¡Hola España y Españo!
Beatriz Gimeno
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Este artículo lo escribo, al contrario que la mayoría, en situación de alborozo. Desde que Irene Montero dijo lo de portavoza
han pasado tres cosas con distinto nivel de importancia. En primer
lugar todo el país se ha revuelto indignado por esta cuestión. Mientras,
Rajoy aprovechaba para advertirnos de que nos vayamos haciendo un plan
de pensiones privado porque se lo han gastado todo; y que eso de pensar
que chicos y chicas de familias humildes puedan estudiar… que nos
olvidemos para siempre (si es que alguien guardaba alguna esperanza de
que volvieran los tiempos en que existía una razonable esperanza de
poder estudiar aun sin tener mucho dinero). La segunda cosa que ha
pasado –y en un segundo nivel de importancia– es que me acosté portavoz y
me desperté portavoza, y eso me ha producido mucha alegría. ¡Eh, soy portavoza! Y lo mejor de todo: cuando deje dicha responsabilidad ya seré para siempre exportavoza de la Comisión de Mujer, la comisión ideal para ser portavoza o exportavoza,
por otra parte. Y así lo pondré en mis tarjetas de visita, cuando
tenga. La tercera cosa es que llevo dos días entretenida en las redes
contestando a la masa indignada de España y Españo, días y díos, Irene
Montera y Pabla Iglesios. Y a mí, al contrario que a muchas amigas, esto
me divierte y me alegra. Y para cuatro cosas que me alegran… Ya me
pasaba esto mismo cuando estábamos metidos en el debate acerca del
matrimonio igualitario. Recuerdo que cuando estaba claro que habíamos
ganado el debate social salió el Foro de la Familia con un argumento
novedoso que consistía en decir que si se aprobaba el matrimonio
igualitario terminaríamos casándonos con los gatos y yo, cada vez que
escuchaba esto en un debate, sentía como un remusguillo de alegría
interior mientras mis compañeros y compañeras se indignaban y querían ir
a la fiscalía porque nos habían acusado de bestialismo. Yo me tronchaba
con aquello de los gatos porque ese argumento no era más que la
demostración evidente de su impotencia, además de flagrante estupidez.
En los debates sociales sabes si vas ganando o perdiendo según veas a
los adversarios echar espumarajos por la boca o no. Por eso, a mí no me
da ninguna rabia Pérez Reverte y el otro… Marías, cuando sé que basta
con decir portavoza para que, en algún lugar de alguna ciudad
española, a ellos dos les de como un calambre cuyo resultado será un
artículo dominical en el que nos iluminarán con su sapiencia. En
realidad, amigas y amigos, ellos sufren, igual que los de España y
Españo, y si sufren es porque es doloroso perder privilegios. Y si
sufren es porque los están perdiendo.
Están estos del buenos días y buenos díos, los que se
creen ingeniosos (sí, parece mentira que exista tantísima gente que se
cree ingeniosa repitiendo la misma broma durante días y días, pero ahí
están). Pero luego están los que se ponen muy serios y te explican el
género gramatical y que no puedes decir portavoz porque no tiene género
y, así como que no quiere la cosa, te dan una clase de sintaxis y
concordancia gramatical. Veamos, este es el artículo número mil sobre
este asunto, pero veo que el tema sigue candente así que no me importa
dedicar a ello unas cuantas líneas, pocas. Resulta que el lenguaje es
androcéntrico; vamos, que tiene género, pero no sólo del gramatical. Y
tiene género igual que tiene raza y tiene clase. Las lenguas, con toda
su complejidad y su historia, son producto de sociedades desiguales y
por tanto reflejan esa desigualdad asumiendo el punto de vista de
quienes están en la cúspide del poder, que son quienes nombran; porque
quienes detentan el poder no sólo construyen el lenguaje, construyen el
mundo en realidad. Y por eso hay cientos de palabras despectivas para
referirse a mujer sexual y ninguna para hombre sexual (que ni siquiera
existe porque los hombres son, de por sí, sexuales). Y porque esta
lengua que usamos es la de los colonizadores existen en castellano
decenas de palabras despectivas para referirse a indio o a negro y
ninguna para referirse a blanco, que es el hombre, sin más. Así pues,
nombrar es un privilegio del hombre, del hombre blanco y del hombre rico
(buscad sinónimos de “rico” y de “pobre). Es un ejemplo muy básico y no
merece que me extienda en ello.
Portavoza se impondrá o no, eso no es lo importante. Lo
importante es que en la medida en que las mujeres vamos entrando en
espacios que antes eran infranqueables para nosotras arrebatamos
privilegios, y uno de ellos –de los más importantes– es el de nombrar.
El lenguaje no es una suma de reglas gramaticales, sino que construye
mundos; y visibiliza una realidad y no otra, da forma a un imaginario y
no a otro, edifica un pensamiento y no otro. Nombrando, las mujeres
construimos un mundo que nos incluye y damos forma a pensamientos y a
lenguajes que antes eran inimaginables, construimos realidades que
saltan por encima de las reglas que pretendían atar un mundo que hemos
desbordado, incluidas las reglas gramaticales. Y por eso hemos dicho
Secretaria, y Jueza, y Alcaldesa y Médica y Notaria y Mujer Pública (sí,
como yo) y Presidenta y Miembra y Genia (que por cierto, tampoco
existe) y diremos Portavoza si nos da la gana. Y si las mujeres lo
usamos, se impondrá porque somos la mitad (un poco más de la mitad), y
hemos descubierto que podemos dar nombre a las cosas y lo hacemos. Así
pues, nombramos porque podemos, sin más, y no hay mucho más que
explicar. Y no hay gramática en el mundo que pare esto o, mejor dicho,
en la medida en que tomamos la palabra pública para nombrar tenemos
también el poder de cambiar la gramática y feminizarla; porque queremos y
podemos. Y la RAE terminará recogiendo el lenguaje que usemos aunque
sea entre los llantos de algunos académicos y de unos cuantos chistosos
cutres.
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Beatriz Gimeno es activista feminista y diputada por Podemos en la Asamblea de Madrid. @beatrizgimeno1
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