domingo, 10 de junio de 2018

Querida Elisa, gracias por ser, estar, pensar y decir lo que piensas con esa transparencia decente y sana, tan ahijable...

La desescalada

Ahora es evidente que ha llegado el momento de la desescalada en los conflictos existentes sobre los que hasta el momento sólo se ha aplicado el atizador y el fuelle para avivarlos sin remordimient


El Gobierno de Sánchez tiene una capacidad "limitada" de "cambiar las prioridades políticas", según Allianz
Pedro Sánchez
No hay mayores lecciones que las que la infancia nos graba. Tampoco traumas más grandes. Cuando era niña cultivaba yo ya la viejuna costumbre de invertir mi paga en chucherías, tebeos o libros y reservarlos para su consumo durante la semana. Así nació mi almacén secreto que siempre estaba surtido de gominolas de fresa, regalices rojos y ácido en que untarlos, chicles Cheiw y otras delicias inenarrables. Lo único que no podía acumular eran las cebolletas y tal pecado avinagrado era consumido inmediatamente y sin remordimiento alguno. Mi hermana menor saqueaba invariablemente el mueblecito de mi parte de dormitorio que me servía de depósito. Se jamaba mis cosas sin prurito alguno. Desordenaba mis libros de cuentos, que yo había amorosa y trabajosamente clasificado por temáticas o autores en mis estanterías. Derribaba de golpe todas las parejas de muñecos ataviados con trajes regionales que mi padre nos traía de sus viajes sobre mi cama para que yo me viera obligada a reponerlos en su sitio. Una y otra vez. A veces la situación se tensaba más allá de lo admisible. Cuando se lo reprochaba y discutíamos pasaba a las manos. Mi madre -nunca hallaré lugar suficiente para homenajearla- terciaba. Curiosamente, casi siempre elegía tener una charla conmigo - ¡conmigo, que era la más agraviada! - y yo no podía evitar que una cierta sensación de injusticia me llevara a revolverme y protestar. ¡Ah, no dejar nunca que la injusticia te sea indiferente! Ella siempre me llevaba a su campo con un argumento que seguía sin parecerme justo, que me costaba aceptar, pero que era racionalmente irreprochable: “esto no puede seguir así y tú eres la mayor, la que más cuenta te das de las cosas y la que tiene que poner más de su parte”.
Nunca fui consciente de que mi ama me estaba forjando para asumir que la desescalada de los conflictos debe ser iniciada, en la mayor parte de los casos, por la parte que siendo o no la más responsable, eso no se valoraba, es la que acumula más poder o potencial de hacerlo. Cuando los conflictos han llegado a un punto álgido de tal tenor que es claramente perceptible que no es sostenible por ninguna de ambas partes, entonces está claro que ha llegado el momento de la desescalada.


Los conservadores no son la madre de España y lo han demostrado. Ni el PP ni Ciudadanos han considerado que el bien común esté por encima de los agravios de las partes y no se han comportado como esa buena madre de familia que es capaz de darse cuenta de que el primer paso en el proceso de desescalada del conflicto pasa por rebajar la tensión. Mi madre no era conservadora, vaya eso por delante, y créanme que me aflige que por un año y unos meses no haya llegado a ver a Rajoy y los suyos salir del poder. Es una pena que yo no crea que pueda estar disfrutando de ello desde algún lugar etéreo. A mi madre le hubiera gustado ver cómo llegaba el momento de la desescalada.
Ella, la Uzabal, no había leído a Vinyamata, pero como buena vasca sensata sabía que tras esa reducción de la tensión tocaba hablar y detectar las necesidades y los problemas, que era imprescindible que ambas partes nos comunicáramos y se conocieran los agravios, los problemas, las percepciones, las necesidades y hasta los oscuros recovecos del subconsciente que estaban provocando aquello. A fin de cuentas ¿por qué hacía eso mi hermana si tenía derecho al mismo dinero que yo y hasta tenía un mueble gemelo al mío en el que poder establecer su propio almacén de golosinas? Por último, con más o menos lloros o protestas, siempre trataba con paciencia y amor de reconstruir el común de la relación. Mejorar la relación general siempre atenúa y mejora el desarrollo de los conflictos. Todo ello desde una naturalidad abrumadora. Nadie se siente más culpable si sobre el tapete late la idea de que el conflicto no es ni bueno ni malo, sino con la certeza de que el conflicto existe, que la vida es conflicto.
Ahora es evidente que ha llegado el momento de la desescalada en los conflictos existentes sobre los que hasta el momento sólo se ha aplicado el atizador y el fuelle para avivarlos sin remordimientos. Hasta tal punto la lógica política y social ha sido de este tenor, que se ha considerado que pretender aliviar la tensión con consejos tan primarios como los de una madre era una muestra de debilidad a la que incluso se ha bautizado como “buenismo”. Bajo el imperio de lo conservador cualquier deseo de pacificación, de distensión, de diálogo se ha desprestigiado inmediatamente con ese adjetivo. Fue el neoliberalismo en lucha con el gobierno de Zapatero el que acuñó el, para mi opinión, más infame término político dado que consagra la ironía y el desprecio hacia los que consideran que el diálogo y la desescalada son siempre el mejor camino hacia la pacificación. Eso y que la pacificación es buena, claro, porque también hemos asistido a la consagración de la máxima de que la instrumentalización de la tensión para obtener beneficios políticos y electorales de los propios haya sido santificada.
Esa misma manipulación se va a producir en los próximos días cuando asistamos a los múltiples cambios que el nuevo gobierno va a poner en marcha para iniciar la desescalada en los ámbitos que más han tensionado a la sociedad en los últimos años. La cátedra UNESCO de Filosofía para la Paz -supongo que aquí ya los de siempre se están descojonando abiertamente- asume la postura de Honneth sobre el reconocimiento del otro como principal elemento para las desescaladas de tensión. El no sentirnos reconocidos, como personas o como pueblos, nos produce sentimientos de indignación que, prorrogados en el tiempo, hacen surgir el rencor. Hasta ahora ese rencor se ha estimulado al apoyar desde algunos partidos y algunos medios el nacimiento de un no-reconocimiento mayor que enfrentar.
La desescalada está a punto de comenzar. Sólo si se piensa en sacar tajada de la tensión se fomenta una escalada infinita. Una madre jamás hubiera consentido eso. Tal vez nadie que ame a su país debería ser capaz de hacerlo.

