Ciudadanos: anatomía de un teatro de sombras
La ola españolista y los poderes económicos y
mediáticos vaticinan un futuro brillante a C's. ¿Cómo ha llegado hasta
aquí un partido sin apenas implantación territorial, mimado por figuras
caducas del bipartidismo y con una historia voluble y confusa?
LUIS GRAÑENA
Madrid |
16 de
Febrero de
2018 Público
El pasado 5 de febrero, el CIS catapultó a Ciudadanos
en las encuestas y lo situó por encima de Podemos, en tercera posición.
Y, otra vez, los sondeos de diferentes grupos mediáticos han empezado a
estirar las estimaciones del organismo oficial: el partido naranja
ganaría los comicios aventajando al PP en 1,5 puntos, según un sondeo
que ABC publicó en enero. La encuesta de Metroscopia para El País,
la semana pasada, alargó el chicle todavía más: otorgó a Cs un 28,3%,
6,4 puntos por encima del PP. Este efecto burbuja en algunas encuestas
viene excitado por un hecho histórico, real: en diciembre, Inés
Arrimadas ganó los comicios catalanes. Entonces se rompieron inercias de
voto y alcázares de los partidos tradicionales: el cinturón rojo
socialista de Barcelona y Tarragona, por ejemplo, se tiñó de color
butano. ¿Cómo ha llegado hasta aquí un partido con 12 años de historia
un tanto incierta, con un líder elegido por orden alfabético, una
alianza con la ultraderecha en 2009, unas posiciones cambiantes y una
endeble (y confusa) implantación territorial fuera de Cataluña?
Ciudadanos nació como un movimiento de reacción contra el
nacionalismo catalán, y sus últimos éxitos siguen confirmando esa
esencia. Hay una correspondencia de espejo entre el soberanismo y los
naranjas: a mayor empecinamiento de los primeros, más se consolidan los
segundos. La futura proyección del partido se vislumbrará en las
próximas autonómicas y municipales: entonces se verá si se ha producido
un cambio de motor, es decir, si C’s ha dejado de funcionar como dique
de contención para hacerlo como proyecto completo y autónomo.
El factor Maragall
El germen de Ciudadanos brotó por generación espontánea en
la órbita de apoyos que atesoraba tradicionalmente el PSC. En 2004, el
periodista Arcadi Espada convocó a una serie de intelectuales
descontentos: Félix de Azúa, Albert Boadella, Francesc de Carreras,
Félix Ovejero, Xavier Pericay… De ahí nació la plataforma Ciutadans de
Catalunya, en alusión a las palabras de Tarradellas al regresar del
exilio. El escritor y crítico literario Ferrán Toutain, otro de los
fundadores, habla de la acción política de Pasqual Maragall como
catalizadora del movimiento: “Lo único en común que teníamos era que
estábamos decepcionados con la postura de Maragall. Él era una
esperanza, en su época en el Ayuntamiento se había opuesto al pujolismo,
pero luego hizo un tripartito con ERC e Iniciativa per Cataluña, un
tripartito nacionalista”, opina Toutain. “La mayoría éramos
independientes: los había cercanos al centro derecha y al centro
izquierda; era una mezcla compleja de ideologías”.
Francesc de Carreras, catedrático de Derecho
Constitucional, recuerda que, tras diversas reuniones, se percataron de
que existía un vacío de representación política: “No había un partido no
nacionalista, estaba el PP, pero ninguno en el centro o centro
izquierda. No sabíamos a quién votar”. Se celebraron diferentes
cónclaves entre 2004 y 2006. En ese tiempo arreciaba el debate sobre el
Estatut, y el grupo, que en principio parecía dudar entre limitarse a
una asociación o dar el salto político (“éramos intelectuales, no
estábamos dispuestos a hacer política y tampoco sabíamos hacerla”, dice
Carreras), decidió constituir un partido. La idea era asustar al PSC,
obligarlo a centrarse en el tablero.
En 2006 celebraron el congreso fundacional. Fue un
bautismo de agua salobre, dividida e inestable, que culminó con aires
berlanguianos: como no conseguían cerrar un acuerdo entre propuestas, y
acarreaban ya muchas horas de debate (algunos, cansados, se marcharon a
casa), el presidente fue elegido por orden alfabético: el veinteañero
Albert Rivera era el primero de la lista. Hay, no obstante, quienes
sugieren que se eligió este método a sabiendas. En cualquier caso, el
abogado de La Caixa se convirtió en el líder de un partido líquido:
Ciutadans definió su ideario aunando la socialdemocracia de unos y el
liberalismo de otros.
