lunes, 2 de abril de 2018

Toda insistencia es poca en el compromiso bio-sostenible. No se cambia un sistema sin que cambien al mismo tiempo sus componentes. Células sanas no pueden constituir un cuerpo enfermo o viceversa

El inmenso coste de la pasividad

Juan López de Uralde

Son tantas nuestras acciones que tienen como consecuencia el declive de la biodiversidad que es profundo y urgente el cambio que tenemos que acometer en nuestro modo de vida si queremos frenar este drama
Hacen falta cambios profundos en un modelo económico cuya principal víctima somos nosotros mismos

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El cambio climático traerá más riesgo alimentario y enfermedades
Imagen de archivo de los efectos de la sequía EFE
Ya en el año 2006 el economista británico Nicholas Stern publicó un informe sobre el daño económico global que supondría la inacción contra el cambio climático. Stern cuantificó el coste de las inversiones necesarias para la lucha contra las emisiones contaminantes en un 1% del PIB mundial; pero también vaticinó que si no se actuaba los costes serían 20 veces mayores. Pero lo que quedó muy claro en su informe es que sería mucho mayor el coste de no hacer nada: la inacción pasa factura.
Cada día los impactos del cambio climático son más visibles: intensas olas de calor, aumento de los incendios forestales, veranos cada vez más largos, aumentos de las temperaturas. Lo cierto es que la realidad está dejando cortos los escenarios más pesimistas; quizás sólo se han equivocado en una cosa: el cambio es más rápido de lo previsto.
Pero no es sólo el cambio climático. En las últimas semanas diversos informes han vuelto a elevar el nivel de alarma sobre el grado de destrucción que nuestra actividad está causando en el Planeta. Un reciente estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences concluye de forma contundente que estamos ante la sexta extinción de especies vivas.
La destrucción de los hábitats naturales, la introducción de especies exóticas invasoras, la sobrexplotación de los recursos hídricos y la sequía, la expansión urbanística sin freno, los incendios forestales, las prácticas agrícolas intensivas, la utilización de sustancias químicas nocivas, la caza indiscriminada, la contaminación de las aguas, los plásticos en el medio marino… Son tantas nuestras acciones que tienen como consecuencia el declive de la biodiversidad, que es profundo y urgente el cambio que tenemos que acometer en nuestro modo de vida si queremos frenar este drama. Pero, ¿por qué estamos tardando tanto en reaccionar?
Hay datos escalofriantes sobre los impactos en la salud de la contaminación. Según el estudio Medioambiente saludable, gente saludable, presentado en la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, más de doce millones de personas al año mueren a causa de la contaminación y la degradación del medio ambiente; cifra 234 veces superior a la que provocan los conflictos armados.
El coste de la destrucción ambiental trasciende ya lo ecológico, para convertirse en un problema de índole social y económico, y cada día que pasa la situación empeora. El factor tiempo es un elemento que diferencia la lucha ecologista de otras luchas sociales, ya que los efectos de la degradación están siendo en muchos casos irreversibles, y los impactos pueden tardar decenios en ser visibles.
La situación es extrema: la crisis ecológica se ha agudizado en los últimos años, y ya no hay rincón del Planeta que sea ajena a esta urgencia. Es necesario actuar, y hacerlo en todos los frentes. Nada puede justificar la pasividad política en la que estamos inmersos. Hacen falta cambios profundos en un modelo económico cuya principal víctima somos nosotros mismos. Sin duda, la acción ciudadana es imprescindible, pero no es suficiente. Es necesario que las instituciones públicas en las que se toman cada día decisiones que afectan a nuestro futuro común afronten de forma prioritaria la acción para detener el deterioro ecológico. Pero como explicó Naomi Klein: "No se trata solo de cambiar las bombillas, sino el modelo económico".

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