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El jueves pasado, 7 de junio, en València tuvimos la suerte y el privilegio de pasar un par de horas con Elisa Beni en la Sala de La Muralla del Colegio Mayor Rector Peset, en pleno corazón de la Valéncia histórica, el barri de El Carme. Una charla intersantísima sobre transparencia política, jurídica  y mediática, un tema en que la ponente es experta especialista, más un coloquio, como siempre interesante y que se queda muy corto por las prisas y la ya habitual falta de tiempo en estos casos, aunque sí hubo hueco para darle un abrazo y las gracias por su labor periodística de conciencia, de la que estamos tan necesitados a todos los niveles. 

Era perfecta la  metáfora de La Muralla en la que se desarrollaba la actividad promovida por la Concejalía de Transparencia y la Diputación, que gestiona a las mil maravillas de la decencia eficaz, Berto Jaramillo, un entrañable, creativo  y currante compañero de camino desde que en 2014 nos unió en la base, la Asamblea del barrio, en un Podemos a estrenar por aquel entonces.
La Muralladel tiempo convertido en piedra, en este caso era la materialización de aquella canción con música de Qulapayún y texto de Nicolás Guillén, que en los años 70 y 80  fue el himno revolucionario de la regeneración política tanto en Latinoamérica como en España:
 
Dum,dum, ¿quién es?, la paloma y el laurel, abre la muralla, 
el sable del coronel, cierra la muralla. 
Al corazón del amigo, abre la muralla, 
al veneno y al puñal, al diente de la serpiente, cierra la muralla, 
al mirto y la hierba buena, al ruiseñor en la flor, ¡abre la muralla! 

Cuando acabó la actividad, una colección de madres desconcidas entre sí, espontáneamente rodeamos, saludamos y abrazamos a Elisa, que se sintió hija multitudinaria por unos momentos. Y nos habló de esa madre que ya no está, pero que nunca deja de habitar su corazón y  su memoria. Por un momento ella también fue para mí, personalmente, el conjunto de las dos hijas, de la estupenda nuera y los dos hijos, emigradas en Alemania. Ella me  recordaba el talante, el talento y el valor de ellas y ellos. Y ahora, al leer este artículo sobre la imprescindible desescalda, también veo imprecindible una feminización de las relaciones políticas, la urgencia de que la inteligencia materna y conciliadora que todo ser humano lleva -sea cual sea su género- en los genes y en el alma en dosis distintas según la educación, el temperamento y el ambiente cultural-, empiece a ser fundamental en el modo de gestionar la vida en este Planeta y en concreto en estas Españas tan proclives al revuelo y al destarife confundidos con el patriotismo y los dogmas sacrosantos a disposición del primer demagogo que se apunte al bombardeo colectivo de las emociones y las urnas. 