Para las elecciones europeas de 2009, Albert Rivera, hoy europeísta declarado y defensor de los vientres de alquiler, integró una coalición euroescéptica, católica y antiabortista junto a Libertas
A lo largo de los años, la alusión a la socialdemocracia
ha ido asemejándose más a una nota de color que a una convicción
programática. Para las elecciones europeas de 2009, Albert Rivera, hoy
europeísta declarado y defensor de los vientres de alquiler, integró una
coalición euroescéptica, católica y antiabortista junto a Libertas. El
pacto se fraguó en la trastienda de Intereconomía. El multimillonario
irlandés Declan Ganley quería infiltrar en Bruselas una fuerza
ultraderechista y su idea era contratar a Ciudadanos para que se convirtiera en su filial española. En una entrevista a El Plural,
Enrique de Diego, fundador de la cadena, contó que con el pacto Rivera
se aseguraba un trato de favor en el canal. “Estaba bien dispuesto a
cambiar de principios y a pasar del centroizquierda proclamado a la
derecha euroescéptica”, dijo De Diego. Francesc de Carreras recuerda
cómo hirió este volantazo a la militancia: “Fue muy difícil y generó la
salida de mucha gente, algunos abandonaron la dirección del partido,
pero fue en 2009, y creo que Rivera se arrepintió inmediatamente”.
La consumación liberal
El debate sobre las fuentes ideológicas siempre ha estado
presente en el partido. Pero la cuestión identitaria de la defensa de la
unidad nacional aglutina las filas y ayuda a relativizar como un mal
menor el dilema del posicionamiento en el eje derecha-izquierda.
Mientras tanto, Rivera ha ido virando el partido hacia un liberalismo
sin cataplasmas. Como cuenta Iñaki Ellakuría, periodista de La Vanguardia y autor de Alternativa naranja,
en el congreso de Coslada (Madrid) de febrero de 2017, la cúpula
decidió eliminar del ideario la defensa explícita de los valores
socialdemócratas y fijar como seña de identidad el término “liberal
progresista”.
Hubo quejas entre los militantes más orientados a la
izquierda. El sector catalán propuso una enmienda a la totalidad que se
rechazó. De Carreras considera que la alteración de la definición no
implicó un giro a la derecha: “El liberalismo progresista engloba la
idea socialdemócrata básica del Estado Social. Aquí los valores no han
cambiado”. Desde su perspectiva, la socialdemocracia europea ya ha
logrado sus objetivos y por eso, ahora, está en una “encrucijada”, es
decir, desmovilizada. En la socialdemocracia moderna, “se afirma más la
economía de mercado que la intervencionista”, defiende.
Lo que ocurrió en Coslada fue una confirmación: la
eliminación de una etiqueta semántica que se había ido vaciando con
anterioridad. El libro De Ciutadans a Ciudadanos, la otra cara del neoliberalismo analiza en profundidad los cuadros de la formación y concluye que se trata de un partido business:
una generación de vástagos del solchaguismo, de la España inmobiliaria
(Jordi Cañas), hostelera (Matías Alonso), del mundo de la consultoría
(Inés Arrimadas) o el management (Juan Carlos Girauta); hijos,
en definitiva, del discurso del progreso basado en el éxito y el
enriquecimiento. Francesc Miralles, coautor del libro con Pep
Campabadal, observa un desvío explícito hacia la derecha en los últimos
años: “Cuando pactaron con Pedro Sánchez aún se presentaban con una
pátina socioliberal. Es sintomático que la gente que Rivera necesitaba
en 2014 ahora le estorbe. Hay mucho oportunismo. Carolina Punset, que
venía del entorno verde y se marchó del partido, es un buen ejemplo”.
España Constitucional
Albert Rivera entró en los círculos de poder madrileño por
la puerta grande y amparado por dos viejos barones del bipartidismo. En
mayo de 2013, Eduardo Zaplana y José Bono presentaron al líder catalán
en el club Siglo XXI. Rivera ejemplificaba el tipo de personalidad
política que necesitaba un proyecto ideológico como el que los dos
exministros habían montado meses atrás: la Fundación España
Constitucional, a la que también se adhirieron pesos políticos como
Ángel Acebes o Rodolfo Martín Villa y altos directivos de Telefónica, Iberdrola, Gas Natural, Endesa, Prisa, Aldeasa, Everis o Deutsche Bank.
¿El objetivo? Defender los “valores constitucionales y de la Corona”, y
contrarrestar el “tsunami independentista catalán”. Rivera completó su
debut capitalino pisando moqueta en una gira por los despachos de
algunos banqueros. Ahí encandiló a sumos sacerdotes del sector
financiero, como José Ignacio Goirigolzarri (Bankia), que años después
se declararía impresionado por su “frescura y preparación”.
