La sentencia sobre la Manada demuestra que en cuanto aparecen juntos los términos justicia, mujer y sexo los viejos atavismos nos nublan la mente. Durante muchos años solo se consideraba violación la penetración vaginal. Cualquier otra barbaridad era un simple abuso deshonesto porque no importaba la mujer, importaba la maternidad. Y aún hoy nos es imposible movernos en ese terreno sin caer en la ambigüedad y en los eufemismos. Basta imaginar cualquier supuesto no sexual para comprobarlo: si la joven atacada por la Manada hubiera sido acorralada por estos cinco energúmenos para robarle el bolso, a ningún tribunal se le hubiera ocurrido exigirle pruebas de que se resistió a puñetazos o a mordiscos, para entender que había sido intimidada, que su voluntad había sido violentada.
Por otra parte, un no puede expresarse con mucha claridad sin necesidad de que se verbalice. Y el estado de shock es un no clamoroso. En caso contrario, todas las mujeres mudas podrían ser violadas con cobertura legal a no ser que se jugaran la vida liándose a palos con sus agresores.
Lo demuestra el voto particular del juez Ricardo González. Un voto particular a mi juicio aberrante pero que me temo que no es el punto de vista aislado de un ciudadano si no compartido por muchos. Y secretamente por muchísimos.
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