La sociedad está harta, agotada y aburrida, exahusta de tanta histeria mediocre, de tanta tensión creada artificialmente en los laboratorios del chantaje manipulador, político y mediático, que no gana por ser el mejor sino por ir poniendo zancadillas y cortapisas a los que son mejores que ellos. Sí, ahítos de tanto tejemaneje estúpido y  esperpento sin sentido. De tanto cargar la escopeta en los escaños y de andar a la greña en los estrados, en tribunales y en los conflictos que se solucionarían con más inteligencia que escandalera de burdel y bofetones humillantes a diestro y siniestro, pero que al carecer de gestores con inteligencia suficiente y los gobernantes andar ultrapasados de arrogancia,opacidad, mordazas, rapiña, soberbia borderline y cretinez ad hoc, se van convirtiendo en la única herramienta y sistema de gobierno disponible en un antro cavernario y cada vez más rupestre, desterrando por completo la inteligencia, la ética y hasta la salud mental y enocional en las relaciones sociales, políticas y hasta económicas, empresariales y de vecindad.
Si este panorama es lo único que hasta ahora ha sido capaz de aportar la derecha y sus ridículos remilgos, por un lado, y feroces salvajadas por otro, contra la ciudadanía, está claro que lejos de ser apta para crecer sin esquilmar y para avanzar en civilización y buenas prácticas adecuadas a nuestro tiempo, esa derecha tiene que reciclarse sí o sí, y no sólo en apariencia, sino sobre todo en la esencia de unos contenidos morales y honestos, sólidos, sostenibles, e imprescindibles para la paz cívica, el entendimiento y la convivencia, sin ese kit político, hasta las mejores perspectivas económicas resultan una ruina, como ya se ha comprobado por activa, pasiva y perifrástica, a corto, medio y largo plazo, para cualquier sociedad con un estado de Derecho, libre, igualitario, justo y demócrata de verdad, y no de sólo de nombre. 

Gracias a Elisa, a periodistas como Ana Pardo de Vera, a Soledad Gallego, a Isaac Rosa, Jesús Cintora, Jesús Maraña, Iñaki Gabilondo, Pepa Bueno, Nativel Preciado, Maruja Torres, Rosa Montero, Ignacio Escolar, Javier Sardá...y tantas y tantos que cada día se remangan y se depilan la lengua para que ningún pelo les impida ejercer su profesión con la suficiente deontología.
También conviene que nunca se duerman en los laureles, porque poderoso caballero es don dinero que hace necesario con su voracidad mantener un status obligatorio, y poderosa dama es doña opacidad vista gorda acomodatriz, su desalma gemela, una pareja que se infiltra como el olor de los guisos por todas partes sin que las mejores murallas ni puertas blindadas se lo puedan impedir.  Don dinero y su pareja, tienen la especialidad de convertir lo prescindible  y lo supérfluo e impuesto por las apariencias, en necesidad perentoria y angustiosa, que  en realidad en vez de facilitar la vida, la hipoteca y la aplasta en ello. Al parecer, Blesa se suicidó a causa de la depresión que produjo en su ánimo ganar mensualmente solo 2.500€ de pensión. Tuvo que cambiar el casoplón por un piso sostenible.Tuvo que prescindir de un servicio permanente y conformarse con una kely por horas, un par de días a la semana, ergo,  él debía hacerse la cama, poner la lavadora, tender la ropa, pamcharla, guardarla, hacer la compra, quitar pelusas, llevar trajes a la tintorería, recoger trastos, etc, etc.. como cualquier mortal sin discapacidad física que le impidiera las funciones básicas para organizar las mínimas funciones domésticas. Pero su discapacidad era mental y emocional. No lo pudo integrar, asumir, ni resistir. Prefirió la muerte  a cambiar de vida. A  esas barbaridades inhumanas y devastadoras en su "tanto tienes y aparentas, tanto vales", llega la presión de la parejita de  marras: don dinero y doña opacidad vista gorda acomodatriz. Los dejo en minúscula porque las mayúsculas le quedan muy grandes  a tanto enanismo en ética, honestidad, cordura y humanidad saludable.

Si queremos que huela a limpio hay que lavar a fondo el panorama. Las cloacas no mejoran su tufo por más que se las rocíe con el más poderoso de los perfumes y ambientadores informativos, o desinformativos, un método de ida y vuelta, como remedio peor que la enfermedad, en plan búmerang, que al final es demoledor para todos, hasta para su principal promotor, el Ibex35, que aunque no  lo parezca, también tiene sus riesgos y goteras importantes... y lo sabe, por eso juega a todas las cartas y bazas que sea menester, sin hacerle ascos a ninguna por repugnante que sea.
De la prensa limpia y decente y de su gestión responsable de las noticias, depende el triunfo o el fracaso del tinglado y/o la regeneración de nuestra sociedad. La prensa limpia y sana debe saber como primera premisa que hay valores fundamentales para la existencia que no tienen precio y que la vida nos devuelve puntualmente la grandeza de miras o la miseria que repartimos, y lo hace de muchas formas sorprendentes y no siempre con pagarés en metálico, sino sobre todo con herramientas nuevas, caminos inéditos  llenos de energía y lucidez sin precio ni subastas, y que son muy reconfortantes para recorrer, con algo más que beneficios contantes y sonantes, que nunca valen lo que cuestan en integridad, plenitud y bienestar con una misma y con el prójimo.

Para discernir y distiguir entre ambos planos de la realidad mediática, especialmente, Elisa Beni, como Ana Pardo, los Jesuses Maraña y Cintora, son unas especialistas de vanguardia. ¡Gracias otra vez, por haber compartido tiempo, inteligencia, palabra y humanidad!

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