Purgas, cuentas irregulares
Zaplana le abrió los portones de la capital y, poco tiempo
después, su sombra empezó a sobrevolar en movimientos internos y en las
purgas que Ciudadanos emprendió en sus agrupaciones de la Comunidad
Valenciana. Los militantes de base denunciaron una infiltración de la
facción ripollista (Ripoll, implicado en el caso Brugal era, a la vez,
zaplanista) que había sido derrotada dentro del PP. Cuatro diputados de
Les Corts abandonaron el partido y cayeron al grupo de no adscritos
después de denunciar una falta de democracia interna, un esquinazo a los
principios socialdemócratas y procederes propios “de la Gestapo”. El
revulsivo final del desmarque fue la connivencia de Ciudadanos con el PP
para atacar los Presupuestos Generales. Estos cuatro tránsfugas,
finalmente, fueron decisivos para aprobar las cuentas del socialista
Ximo Puig.
Polémicas similares se repitieron en otros lugares. Se
destaparon por toda la península casos que cuestionaban la limpieza y la
transparencia que esgrimía el partido. El coordinador de Zaragoza José
Luis Juste y el riojano Federico Pérez tuvieron que dimitir cuando sus
nombres aparecieron en los Panamá papers. También emergieron negligencias contables. En mayo de 2016, CTXT detectó una plaga de “errores administrativos aislados”
en las cuentas del partido. Ya en 2014, con el salto al ámbito
nacional, las cuentas cuadraban con dificultad. En la Región de Murcia
se encontraron gastos de viajes, reportajes fotográficos o de
manutención que, según un informe, no se podía asegurar que fueran
“necesarios para el funcionamiento del grupo”.
Ibex, González, Aznar
Además de saber manejar y reorientar sus estrategias de
comunicación y de que el tiempo político haya jugado a favor de su
discurso (sobre todo por el procés), Ciudadanos ha disfrutado de un
ecosistema de poder amigable que le ha dotado de fuerza. Han contado, en
distintos momentos y grados, con el favor de la patronal, de la banca y
las grandes empresas y de los titanes mediáticos a través de su
información, sus editoriales y sus opinadores (El País, Cadena Ser, Antena 3…).
En relación al Ibex, para Miralles hay una relación de
conveniencia. Por un lado, el elector del PP envejece, no es una apuesta
de futuro, y por otro, Rivera carece de las ataduras de los
conservadores: “La inercia funcionarial de partido de Estado, criado
dentro del Estado, y su vinculación con la iglesia católica hacen que el
PP no pueda desmontar ciertas cosas del Estado de Bienestar, hay
ciertos elementos culturales que tiene que mantener; pero Ciudadanos no
tiene ese tipo de frenos”, analiza Miralles. “El Ibex necesita a la
generación probusiness”.
Los naranjas combinan el ofrecimiento de caras frescas y nuevas con una buena dosis de nostalgia conciliadora. Una mezcla superficial, pero que puede anestesiar como ninguna otra el desasosiego de una mayoría social
La pasada Navidad, desde la Fundación Faes, el
expresidente José María Aznar mostró su creciente admiración por Albert
Rivera. En una reciente entrevista a El Mundo, Felipe González confesó que se veía con el líder catalán:
“Tres o cuatro veces en el último año y medio”, precisó. Ciudadanos se
congracia con expresidentes y exministros que sus propios partidos
mantienen en el trastero de los símbolos devaluados. Una jugada
inteligente en una época de desorientación e inestabilidad políticas:
los naranjas combinan el ofrecimiento de caras frescas y nuevas con una
buena dosis de nostalgia conciliadora. Una mezcla superficial, pero que
puede anestesiar como ninguna otra el desasosiego de una mayoría social
que se encuentra políticamente desmovilizada.
El fundador Ferrán Toutain asume estas relaciones como
parte del ADN del partido: “Rivera siempre ha reivindicado la figura de
Suárez y la de Tarradellas, y también la de Aznar y González. La de
Zapatero, no. Aparte de los claroscuros de sus gobiernos, Aznar y Felipe
han tenido un compromiso absoluto con el orden constitucional. Me
parece un elemento muy valioso para asesorarse bien sobre los atributos
que debe tener un líder político”.
El puente naranja
En algunas regiones, Ciudadanos tiende
puentes cuya escenificación directa y explícita sería impensable hace un
tiempo: es el territorio de acuerdo del PP y el PSOE, el reservado de
restaurante del bipartidismo. Enarbolan el discurso de la regeneración y
contra la corrupción, pero pactan con el PSOE de los EREs y con el PP
de Gürtel, Púnica y Lezo… El periodista Iñaki Ellakuría siguió de cerca
la gestación de esas alianzas: “Estaba el debate sobre si se entraba o
no. Creo que apoyarlo servía también para diferenciarse de Podemos, para
sostener que ellos impedían la parálisis y presentarse como un partido
serio ante el voto joven que se disputan con Podemos”. En Madrid afloran
sin pausa nuevas informaciones sobre la corrupción que cada vez se
acercan más a Cristina Cifuentes. “Han endurecido el discurso, pero
quizás llegue un momento en que eso no baste y haya que tomar una
decisión. En esa línea roja está el peligro de caer en la
contradicción”, reflexiona Ellakuría.
