sus espaldas
como Lucía Méndez, Soledad Gallego-Díaz, Rosa María Calaf o Jesús
Maraña, entre otros.
El prólogo del libro es precisamente una charla-entrevista con el veterano periodista Iñaki Gabilondo, que reproducimos a continuación.
El libro 'El fin de una época' se publicó en 2011. Más de un lustro después, ¿confirma Iñaki Gabilondo lo esencial de aquel análisis? ¿Vive hoy el periodismo una época radicalmente distinta?
Yo creo que sí, que se ha confirmado. Se cae un mundo y
está naciendo otro. El que se va no se ha terminado de caer del todo. Y
el mundo que viene no ha terminado de relevarlo por completo. Pero
estamos en el centro de una formidable tempestad que ha cambiado de
arriba abajo no solo las estructuras empresariales que sostenían la
actividad, sino también muchas de las grandes verdades y muchos de los
sistemas de seguridad que el periodismo creía tener. Ahora eso ha
reventado en mil millones de señales de todo tipo y ha puesto boca abajo
el esquema que conocíamos.
Este libro que comienza aquí, con este prólogo en forma de diálogo, nace en una universidad, pero pretende mirar hacia las redacciones de los medios de comunicación. Por eso propone una severa autocrítica. Es necesario saber qué ha fallado. En qué hemos fallado. Todos. Los periodistas y también —por supuesto— los profesores de periodismo. Me parece que es el punto de partida inexcusable para una regeneración profesional.
Sí, porque tenemos una justificación muy clamorosa
delante de los ojos: el cambio tecnológico. A ese cambio le he hemos
atribuido el cien por cien de la crisis. Pero hay mucho más. El
periodismo también ha ido alejándose sin darse cuenta de su destinatario
y ha tendido a formar parte de los grupos de poder. Al menos así ha
sido visto. La sociedad critica a los políticos diciendo que se han ido
muy lejos, que solo piensan en sus cosas, que han perdido el paladar
para detectar las realidades sociales. Y al periodismo se le acusa de
algo parecido. Yo creo que el periodismo no ha sido muy consciente de
esa percepción de alejamiento. A los medios cada vez se les percibía más
movidos por sus propios intereses de audiencia, por intereses
económicos o de poder, y sin complicidad con la aventura de la sociedad.
Este golpe ha sido un gran despertar porque el ciudadano ha hecho saber
que esa distancia empezaba a ser mucha.
Y entonces los medios de comunicación han reaccionado...
Los medios se han empezado a asustar. Han intentado
reaccionar de una manera, a mi juicio, un poco equivocada: han intentado
acercarse al oyente, al lector o al espectador por el procedimiento
demagógico de glorificar lo que más gusta, lo que más se sigue, lo que
más entradas tiene. Es decir, buscando la satisfacción de los gustos de
la audiencia y olvidando otros deberes. Al igual que la política,
obsesionada con la demoscopia, que ya no se acuerda de que tenía
objetivos e ideales y ahora trata solamente de adivinar qué es lo que la
gente quiere, los medios están tratando de recuperar esa cercanía con
sus clientes ofreciéndoles caramelos, lo que más gusta, lo que más se
valora… Pero el periodismo tiene una responsabilidad que le obliga a
contar lo que el ciudadano tiene derecho a saber.
Esa reacción sirve de paso para no hacer autocrítica.
Sí, tienes razón. El periodismo no debe consolarse
con el cambio tecnológico como gran explicación de la crisis. Es una
gran explicación, pero no es la única. El periodismo debe aceptar que
tiene que revisar críticamente su trabajo. Y hacerlo con una mirada
nueva. Este oficio es muy poco autocrítico: ha hipertrofiado su
capacidad crítica para ver cómo se comportan los poderes, pero ha
trabajado poco el análisis autocrítico. Ahora lo está haciendo, claro…
Lo está haciendo a gran velocidad, empujado por las necesidades, y
empujado también por la corriente de refresco que significa la aparición
de nuevas señales informativas. Lo mismo puede ser un grupo de cuatro
personas, un medio chiquitín, o el blog de un señor, que grandes
producciones informativas, porque ahora ya hay millones de bengalas
encendidas.
