domingo, 25 de febrero de 2018

Qué mal rollo Don Luis...

Desayuno con cadáveres

Luis García Montero

Me he levantado con ganas de trabajar. Este es el plan: desayuno, me ducho y me pongo a escribir una historia de amor. Así que enciendo el televisor de la cocina, preparo café, me hago una tostada, busco el azucarero para endulzar el día, pero
las noticias llegan de forma disciplinada con un horror amargo
.

El perro de un vecino descuidado devoró en el Norte a un niño que jugaba en la calle con sus amigos. Los padres están desconsolados. Se escapó en el Sur una bala del tiroteo de la policía con unos atracadores y ha muerto una anciana que pasaba por allí. Una amiga llora su muerte; recuerda que habían quedado esa mañana para hacer la compra en el mercado del barrio. Un canalla ha violado en el Este la orden de alejamiento de su expareja, la ha metido a la fuerza en un coche y la ha degollado con intención de enterrarla en el bosque. Fue sorprendido por la Guardia Civil con el cadáver en el maletero. Las fuerzas de seguridad
buscaban droga, pero encontraron violencia machista
. En el Oeste, un hombre ha muerto de una puñalada al corazón, primera víctima de una pelea entre miembros de familias enemigas. Una anciana jura venganza eterna ante los periodistas.

Tres cuartas partes de las noticias domésticas cuentan sucesos macabros. Después se pasa a la información internacional para que veamos imágenes de la barbarie consentida en Siria o de la matanza escolar en Florida; y, ya para finalizar, un poco de deportes con peleas callejeras y la información del tiempo con ocho provincias en alerta roja debido al frío y al huracán. Se me han quitado las ganas de escribir una historia de amor. Como estoy acostumbrado al consumo, necesito consumir:
empiezo el día consumiendo miedo en la sociedad industrial del miedo
. He tenido un desayuno con cadáveres.

Es posible que haya otras cosas en el mundo, pero
el protagonismo lo tiene ahora la muerte
. El miedo fundamental es el miedo a la muerte; nos acompaña a lo largo de la vida, conforma nuestra sabiduría. Y esto no deja de ser una broma, porque ya nos avisó Epicuro de que la muerte es la nada, el vacío, para cada uno de nosotros. Nadie sabe lo que es morirse en primera persona, nadie tiene experiencia de la muerte. Quizá por eso es tan aleccionador ver la muerte de los demás en televisión, apurar sus detalles, vivir sus uñas. Las antiguas religiones inventaban moradas para los muertos.
La industria del miedo diseña moradas de muerte para los vivos
.
El miedo es uno de los ejes de la vida contemporánea, compañero fiel del instinto de competencia en la sociedad del desamparo. La política, la economía, las audiencias y cualquier relación humana se teje hoy con las hebras del miedo. La estrategia de siempre cuenta ahora con el poder multiplicador de la tecnología para fijar los terrenos de juego. Porque el miedo es una cuestión de espacios y de límites: ¿dónde empieza el peligro?, ¿dónde está el refugio? Y también de personas: ¿quién llega de fuera?
Los enemigos se agolpan en unos límites fronterizos que conviene mantener cerrados. Pero dentro se levantan otras fronteras. Hemos llenado durante años de podredumbre el espacio público. Difícil pensar con ilusión en el futuro ante un vertedero de corrupciones, mentiras y muchos disfraces modernos de la ley del más fuerte. Parecía necesario buscar el nuevo compromiso en lo privado, cambiar una revolución social por el cariño de una mascota, la política por las aficiones y las causas particulares. El problema es que la basura es un viaje de ida y vuelta. Así lo está demostrando la industria del miedo. Desayunamos con cadáveres que infectan también el refugio de lo privado. Los sistemas de alarma establecen fronteras en el interior de las comunidades. Los ciudadanos son extranjeros.
¿Nos queda la intimidad? Pues tampoco, porque el asesino, el bárbaro, puede dormir en nuestra cama. La frontera que pasó de los continentes a las naciones, pasa de lo público a lo privado y, finalmente, a la alcoba, a la piel íntima. Miedo para la higiene íntima. Cada vez más solos, como debe ser, para que el individualismo complete la cultura neoliberal del miedo y la competencia.
Nuestro mundo vive en los extremos: o crea burbujas hedonistas de felicidad al margen de la realidad, o convierte la realidad en un desierto de comunidades imposibles gracias al miedo. ¿Quién puede escribir así una historia de amor? Manda la libertad negativa, la libertad de no hacer, de no intervenir, de no regular, de no pensar en la convivencia, de no querer, de autodefenderse. Parece imposible una afirmación positiva, la libertad de construir un mundo mejor, compartido y más justo.
En cuanto envíe este artículo al periódico, regresaré al dormitorio, miraré a mi mujer en la tranquilidad desnuda de su sueño, entraré en el cuarto de baño, me miraré a los ojos en el espejo y repetiré un verso de Antonio Machado: “soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. Si queremos hacer algo con el mundo, debemos conseguir que mucha gente se repita: “soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”.