El puente naranja se edificó con éxito en Andalucía. El
momento representativo fue la reforma del Impuesto de Sucesiones que
extinguía la carga impositiva sobre las herencias. Con la condición de
aprobar los Presupuestos, Ciudadanos propuso una modificación que dejaba
sin gravar en 95% de las herencias: aquellas que no llegaban al millón
de euros serían bonificadas por completo. La propuesta partió
originalmente del PP: para los conservadores, con ese impuesto la Junta
robaba a los andaluces. Según recuerda Francisco Jurado, asesor de
Podemos en el parlamento andaluz, “fue un gol del PP. Hubo una campaña
viral muy fuerte con casos extremos irreales porque en Andalucía sólo
pagaban las personas más ricas. Al final, Ciudadanos lo metió en el
parlamento y se apuntó el tanto. En un momento en que hay que proteger
la sanidad y la educación, dejaremos de percibir unos 300 millones al
año”.
Rivera ha aprovechado la crisis del procés para reciclar un chovinismo español que, hasta ahora, estaba enclaustrado en el imaginario colectivo dentro de los cauces de la derecha más conservadora
Desde las elecciones catalanas y el burbujeo de las
encuestas, Albert Rivera ha profundizado la dramatización para tratar de
consumar un virtual adelantamiento a un PP al que, en la práctica,
mantiene en el Gobierno. Ha aprovechado la crisis del procés para
reciclar un chovinismo español que, hasta ahora, estaba enclaustrado en
el imaginario colectivo dentro de los cauces de la derecha más
conservadora. Ciudadanos ha construido un patriotismo nuevo (en
apariencia limpio y sin adherencias ideológicas) que bebe de los estados
emocionales que normalmente se reservaban a las competiciones
deportivas internacionales: ha politizado la cultura forofa, como se vio
en la noche electoral del 20D, festejada por la afición al grito de “yo
soy español”. Con esos mimbres ha ido resbalando desde las
manifestaciones ultras del Día de la Hispanidad en Barcelona hacia una
suerte de macronismo (un populismo de gesto serio), en virtud del cual trata de usufructuar el terrorismo o decide modificar radicalmente su postura sobre la prisión permanente revisable.
En el pacto firmado con Pedro Sánchez en 2016, se
contemplaba la derogación de la cadena perpetua, pero en los últimos
tiempos han pasado a defenderla. Ferrán Toutain ve “una desorientación o
vacilación” en decisiones como esta, que podría “desorientar al
elector”, aunque no un “giro a la derecha”. Pero ahora, la estrategia
electoral lleva a Ciudadanos a captar a los votantes del PP. En los
últimos días, han declarado “congelado” el pacto de investidura, han
abandonado la negociación del pacto de la Justicia; amenazan con
bloquear, amagan subrepticiamente con forzar un adelanto electoral. Pero
los tiempos mandan, y en el fondo, pese a los aspavientos, saben que no
es una opción viable. Ellakuría opina que “con la crisis catalana es
difícil justificar un adelanto”. “Igual en 3 o 4 meses, si hay un
Gobierno en Cataluña… Pero ahora es complicado”, concluye.
Hasta el momento de acudir a las urnas, Ciudadanos se
esfuerza en diseñar una ilusión óptica que le permita mantener la
tensión favorable que le ha aportado la crisis catalana por otros
medios: esencializando los debates, tratando de trasladar el rechazo al
procés hacia el resto de nacionalismos periféricos para mostrarlos como
secesionistas potenciales y, a la vez, contrarrestando esa faceta huraña
con un intento de capitanear y anotarse como propia una posible reforma
del sistema electoral.
Pero a Rivera le aparece la primera grieta bajo los pies:
es sutil, de momento permanece camuflada por el idilio demoscópico, pero
está ahí y su nombre es Inés Arrimadas. Desde el interior, según
percibe Toutain, no se cuestiona el liderazgo riverista; hay opiniones
dispares, pero dentro de la normalidad. Sin embargo, es innegable que ha
emergido una figura potente, un contrapeso, un plan B donde antes no
había ningún referente. Miralles, en cambio, detecta heridas en el
presidente del partido: “Ha tenido demasiadas vidas y se le ven las
costuras. Ha sido muchas cosas, pactó unas cosas con Sánchez, luego
invistió a Rajoy, y para el votante es difícil saber quién es hoy”. De
una forma u otra, el teatro de sombras que comenzó hace 12 años se
acerca ahora a su catarsis.
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