En todo este proceso de cambio brusco, muchos de los principios clásicos del profesionalismo periodístico han sido derogados de facto. ¿No deberíamos emprender una revisión y una reflexión en profundidad para dejar claro cuáles han de ser hoy los principios profesionales básicos de cualquier periodista y de cualquier medio de comunicación? Quizá algunos de los viejos principios valen, pero otros tal vez ya no nos sirvan.
Estoy completamente de acuerdo con lo que dices. No
se trata de que ahora yo tenga una receta. Como consecuencia de esta
crisis se ha puesto de manifiesto la necesidad de abrir una gran
reflexión (seria, autocrítica y adulta) para que estos temas que
comentamos se estudien y se llegue a algún tipo de conclusión que
modernice los objetivos sustanciales de la profesión, que recoloque las
cosas en su verdadero sitio. Eso sí que es absolutamente imprescindible.
Cuando se abordan estas cuestiones, parece que se están pidiendo
recetas a todo correr, de usar y tirar, para ver cómo salimos de esta.
Suscribo lo que sugieres: no se trata de que yo tenga la receta
perfecta, sino de analizar con calma cómo han temblado muchas
estructuras. Pensamos casi siempre en los cambios relacionados con las
empresas, pero ese temblor ha afectado también a los criterios de
selección temática, a las actitudes del periodismo ante la realidad, a
cómo se está devaluando la propia actividad periodística.
En ese último aspecto el golpe de la crisis económica ha sido demoledor.
A propósito de esa crisis hemos visto cómo sufren
económicamente las empresas y su rebote más cruel: el paro, los salarios
de miseria, los contratos basura… Pero estamos viendo mucho menos cómo
se están devaluando las herramientas del propio periodismo: cada vez hay
menos dinero para enviados especiales, cada vez menos dinero para el
reporterismo de verdad, para los corresponsales, para la investigación
periodística. Cada día la profesión está desplazándose más hacia esa
posición confortable del «periodismo de espera»: un periodismo que se
hace delante del ordenador, donde van llegando las cosas y donde uno, de
una manera burocrática y administrativa, ordena un poco el territorio.
Se están arrinconando muchas cosas para convertir el periodismo en algo
mucho más manejable para las fuentes de información. Cada empresa o
institución tiene su gabinete de comunicación. Si nos quedamos frente al
ordenador a esperar que vayan lloviendo los contenidos, las citas, los
mensajes, no solo estamos incumpliendo nuestro deber, sino que además
empezamos a participar en un proceso un poco adulterado. Esto también es
consecuencia de la crisis económica, pero no lo estamos viendo tanto.
Esa argumentación muestra que los problemas del periodismo no son solo tecnológicos, sino también estrictamente periodísticos.
Sí, no es solo un problema de juguetería
tecnológica. Sin embargo, si se convocan mañana unas jornadas sobre «el
futuro del periodismo», con cuatro días de conferencias, ahí se hablará
de empresa, de dinero y de juguetería tecnológica. Es un asunto mayor,
pero parece que no es necesario someter al mismo tipo de análisis y
reflexión otros aspectos de la actividad periodística: qué hay que
contar, por qué, cómo, qué está cambiando en el relato, qué está
cambiando en el destinatario, qué criterios de selección debemos
utilizar… A mí siempre me ha llamado mucho la atención que llame tan
poco la atención el hecho de que todas las televisiones de un país den
las mismas diez noticias. Eso es algo muy chocante. En el mundo hoy han
ocurrido millones de cosas. Sin embargo, yo ahora estoy en condiciones
de decirte cuáles son las diez noticias que van a dar todas y cada una
de las televisiones de este país. No digo que no sean importantes esas
diez noticias. Lo que apunto es que no hemos sometido a revisión crítica
nuestros métodos de selección. Hemos hecho una especie de urdimbre
laboral que termina llevándonos por cuatro o cinco lugares, y al tiempo
hemos perdido la capacidad y el instinto de observación. Se nos ha
dormido ese instinto porque no lo hemos trabajado tanto.
Es posible que ese análisis y esa reflexión nos lleven finalmente a definir (o a redefinir) qué entendemos por periodismo. Me temo que la palabra 'periodismo' genera hoy mucha confusión.
