martes, 10 de abril de 2018

Historias de España



Queridos súbditos, siguiendo la entrañable y venerada tradición secular, hoy os contaremos otro cuento de la serie, antes de que os vayáis a dormir el sueño de los sustos, uy, de los justos, quise decir...


Veréis, esto era un reino maravilloso, en el que todo era perfecto. Cada cosa estaba en su lugar y cada lugar tenía su cosa. Cada cospedal tenía su finiquito en diferido, cada marquesa su charca de ranas, cada cifuentes su máster del universo, cada universidad pepera su coladero, y cada botella su relaxing people of café con leche in Plaza Mayor o in Major Square, que tanto montan lo uno y lo otro, si el plurilingüismo es lo normal...Donde los ciudadanos eran el  alcalde y los alcaldes el ciudadano. Donde la sustancia de los platos, las tazas y los vasos tenía un reconcimiento jurídico y ejecutivo de primera. Donde ser titiritero, rapera o teatrero era una desgracia, una maldición mucho más soberana que el pueblo, que sólo estaba para pagar platos rotos y trabajar a destajo, pagando por ello y además muy contentos de poder hacerlo y no estar parados. Por eso era un reino feliz, había descubierto el valor de la ley y el orden por encima de monsergas populistas y había encontrado su camino en la verdad absoluta de su bandera, en las velas, en el incienso, en los altares y en las tumbas de los fundadores, de los veteranos y de lo soberanos:  aquel país era un coñac, ¿qué digo?, tres en uno. Mismamente como diosh. Porque para poder gozar de esa ciudadanía había que estar muy puestos en las tres marcas de La Marca. 
Eran felices contra corriente, de un modo completamente distinto al resto de los países de su entorno, ellos sólo valoraban lo suyo, por encima de modernidades ni zarandajas, ni estudios, ni I+D+I ni cuentos chinos, ellos preferían sus cuentos propios, sus grilletes propios, sus cárceles propias, sus santos y santas patronas y patrones con D.O.C, sus guerras civiles propias, nunca de otros, su propia corrupción como tiene que ser, no la corrupción impuesta por otros a no ser que la pagasen mejor que la propia, claro, en ese caso se volvían multinacionales sin reparos. 


Pasaron años, sin que  el cuento de cada noche variase de contenido, sólo de voz y de cadena...de televisión o de radio.  La paz y el silencio presidían la sesión cuentista cotidiana, hasta que un día, unos cuantos espectadores y radioescuchas, sin ponerse de acuerdo previamente, por pura sincronicidad, apagaron la tele y la radio, dejaron de escuchar el cuento del día, se pusieron a pensar y más tarde a comentar entre ellos la situación. Se dieron cuenta de que todos estaban prisioneros en un campo de concentración virtual en el que vegetaban creyendo vivir, en el que obedecían consignas creyendo que eso era libertad y no el peligroso libertinaje de hacer lo que una cree y piensa sin seguir una consigna ideológica, religiosa, económica, mercantil o política, siempre teledirigida, entre la ignorancia, la picaresca, la necesidad o/y la avaricia arrogante sin límites del egocentrismo más garrulo y zarrapastroso. 
Y de ese impulso consciente nacieron grupos y asociaciones, que empezaron a escribir y a contar otras cosas, que no eran imaginarias, sino reales. Eran el relato de sus peripecias personales y de grupo y al compartirlas comprobaron que eran las mismas, que se parecían como gotas de agua y las fueron poniendo en escena, con títeres, canciones, sainetes, obras de teatro, musicales...Aquello crecía y crecía, entonces los cuenta cuentos oficiales y estatales se enfadaron muchísimo; se asustaron porque de repente se vieron desbordados, su mundo cuentista, tan rentable y gratificante, se les iba por el desagüe sin poderlo evitar. Es más, cuanto más trataban de taponar los miles de boquetes, estos se multiplicaban, se reproducián como el líquen, los hongos y  el moho, como las nubes en una borrasca gigantesca o las olas de un tsunami. Como los corruptos en el pp. Por ósmosis, por contagio, por mímesis...por falta de conciencia ética y de práctica moral y por exceso de supersticiones muy devotas, aunque  desalmadas.

