En el Washington Post
Los periodistas no pueden olvidar, no podemos olvidar, para qué se supone que servimos y a quién se supone que servimos
Iñaki Gabilondo
Los grandes cambios tecnológicos y de paradigma nos están desafiando y nos están obligando a ingeniar nuevas fórmulas de actuación, eso es cierto, pero de ningún problema saldremos, ni a ninguna solución llegaremos, si no es por la independencia y por el rigor. Y por el valor cívico. Ese va a ser el verdadero clasicismo, el que nunca debe perderse.
En la casa que desveló el Watergate y los papeles del Pentágono, y que recibe cada mañana los tuits insultantes y amenazadores de Donald Trump, el pensamiento de Barron ordena muchas cosas. Las histerias de estos tiempos de cambio vertiginoso nos hacen andar como pollo sin cabeza, y demasiado a menudo tanto el periodismo como la política están buscando salvavidas y piedras filosofales en la pirotecnia tecnológica o en las recetas milagro. Modernizarse es imprescindible, sí, y debe hacerse sin dudar y con audacia. Pero en este viaje los periodistas no pueden olvidar, no podemos olvidar, para qué se supone que servimos y a quién se supone que servimos. Por encima, incluso, de los propietarios de los medios. Es la radical conclusión de Barron en el límite de la independencia.
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