Esparnia
Javier Aroca
El Gobierno ve amenazada
su reelección, ya se constituyó de manera complicada y aún lo
recuerdan. Su gran baza económica no acaba de cuajar, sus propagandistas
abundan en la idea de que hemos salido de la crisis pero no convencen.
Sus expertos en manoseo estadístico y demoscópico no son capaces de
maquillar la evidencia de la desigualdad, las brechas salariales, la
precariedad y poca calidad laboral. Las macroestadísticas son buenas,
la realidad de la calle es otra cosa. Pero el PP tiene su pócima secreta
para defenderse de la inclemencia electoral y de su rival y sustituto
por la derecha, Ciudadanos.
En los mentideros
populares, los chamanes han dado con la tecla o, al menos, de eso
parecen estar convencidos. Otras veces han acertado. Si de algo presumen
no es de pericia académica sino de conocer a la gente, a los que los
votan. Sus mágicos ocho millones. Los demás, ya hace tiempo que fueron
dejados en sus cunetas por imposibles e irredentos. Ellos saben cómo es
la gente: "La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos,
hacer un diagnóstico falso y aplicar luego remedios equivocados",
sostienen. A ello se aplican, su fuente de inspiración es Groucho Marx
que reiría a carcajadas viendo el éxito de sus principios.
Su principio práctico consiste, en resumen, en algo que
me contó hace años uno de sus gurús. Si quieres un elector dócil, me los
conozco bien, decía, dale una bandera y un pito. Es la anona de la
nueva Esparnia que en Roma ya triunfó con la versión original de pan y
circo. El cóctel lo forman el populismo asambleario punitivo, el
populismo patriótico y el temor, el miedo. Y si el brebaje se te agria
con la corrupción, agitación, es decir, mareo, para que nadie sepa por
dónde vamos y permanezcan atascados en el género de variedades en el que
se ha convertido la señal periodística de los casos.
En dura competencia con su rivales de la derecha, el PP interpreta la
sed de justicia con un populismo callejero, de mesa de camilla
televisiva. Cadena perpetua para saciar la ira popular, prisión
permanente, o lo que sea. Autoridad, mucha autoridad, rebelión,
sedición, todas palabras de grueso calibre del código penal, mientras
que la corrupción, la suya principalmente, no pasa de los escarnios
televisivos. En esta irresponsable e incendiaria tarea, la reflexión no
importa, ni las instituciones, ni la experiencia, son solo unos votos
urgentes.
Con similar tensión competitiva, en dura
lid con sus rivales de derecha a ver quién tiene más largo el mástil, el
PP saca las banderas, la patria, la estigmatización del discrepante. En
este empeño no hace ascos una parte de la izquierda perdida y
mendicante; el 155, no como precepto constitucional defensivo sino como
artículo punitivo y habilitante de agresiones a la propia Constitución.
Da igual que el Tribunal constitucional sostenga que la democracia
española no exige militancia. La libertad ideológica en Esparnia está en
prisión provisional. Lo sostenido de manera constante por el máximo
órgano no llega a sus oídos ni a los de los intérpretes de la ley.
Ahora, otro problema, querido Groucho: la lengua. Volvemos a Cisneros,
una lengua, una religión ... La inmersión lingüística da para todo, se
repite la historia una y otra vez. Para Esparnia no es posible un estado
común, plural, en todos los sentidos, rico en diversidad, humores y
cosmovisiones; las lenguas son un tesoro- España tiene muchos- que un
esparniés ni entiende ni paladea. El catalán como problema de estado,
como obstáculo para su proyecto; al paso que vamos, un día de estos, los
patriotas esparnieses y mucho esparnieses de la Academia de la Lengua,
que los hay, eliminarán todo resto de catalanismos en el Diccionario.
Es suicida pero no importa, son unos votos urgentes.
Pero qué serían estos dos populismos sin el miedo. Les toca a los
pensionistas, a los de ahora, a los que consideran domesticados y a los
del futuro a los que consideran domesticables. "No nos dominan por la
fuerza, sino por el engaño", escribió Bolívar. Este es el principio que
aplican, el engaño. Empezando por pretender que la pensión no es un
derecho adquirido a lo largo de una vida de trabajo. La presión
indecente sobre los pensionistas pretende convertirlos en mercancía
electoral y en pasto de la depredación bancaria. Estamos muy bien, te
dicen, pero al mismo tiempo, con pobreza salarial, que ahorres, que de
viejo vas a ser más pobre aún y además, que dures poco. Nueve años; si
no te mueres, el sistema no será sostenible. No hay más depravación
moral que la que se está observando con las pensiones. No importa,
piensan que son votos cautivos.
Y la corrupción es lo
de menos, hemos pasado de los casos aislados a un descuido
generalizado. Eso nos dicen los descuideros de la Transición. Para
Esparnia, la corrupción no es grave, atentar contra la separación de
poderes, tampoco, esquivar la Constitución y sus instituciones, un
poner, el Consejo de Estado, no importa. Los desatinos del Tribunal
Constitucional son hilillos; podemos, además, funcionar sin presupuesto.
Y hasta sin oposición y sin prensa libre, la poca que hay languidece
ante el fulgor de la prensa sinfónica. Todo bien afinando, por supuesto.
Lo de los funcionarios, faltaban, lo arreglamos vía decreto. Pero
Esparnia es viable, con una bandera y un pito.
"Entre
un gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente hay una cierta
complicidad y vergüenza", decía Víctor Hugo. Esa complicidad, vergüenza
tiene remedio, a menos que los chamanes y gurús del poder tengan razón,
conozcan muy bien a los españoles, o los hayan cogido descuidados y
piensen que están domesticados y sean ya esparnieses y mucho
esparnieses.
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