Sería contradictorio que pidiera un análisis en
profundidad y al mismo tiempo avanzara qué es lo que debe entenderse por
«periodismo», pero en seguida se podrá comprobar que tanto «periodista»
como «periodismo» son términos polisémicos, puesto que sirven para
definir diversos oficios que no tienen mucho que ver entre sí. Ahora es
«periodista» quien participa en una reunión de siete horas, en un plató
de televisión, para ver si se acostó la peluquera con el torero, pero
también es «periodista» quien realiza un trabajo de investigación sobre
el deshielo en el Ártico. Vamos a ver si empezamos a colocar aquí un
filtro para ver con mayor claridad de qué estamos hablando. No basta con
decir que el periodismo consiste en «contar historias». Eso es parte de
la actividad periodística. El periodismo consiste en contar historias
que puedan interesar y nos permitan actuar como ciudadanos con criterio
en la sociedad. Consiste en dar a los ciudadanos elementos de juicio con
los que entender qué ocurre y por qué ocurre para que puedan así
participar en la aventura colectiva.
Quizá esta ambivalencia semántica y funcional del periodismo tenga mucho que ver con la pérdida de credibilidad de la profesión.
Claro. Una de las razones de la pérdida de
credibilidad es que se ha impuesto la lógica del gerente. La actividad
periodística tiene una parte de letras y otra de ciencias. Los de letras
hacen el periódico. Los de ciencias se centran en la gestión, en la
empresa, en la organización. Son dos mundos que comparten muchos
intereses. Tanto el gerente como el redactor jefe quieren tener muchos
lectores y vender muchos ejemplares. Pero sus miradas y sus elementos de
valoración son diferentes. El gerente aceptará cualquier cosa que le
haga aumentar su cuenta de resultados. Al periodista no le bastará con
obtener resultados por cualquier procedimiento. En etapas normales esos
equilibrios se viven de una forma más o menos razonable. Sin embargo,
cuando estalla la crisis y las empresas viven en una especie de pánico
financiero, la lógica del gerente se impone de manera absoluta. Eso nos
ha llevado a una pérdida de credibilidad. Los ciudadanos nos han
descubierto, nos han visto obsesionados por conseguir por cualquier
camino la mayor audiencia y los mayores ingresos.
En este libro he hablado con diez periodistas y algunos de ellos son muy pesimistas respecto al futuro del periodismo. ¿Ve Iñaki Gabilondo algún signo de que algo esté cambiando en sentido positivo? ¿Algún síntoma alentador?
El discurso de la frustración es el discurso de
ciudadanos que ven cómo se desmorona el mundo en el que han vivido y
crecido. Como cambia tu mundo, parece que el futuro no existe. Esa es
una mirada bastante trágica. Yo veo un montón de señales que anuncian un
tiempo totalmente diferente. Con cosas mejores y peores. Es positiva,
por ejemplo, la enorme cantidad de posibilidades en los medios de
comunicación que hay. Cuando yo empecé periodismo había tres radios,
cuatro periódicos y una televisión. Y solamente ahí era donde se podía
trabajar. Ahora dos personas pueden montar mañana una unidad
informativa, al margen de que los grandes medios se puedan transformar.
Ahora el escenario de la información cambia por completo gracias a las
miles y miles de propuestas informativas que cada grupo de periodistas
puede colocar en el mercado para presentar distintos aspectos de la vida
y de la realidad. ¿Cómo voy a ser pesimista? Al contrario. Me parece
que se abre un universo deslumbrante. Lo que ocurre es que, como es
nuevo, nosotros no lo podemos ver, aunque sí vemos con claridad cómo se
derrumba lo que ha sido hasta ahora nuestro mundo. No creo que las
personas mayores tengamos derecho a decir a los más jóvenes que no
tienen futuro. Repito mucho una frase porque creo muy sinceramente que
es verdad: «el futuro no está hecho». No está hecho porque lo hacen las
personas con lo que deciden y con lo que no deciden, y con lo que
permiten que los demás decidan. Por tanto, yo qué sé sobre lo que van a
hacer los demás con el mundo venidero…
*Javier Mayoral es doctor en Periodismo por la
Universidad Complutense de Madrid y licenciado en Filología Hispánica.
Su libro 'Periodismo herido busca cicatriz' está editado por Plaza y
Valdés Editores.
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