lunes, 26 de febrero de 2018

Cosas de la res publica

Mujer tenía que ser
quien le plantase cara al esperpento.
Mujer y catalana para más sobresalto
de letras y  de himnos,
mujer que no se calla ni debajo del agua
cuando se trata de quitar el bozal
a las conciencias y de desatascar las cañerías
que impiden a la vida su camino.
Mujer sin más adornos
que la simple evidencia de lo justo.

Usted puede ser rey y equivocarse
como el más igorante de los hombres.
No basta un apellido ni el peso de la historia
para cambiar la trama inevitable de ese
incierto e implacable panta rei
que en cada esquina se lleva por delante
cualquier cosa empapada de espacios y de tiempos
que pasando las hojas una a una del libro universal
se nos quedan en nada.
Y después de pifiarla tan soberanamente, usted tiene el poder
como cualquiera,
de dejar su corona y sus actos a la altura flagrante del betún.
¡Más faltaría!

Un pueblo noviolento y fraternal merece pleitesía
y el respeto intocable de poder expresar sus opiniones
-que no ofende la idea sino un gobierno infame
que apalea aquello que no escucha ni comprende-
y puede repetir hasta sus preferencias regidoras
sin que le aplasten hordas mordorianas
en el nombre usurpado de una ley
que convertida en cepo y ratonera
pierde su autoridad y su sentido
si se emplea como ametralladora
cubierta de banderas
contra la libertad de los vecinos.

Permita, señor rey, que le recuerde
al sabio e imborrable Calderón:

usted puede mandar aunque no mande,
usted puede montar un San Quintín
si el Bilderdeberg le impone sus acuerdos
o el pp le presiona burdamente
pero existe un rincón inaccesible
en la conciencia de cualqueir ciudadano,
también en la de usted,
que en el Siglo de Oro era el honor
y ahora son los derechos e igualdades
de pensamiento, sueños y expresión,
es esa fortaleza inexpugnable
en la que vive el alma, don Borbón.

Y en ese territorio no hay sitio para el miedo
ni para la venganza, ni para la miseria
ni un hueco medianero que acoja la traición,
en ese no lugar iluminado no cabe la mentira
ni la máscara, lo ocupa por completo el corazón.
Universal maestro de la gracia. Origen primigenio de la vida y su Ley.
Padre y Madre de luz y de poesía:
el imperio infinito del amor.

Que esa fuerza suprema le acompañe, ciudadano del mundo,
adornado con joyas y untado en el pastón,
y si usted se despierta cualquier día, entenderá de pronto
qué poco vale un trono que nunca encuentra el alma
y cómo es prescindible una corona que nadie necesita
si no es para un disfraz o un hartazgo de ego a mogollón.

Hasta entonces, abur i adèu, y vaya usted con dios
que no hace ascos a nadie y para rematarlo,
prefiere a los más pobres y de más olvidada condición.

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