Su única salida era llevar a los tribunales a los rebeldes para que recibieran su merecido y todo volviera a ser como siempre: un inmenso parvulario de adultos evolutivamente retrasados, pero felices en su inocencia, autistas en sus obsesiones y sobre todo tan dóciles, cariñosos con los jefes y superiores, obedientes y fáciles de enrollar en fiestas y jaranas, en luchas partidistas lo mismo en el poder que en el fútbol o cualquier deporte, apuesta o competición...Eran tan monos y jaraneros antes de que se espabilasen de un modo tan injusto y tan desagradecido...Así que tuvieron que denunciarles. Era un poco molesto y eso, pero necesario, total, los tribunles eran suyos también...

Pero sucedió un imprevisto: unos cuantos escaparon y se refugiaron en otros países donde contaron los motivos de sus escapatorias y encontraron acogida, trabajo y derechos que no tenían en el reino de fantasía mediática del que procedían. Muchos lo hiceron al principio por supervivencia material: no encontraban trabajo por estar demasiado preparados, ya que los puestos para ellos, se los daban a los familiares y amigos de los cuentacuentos, aunque fuese a base de falsificar títulos y certificados de estudios que nunca cursaron, y cosas por el estilo. Luego se empezaron a escapar hasta los políticos que habían sido cuentacuentos en alguna ocasión, pero se desvincularon del montaje cuando intentaron cambiar los argumentos para adaptarlos al tiempo presente y el sistema empezó a encarcelarlos por disentir y poner en solfa la narrativa de toda la vida, que era la base del estado de desecho al que habían llegado a fuerza de mentir como cosacos, hasta el punto de creerse sus propias trolas y convertirlas en leyes, criterios y normas "democráticas" gracias a un sistema de consulta fraudulenta que legitimaba y legalizaba el tinglado. 

Los cuentistas institucionales y legalísimos según ellos mismos, se sintieron humillados y ofendidos, decidieron dar su merecido internacional a los fugitivos más cañeros, que evidentemente, eran los antiguos colegas que salieron a escape y estaban refugiados en plan asilo político en diversos países. Los troleros en sus trece, fueron por ellos como lobos de Gubbio sin un Francesco d' Asissi que les parase, al contrario, hasta los aparentemente menos beligerantes, les dieronno solo  la razón, sino también el país, el mundo, las provincias y el permiso legislativo para seguir en la brecha persecutoria animados por el monarca del reino de la trampa, que veía peligrar su dinastía en tenguerengue. Formatearon estrategias tremendas, hasta con amenazas terroristas contra los paises de acogida cuando negaron la extradición de los fugitivos. Perdieron los nervios, la dignidad, la compostura, la sensatez, el oremus, casi todo el kit de las formas, bueno, menos la vergüenza, porque a esa señora nunca se la presentaron ni siquiera en los mejores colegios-coladero en que los educaron(¿!¡?) 
El caso es que cuando ya daban por sentado el castigo morrocotudo de los sediciosos a escape, los jueces del extranjero les dieron con las leyes y los DDHH en las narices. Y las razones no admitían contramedidas lógicas ni jurídicas: 

No creerse el cuento político que se cuenta diariamente en los medios, ponerlo en tela de juicio e incluso desobedecer leyes injustas para intentar mejorar lo que el cuento y sus narradores han estropeado y siguen estropeando, NO ERA DELITO, SINO UNA OBLIGACIÓN. Porque el verdadero  DELITO ES PERSEGUIR A INOCENTES, PROTEGER A DELINCUENTES MENTIROSOS, PREVARICADORES y ESTAFADORES que utilizaban la responsabilidad política como un poder al servicio de sus intereses, con daños a terceros multitudinarios. A un país entero, con las consecuencias de una hecatombe social sin precedentes. 

Moraleja resultante y colorín colorado: 
Que trepadores dolosos y cuentistas alevosos, 
tienen los días contados. Son la soga delatora
en la casa del ahorcado.


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