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Si esta sangría constante de vidas humanas, por ser mujeres, es noticia
cada día como si fuera un informe meteorológico o un calendario del
espanto asumido,es que algo perverso y terrible está incrustrado como
"normalidad" en la sociedad de la cunetas, de los espectáculos
sangrientos, vengativos, monstruosos, en las borracheras del odio impune,
del miedo, la represión, la venganza y las banderas obtusas que custodian la caja de Pandora.
Ha fallado esa educación dogmática -sin
contenidos éticos, sanos, vitales y hermosos-, que sólo ofrece técnicas e
imitaciones mediocres, donde no hay referentes familiares ni estatales, ni
religiosos, ni creativos, ni sociales, ni de salud mental y emocional
aplicable a la vida. Estamos huérfanos de alma y de espíritu, prisioneros
del ego más torpe, cegato y miserable, que oye y no entiende ni sabe descifrar el sentido de lo que mira pero no ve. Intoxicados por la banalidad del
mal enchufada en gotero constante, que el egocentrismo salvaje y su fanatismo produce como una glándula colectiva de
secreción destructora, tal que un radiactivo y descontrolado Chernobil invisible pero activísimo.
Nos hemos perdido
en un desierto tenebroso, donde aunque luzca un sol implacable en lo alto, abajo siempre es de noche; en las pantallas entre la dispersión y la imagen de la nada, en las
pulsiones de la niebla, drogados por la pócima del consumismo y una
bulimia insaciable, de lo que no sacia ni alimenta, más una anorexia inconsciente que nos priva del alimento real: la integración del ser y el existir. Del cuerpo, el alma y la mente en el abrazo de conciencia que a su vez es la tierra abonada para que germine y nazca el espíritu. El mapa y la brújula
sólo están en nuestro interior. Son las señales que unen y dan sentido a lo que nos pasa y a lo que sentimos, experimentando e integrando lo que nos pasa. Son también herramientas de la conciencia, la brújula y el mapa. El despertador. La
llave de la vida. Y el adiós a un infierno caótico, que es obra nuestra, de cada una y uno, al que
solo nosotros nos condenamos con esa resignación convertida en
rutina de manadas variopintas, no sólo las violentas a simple vista, que también lavar el cerebro y contar mentiras constantemente para convertirlas en realidades putrefactas hasta desactivar la voluntad y destrozar el quilibrio y la salud, también es una forma de violación no material, pero igualmente dañina, humillante y socialmente perversa, porque así se vacían de lucidez y de libertad nuestras defensas cognitivas y nos convertimos en rebaño dúctil y maleable, desconectado del ser, incapaz de despertar a tiempo para cambiar
de rumbo y de horizontes antes de despeñarse por el abismo de un deterioro moral sin retorno.
El ojo por ojo y diente por diente deja ciegos y desnutridos a todos y a todas sus patrocinadores, como la injusticia arbitraria y estúpida deja inerme, rota, polarizada y embrutecida a la sociedad.
La solución se llama amor que es sabiduría natural, justicia e inteligencia radicales (en la raíz), con su armonía igualitaria y fraterna, su empatía y su ternura, su fortaleza amable puede acabar con la barbarie y la insania de instintos retorcidos, emociones, ideas y sentimientos enfermos, leyes aberrantes y jueces destarifados que las aplican como los sellos a las cartas o las matrículas a los coches.
Cuidado con los sinónimos y las ambivalencias semánticas, que el amor no es materia de negocio, ni de películas pringosas, ni bestsellers ni de shows-espectáculo. Más bien se parece a las violetas, que perfuman desde la modestia y la sencillez, que dejan a un lado la imaginería de la apariencia para convertirse en aroma esencial. Amar es respirar el universo inteligente dejar que fructificque dentro, crear un banco de semillas, y esparcirlas a nuestro alrededor sin cobrar aranceles ni exigir nada a cambio. No hay otra receta mejor, ni tratamiento más eficaz para todos los males del mundo.
"...y si no, no pretendas tocar lo cierto, sólo el amor engendra lo que perdura, solo el amor consigue encender lo muerto" (Silvio Rodríguez)
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