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Lo raro es que tras semejante experimento libremente elegido y seleccionado aposta, del puritito desayuno necrófilo, le hayan quedado ganas de ser, machadianamente, en el buen sentido de la palabra bueno... A lo mejor es que es usted un santo alquimista y como usted va  de laico y aconfesional pues, va y con esa humildad típica de los habitantes del santoral, no se da cuenta de su excelsa condición verdadera. 
Sólo a  un santo se le ocurre levantarse un domingo tan temprano para ponerse a trabajar en los jardines del amor a contar historias enternecedoras y sólo a un santo confesor y mártir sacrificadísimo se le ocurriría encender la tele antes de probar bocado, para bendecir el primer alimento del día...Ains, esos santos que nunca escarmientan...y que se niegan a aprender de la experiencia a pesar de ser sus poetas favoritos. A veces la experiencia se olvida de que suele ser la madre de la ciencia y la lía parda. Velahí, la vida, que donde las da las toma y las daca. 

Iba usted tan animao a darle al cante amoroso de una historia, y en vez de quedarse en la cama acurrucaíto con el frío que hace, junto a una de las mejores contadoras de historias de amor de la narrativa actual, sólo se le ocurre poner la tele para inspirarse. Para ser un poeta de la experiencia tiene usted muy poca capacidad para escarmentar con ella y quedarse con lo mejor que le puede dar - y disculpe la impertinenecia de meterme en sus cosas, pero ya que nos abre las puertas opinables, ahí vamos-. El recolmo es desayunar en la morgue mientras la historia de amor, aun inédita de su pareja seguramente sueña con usted en la placidez del alba. 
¿A quién se le ocurre irse a desayunar en la morgue de la tele mientras Almudena Grandes duerme en la habitación de al lado? Sólo a un santo asceta que en su humildad poética no se considera merecedor de tan altas y supremas recompensas narrativas.

No creo que cuando Machado dijo lo de ser bueno se refiriese a la bondad como entelequia y tragadera que aguanta lo que le echen porque no le queda otra en medio de un mundo loco de atar y sin hacer nada para crearse un respiradero sano donde no falte el aire limpio de su conciencia, sino como a esa chispa vital que de repente es capaz de abrirte los ojos y comprender contigo, hasta  dejar de ser un robot noticiófago, que confunde los telediarios con la nutrición, como viene siendo la tónica general de los malestares y malseres habituales, capaz de dejar durmiendo a su musa para ponerse a escuchar AnaRosa Quintana o cualquier sálvame noticiable. Así es imposible ser bueno en el mejor sentido de la palabra bueno aunque uno lo intente de todas todas. Así uno sólo puede quedarse  en modo tostada sin tostar, café sin cafeína, leche desnatada sin lactosa y con edulcorante artificial tipo aspartamo. Vamos, una penalidad, más que un desayuno.

La poesía es esa fuerza que sin explicaciones nos da un vuelco en el alma y de repente, en medio de todas las rabias programadas del mundo pone a la tele contra la pared y mientras la desenchufa le grita a la mañana: mi alegría no me la arranca nadie, que lo sepas, mañana de susto; mandaréis en el mundo, en los medios y en la pelas, pero en mi conciencia, en mi bondad fotovoltaica y en mi alegría eólica y sostenible, solo mando yo. Es la libertad que no pueden quitarte ni en la cárcel más aislada y más triste. Marcos Ana lo supo de primera mano. Basta leerle para darse cuenta de sus recursos almiformes y libertarios de la mejor especie. Era un Juan de Yepes siglo XX, más rojo que la grana y más libre que un jilguero. Su verso también venía de la misma fuente transmutadora que es la noche oscura y desobediente, insumisa Y rebelde hasta convertirse en el estallido del alba. Del negro al rojo (Stendhal a revés). Un anarquismo total eso del alma y el amor arremangados y al tajo.

A lo mejor, poeta, quién sabe si te queda por descubrir una experiencia aún inédita: ver en medio de las cosas cómo la noche oscura se acaba para siempre cuando se enciende el alma desde dentro  y se hace icandescente y entonces canta al amor sin límites, sin que nada la pueda amordazar. Sencillamente porque ya no se puede separar alma de amor. Se han fundido sin poder evitarlo, el ser con el amar y con el respirar. Con el mirar y empaparse del nosotros/yosotras. Nos lo han enseñado en clase desde chicas, y es como el eco de una experiencia mística y rarita que casi ningún maestro y maestra nos consiguen transmitir con la expliación, pero te aseguro que para atravesarla y asumirla las religiones se nos quedan en nada y a veces estorban más que ayudan, como las malas medicinas. 

Es una pena perder un sólo segundo de nuestro tiempo desayunando en cementerios precarios a domicilio y al precio de nuestros bajones y melancolías  adosadas, pudiendo hacerlo gratis y plenamente libres de tóxicos marujeos impresentables, en el banquete de la vida.

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