Cerrado por política
I
Barcelona y Madrid, los dos grandes emblemas del país a escala mundial, son las capitales de dos comunidades que, por razones de distinto grado, desde luego, están bloqueadas o con la acción pública bajo mínimos, con la ciudadanía abandonada y los asuntos pendientes amontonándose. Es muy amargo que estén detenidas, además, por culpa de la política, ese invento creado precisamente para representar a los ciudadanos y defender sus intereses. Hasta el día 7 de mayo, por lo menos, a la política en Madrid sólo le va a interesar el juego de astucias entre Rajoy y Rivera para ver quién tiene la audacia más larga. Si uno se arriesga a ensuciarse con ‘la horda roja’ o si otro se arriesga a perder la comunidad. Mientras, la gestión de la cosa pública, bloqueada. La acción política, cerrada por política.
En Barcelona, hasta el día 22 de mayo, la política, que lleva una larga temporada desatendiendo a la ciudadanía, continuará con su sudoku: si Comín delega su voto, si se acepta, si se inviste en la distancia a Puigdemont, si se acepta, si se inviste a otro. De oca a oca y tiro porque me toca, mientras cientos de resoluciones, de permisos, de trámites que afectan a la vida de la gente esperan en los cajones. Es decir, la política de las cosas, sepultada por las cosas de la política. Todo detenido salvo la ‘gilipolítica’, que ejercen los guardianes de la ortodoxia patria con un entusiasmo de lo más cómico. Por ejemplo, buscando aficionados del Barça vestidos de amarillo en la final. ¿Se imaginan, si el otro finalista hubiera sido el Villarreal o Las Palmas? Y ahora, saltando sobre la nueva estrella de la canción, Alfred, porque regaló a su novia Amaia, vencedora de OT, el libro del incatalogable cantautor Albert Pla ‘España de mierda’ que, por cierto, no tiene absolutamente nada que ver con el independentismo y que es una sátira descacharrante que, a propósito, leí hace tres meses y recomiendo de verdad. La política, cerrada por política. La ‘gilipolítica’ y los cazadores de herejes, a sus anchas.
Yo no sé si Valls, el mayor saltimbanqui político de Europa y últimamente coleccionista de derrotas, es un buen o mal candidato para Barcelona, Albert Rivera sabrá, pero como creo firmemente en el cosmopolitismo no me parecen mal este tipo de cruces que, en cualquier caso, van a terminar pasando. Y me gusta no solo porque anuncia un futuro muy abierto, por lo que podríamos incorporar de bueno y por lo que podríamos quitarnos de encima. ¿Se imaginan? Angela Merkel, alcaldesa de Granada o de Santa Cruz de Tenerife. ¿Se imaginan? Rajoy, alcalde de Tallin, en Estonia. Y en un mundo cada vez más global, este movimiento puede que desborde a Europa y acabe siendo mundial. En este caso, me gustaría bastante Obama como candidato a la alcaldía de Madrid.
23-4-2018
III
De puntillas y con sigilo, el Gobierno está poniendo la zancadilla a la educación pública y engordando la concertada. La crisis sirvió para justificar recortes en la pública que a día de hoy sigue 6.500 millones por debajo de la cifra pre crisis mientras que la concertada se salvó y a día de hoy recibe 160 millones más que cuando comenzó dicha crisis.
El Gobierno ha presentado siempre sus políticas como las únicas razonables frente al sectarismo de sus adversarios; y frente a las únicas posibles, frente a las fantasías contables de los demás. Eran, en toda circunstancia, la única respuesta realista, técnicamente indiscutible, respuestas regidas por el más puro sentido común.
Ya se ha comentado suficientemente lo que este pensamiento ha significado en el terreno económico. Cada cual sabrá cómo valora la superación contable de la crisis al precio social que se ha cobrado. Pero, ha pasado más inadvertido este contrabando ideológico del que les hablamos esta mañana. Se ha introducido en nuestra sociedad como la sobre prima a la educación concertada que se aceptó como complementaria de la pública y que está creciendo sobre sus escombros.
El Gobierno acumula motivos para ser puesto de patitas en la calle, últimamente aún más. Solo con este bastaría, porque es un atentado contra uno de los pilares básicos de nuestra sociedad democrática. Sí, parece claro que hay que cambiar el Gobierno. El problema es saber cambiarlo por quién.
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